«Hay imágenes que describen de una manera cruda y realista lo que significó el terrorismo de ETA: la del guardia civil con una niña en brazos tras el atentado contra la casa cuartel de Zaragoza, la del padre de Miguel Ángel Blanco saliendo de su coche, mientras pregunta desconcertado qué ha pasado poco antes del secuestro de su hijo o la de Ortega Lara, desnutrido, desorientado y con la barba poblada, pocas horas después de ser liberado tras su terrible cautiverio. Su rostro, con el gesto desencajado y la mirada perdida, sorprendido por la presencia de las cámaras que se arremolinaban a su alrededor, recordó otras imágenes siniestras que habían marcado el siglo XX. Ortega Lara parecía el superviviente del campo de exterminio de Auschwitz. Su sufrimiento mostraba de forma descarnada el horror que había padecido aquel hombre, el horror de toda una época siniestra».
Así comienza 'Del chantaje a la venganza', segundo capítulo del volumen que cierra un trabajo titánico y monumental, la trilogía Historia y Memoria del Terrorismo en el País Vasco, el más riguroso estudio de uno de los periodos más oscuros de la reciente historia de España. Tutelada por el historiador José Antonio Pérez, la obra que concluye este ambicioso proyecto, coordinado por el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo y editado por la editorial Confluencias, se centra entre los años 1995 y 2011. Por desgracia, al igual que sucede en los otros dos periodos estudiados, Burgos tiene un papel protagonista. En la época analizada en este volumen, que concluye con el ansiado final de la banda terrorista ETA, pocas personas tienen la relevancia del burgalés José Antonio Ortega Lara, funcionario de prisiones al que la sanguinaria banda sometió al cautiverio más largo y cruel jamás imaginado. También, naturalmente, se da cuenta del asesinato en Calvià del guardia civil burgalés Carlos Sáenz de Tejada. Y del brutal atentado contra la casa cuartel de la avenida de Cantabria.
Como se explica en la introducción del volumen, el periodo transcurrido entre 1995 y el final del terrorismo de ETA, anunciado por la banda en octubre de 2011, estuvo marcado por el cambio de su estrategia criminal que definió la ponencia Oldartzen; esa estrategia era clara: extender el miedo entre los partidos democráticos que se oponían a la banda para «encontrar soluciones», es decir, «ampliar el punto de mira de sus atentados, incluir a otra serie de sectores contrarios a ETA entre sus posibles víctimas y socializar el sufrimiento». La definición de terrorismo: instrumento para lograr por la fuerza de las armas unos objetivos políticos concretos que despreciaban por completo los principios democráticos y la voluntad de los ciudadanos. Hacía tiempo que la sanguinaria banda había colocado en su diana a los funcionarios de prisiones (de hecho, en 1993 había asesinado a un trabajador social de la cárcel donostiarra de Martutene, a la sazón burgalés: José Ramón Domínguez Burillo).
Llegada a Villafría del cadáver del guardia civil Carlos Sáenz de Tejada. - Foto: Ángel AyalaDespués de que ETA reivindicara el secuestro de Ortega Lara, que se produjo el 17 de enero de 1996, todo fueron amenazas más que veladas, como la que pronunció el batasuno Tasio Erquicia y que recoge este libro: (si) los funcionarios de prisiones persisten en su actitud no van a poder vivir tranquilos. Este país no lo aceptará. Vosotros tenéis una responsabilidad enorme y por eso os hacemos una llamada a cambiar de actitud porque estáis a tiempo. Y junto a esa llamada, un aviso, si continuáis por el mismo camino, sabed que el sufrimiento será para todos. Sabed que el sufrimiento irá aumentando en nuestro pueblo, y no estamos dispuestos a dejar abandonados ni a los presos ni a los familiares a los que constantemente estáis humillando. «La advertencia escondía una velada amenaza que no podía significar otra cosa: Ortega Lara pagaría por todos los terroristas encarcelados y sería sometido a una tortura atroz», escribe José Antonio Pérez.
En su profundo análisis del largo cautiverio del burgalés, el historiador destaca la fractura pública cada vez más visible y más tensa entre quienes apoyaban a los terroristas y quienes, con Gesto por la Paz a la cabeza, censuraban a estos en plena calle, en ese espacio que había sido durante tanto tiempo de uso exclusivo de los primeros. «Las imágenes de aquellas manifestaciones reflejan de una forma descarnada el comportamiento de unos y otros. A un lado, en silencio, los miembros y simpatizantes de Gesto por la Paz pidiendo la puesta en libertad de los dos secuestrados [también había sido raptado el industrial José María Aldaya]. Al otro, los militantes de la izquierda abertzale, secundados en muchas ocasiones por los líderes de HB y KAS, profiriendo gritos a favor de la banda terrorista mientras lanzaban insultos y amenazas a los pacifistas». Cómo olvidar, entre otros gritos, aquel 'ETA, mátalos' que nunca logró amedrentar a los demócratas.
