Armas químicas en Burgos

R. Pérez Barredo / Burgos
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Carlos Chamorro Rodríguez, jefe del Grupo de Desactivación de Explosivos y Defensa NRBQ de la Guardia Civil de Burgos, asegura en un ensayo que el único punto de España en que hubo ataques químicos durante la Guerra Civil fue en Cilleruelo de Bricia

Máscaras antigás y munición encontradas en la provincia de Burgos y conservadas en el Cuartel de la Guardia Civil. - Foto: DB/Tomás Alonso

Ni en el asedio al Alcázar de Toledo, ni el sitio de Madrid, ni el Frente del Ebro. El único punto de España donde se produjo un ataque con armas químicas de verdad fue en un punto concreto del Frente del Norte en la provincia de Burgos: Cilleruelo de Bricia. Así lo afirma en un reciente ensayo Carlos Alfonso Chamorro Rodríguez, jefe del Grupo de Desactivación de Explosivos y Defensa NRBQ de la Guardia Civil de Burgos y Especialista Universitario en Historia Militar y Comunicación pública y Defensa. «En Cilleruelo de Bricia, entre el 30 de junio y el 26 de julio de 1937 la artillería republicana lanzó 200 proyectiles con carga química a la zona sublevada».

En ese momento de la contienda civil, desde el bando republicano se había iniciado una ofensiva no sólo para contener el avance de los rebeldes hacia el norte (Cantabria y el País Vasco, aún del lado republicano) sino intentar unir esa zona con la de Levante. «El plan fue un sonado fracaso pero dio origen a encarnizados choques en el frente existente entre Villarreal y La Lora», señala Chamorro en su estudio. Uno de esos choques encarnizados fue el único capítulo de la guerra civil en que se emplearon armas químicas. Aquellos 200 proyectiles de 105 mm contenían iperita, cloro, fosgeno y gases esturdógenos y lacrimógenos, que causaron el pánico entre los hombres de Antonio Sagardía, teniente coronel de los sublevados en la zona norte.

Como subraya Chamorro, el propio Sagardía tuvo que guardar cama durante dos días en el Hospital Militar de Vitoria y otros doscientos hombres -ciento setenta soldados y la mitad de los oficiales-, sufrieron los efectos de los gases. Al contrario de lo que se creyó durante años, aquella carga química no era solamente munición importada de Alemania. En el año 1990, fue destruida por los Tedax de la Guardia Civil de Burgos una granada de 105 mm con marcas de frío en las que se podía leer ‘Reinosa 1932’, por lo que al menos aquellas eran munición fabricada en territorio nacional.

El Protocolo de Ginebra, que prohibía la guerra química y bacteriológica, fue ratificado por España en 1929, «con la reserva de que sólo cumpliría el compromiso a condición de reciprocidad, condenando el empleo de los mismos, pero no su fabricación y almacenamiento así como su utilización en conflictos internos, guerras no declaradas o sublevaciones coloniales».

Lo cierto es que el ejército republicano incumplió puntualmente aquel acuerdo. Y el jefe del Grupo de Desactivación de Explosivos y Defensa  NRBQ de la Guardia Civil de Burgos sostiene una teoría al respecto: que fue una provocación los republicanos, un intento casi desesperado viendo que la guerra se decantaba hacia el lado contrario para que el bando sublevado reaccionara utilizando asimismo, y con mayor contundencia, armas químicas, provocando de esta manera la condena internacional y, por qué no, una intervención internacional que modificara en favor de los republicanos el curso de la guerra.

«Una respuesta contraria de las potencias mundiales a los intereses de los denominados nacionales, si hubieran usado agresivos químicos de guerra y la posibilidad de una escalada bélica en este sentido, fue lo que ocasionó la no respuesta». Asimismo, cree el historiador que el conocimiento de los efectos sobre los combatientes y la población durante la I Guerra Mundial y la Guerra de Marruecos fue otro de los motivos valorados por los insurrectos para no responder de la misma manera al ataque y curarse en salud ante una previsible reacción internacional.

Además, sostiene Chamorro que no se encontraba ninguno de los contendientes preparado para resistir un ataque químico con garantías de respuesta. «Se carecían de unidades suficientes de lucha contra gases. No había medios suficientes de protección para los combatientes, ni capacitación de éstos para soportarla. La fabricación o importaciones no habrían podido soportar un uso durante el conflicto, máxime cuando el material italiano se encontraba exclusivamente en manos del Cuerpo de Tropas Voluntarias (CTV)».

Al final, concluye el jefe del Grupo de Desactivación de Explosivos y Defensa NRBQ, la prueba realizada en un frente menor y aislado con un número de disparos muy controlado, y habiendo observado la repercusión nacional, «influenciaron al Ejército Popular de la República y al Gobierno a desistir en su utilización. Por su parte cabe suponer que Franco debió valorar los mismos factores.