Describir a mi padre no es tarea fácil, por eso me gustaría evocar las palabras de Rubén Darío en su poema A Roosevelt: «primitivo y moderno, sencillo y complicado». Se trata en apariencia de una personalidad contrapuesta: austero y pasional, racional y sentimental, estricto, pero también muy cercano. Varias circunstancias han forjado su personalidad. Crecer en la capital burgalesa, y más en concreto, en pleno centro, en la calle San Lorenzo, conocida como calle de los Herreros, marca impronta. Una calle que, por otra parte, le ha dado buenos amigos de la infancia. Burgos siempre está en su corazón pues es de esa gente para quien las raíces de verdad importan.
Comenzar a trabajar en el taller de su padre a una edad muy temprana también le ha marcado. Nunca se lo cuestionó, era lo que tenía que hacer y es algo de lo que se siente muy orgulloso. Recuerdo su discurso con motivo de la entrega de la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo hace tres años: «Trabajando he sido el hombre más feliz del mundo». Es cierto, mi padre disfruta trabajando, es algo que lleva innato. A primera hora de la mañana ya se puede ver su coche aparcado frente a la puerta. Sube las escaleras hasta el segundo piso, con una energía envidiable, y entra en el despacho donde comienza su jornada. Su día a día transcurre informándose de primera mano de las cuestiones relativas a la marcha de nuestra empresa, mantiene reuniones, atiende a visitas de toda índole… Pero lo que más le gusta, sin lugar a dudas, es bajar a los talleres y sentir nuestros nuevos desarrollos, los prototipos, las muestras; en definitiva, debatir con su gente como optimizar los procesos y resultados. Es un conversador afable y siempre atento a cualquier posibilidad de mejora. Es consciente de que no se puede desaprovechar ninguna oportunidad de progresar pues es lo que nos hace ser realmente competitivos.
Y de San Lorenzo, sin olvidar sus años jóvenes en los que, con los pioneros del Grupo Edelweis, recorrió todas las simas de la Provincia desvelando al mundo la grandeza de Ojo Guareña, pasamos a San Quirce, entre Santos anda el juego. San Quirce es la finca en el campo donde pasa su tiempo libre y disfruta dando largos paseos con sus amigos debatiendo sobre lo divino y lo humano. Mi padre es de gustos sencillos; unas pocas viandas, un Ribera y una buena conversación son más que suficiente para saborear la vida.
Mi padre pertenece a esa estirpe de empresarios que ha dado nuestra tierra con unos sólidos principios y con un acusado sentido del deber y la justicia: Tomás Pascual, Francisco Riberas, Eduardo Sánchez Junco… Cuando se reunían, les gustaba recordar sus orígenes y rivalizaban, en el mejor de los sentidos, en quién había superado más vicisitudes, quién tenía el origen más humilde,… En definitiva, quién se había hecho más a sí mismo.
Mi padre no me perdonaría que terminara estas líneas sin hacer mención a alguien que ha dejado una huella indeleble en su vida, su hermano Avelino. Era un tándem perfecto. Avelino era un espíritu rebelde, inquieto, que ponía en causa lo establecido con una gran visión de futuro. Por otra parte, su hermano, más prudente, más técnico, apasionado también por la I+D+i, aportaba ese punto de sensatez necesario en todas las nuevas aventuras empresariales. Lo comercial y lo industrial se dieron la mano en la ventura de crear este gran proyecto que es hoy Grupo Antolin.
Cuando mi padre recibe algún reconocimiento me siento especialmente orgullosa, sobre todo por mis hijos, sus nietos; quiero que les sirva de ejemplo de cara a un futuro y que sepan lo que se puede llegar a conseguir en la vida con trabajo y esfuerzo, aunque el viento no siempre sople a tu favor.