Ninguna movilización (las más multitudinarias y cálidas fueron siempre las celebradas en Burgos) logró que ETA ni su entorno cedieran lo más mínimo. «Para la izquierda abertzale, Ortega Lara era un botín de un enorme valor simbólico». Pero aquella estrategia se topó con la firmeza del Gobierno central de no negociar. No hubo diálogo ni acercamiento de presos al País Vasco. Se confió en la eficacia y perseverancia de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Y se acertó. «La historia que desembocó en la localización y liberación del funcionario de prisiones es la crónica de una de las investigaciones más complicadas y perseverantes de cuantas se llevaron a cabo en la lucha contra el terrorismo en España», asegura el coordinador de esta trilogía esencial.
Imagen escalofriante de la casa cuartel de Burgos tras la explosión. - Foto: Ángel AyalaLa incautación de documentación a los miembros de ETA Pototo e Isuntza reveló unas anotaciones que terminaron señalando a Josu Uribetxeberria Bolinaga, exaltado simpatizante de la organización terrorista con domicilio en Mondragón. Los contactos de este con miembros de la banda y sus extrañas rutinas lo colocaron en la diana de los investigadores. Se activó la operación 'Pulpo', consistente en seguir a Bolinaga y otros tres sospechosos más. Confirmaron que este grupo entraba habitualmente con comida a una nave industrial de Mondragón. Con el visto bueno y la presencia del juez Baltasar Garzón en la localidad guipuzcoana se detuvo a los cuatro sospechosos y se llevó a Bolinaga a la nave. Allí, la alimaña negó todo. Pero ninguno de los presentes tiró la toalla, en la certeza de que el burgalés estaba allí. El resto es historia bien conocida: Ortega Lara fue resucitado de entre los muertos.
«Como más tarde se supo, el funcionario de prisiones fue sometido a unas condiciones infrahumanas. El zulo en el que permaneció estaba situado al lado de un río que pasaba cerca de la nave industrial y por ello sufrió una intensa humedad. Durante el tiempo que pasó enterrado en vida, Ortega Lara fue alimentado con verduras y fruta, perdiendo 23 kilos de peso y gran parte de su masa muscular y densidad ósea. En el momento de ser liberado se encontraba al límite de su resistencia física y psicológica. Había intentado cortarse las venas y al no lograrlo tenía decidido ahorcarse con una cuerda confeccionada a partir de varias bolsas de plástico. El funcionario de prisiones llegó incluso a fijar una fecha concreta para quitarse la vida (...). Al día siguiente Egin publicó la noticia de la liberación del funcionario de prisiones y la tituló con una frase que quedará para la historia: 'Ortega Lara vuelve a la cárcel'. Fue la venganza del aparato mediático de la banda enrabietado por aquella noticia».
Un año más tarde, la Audiencia Nacional condenó a 32 años de prisión a los cuatro etarras que participaron en el secuestro del burgalés. «La liberación de Ortega Lara por parte de los efectivos de la Guardia Civil fue, sin duda, un éxito de este Cuerpo, pero significó mucho más, la constatación de la fuerza del Estado de Derecho frente al chantaje de ETA. Y la banda respondió con toda la furia y el resentimiento del que era capaz». El mismo día de la liberación, el portavoz de HB, Floren Aoiz, declaró: 'Después de la borrachera viene la resaca'. Tan siniestra advertencia no tardó en cumplirse. Exactamente diez días discurrieron entre aquella buena noticia y la nueva mala noticia, también en forma de secuestro. La víctima se llamaba Miguel Ángel Blanco...
Ortega Lara, acompañado por su esposa, Domitila Díez, tras ser liberado. - Foto: Fernando Postigo (imagen incluida en el libro)El horror fue en julio. Como no podía ser de otra manera, el atentado contra la casa cuartel de Burgos el 29 de julio de 2009 y el asesinato, al día siguiente, del guardia civil burgalés Carlos Saénz de Tejada en Mallorca están recogidos en el libro. «A pesar de que la capacidad operativa de ETA iba mermando, la banda terrorista siguió utilizando los coches-bomba para tratar de provocar masacres, hasta el final de su historia». Milagrosamente, la furgoneta bomba que estalló aquella madrugada no mató a ninguno de los 120 residentes, de los que 41 eran niños. Hubo 65 heridos, eso sí. Sáenz de Tejada y su compañero Diego Salvà «fueron las dos últimas víctimas del terrorismo abertzale en suelo español».
Subraya José Antonio Pérez Pérez en su introducción al tercer volumen de la historia del terrorismo etarra que el objetivo no ha sido otro que situar a las víctimas del terrorismo en el centro del relato histórico «después de décadas de olvido y silencio». Y que tan ambicioso y necesario proyecto está dedicado a todas ellas.