Cincuenta años después de que España se retirase de la zona, la cuestión del Sáhara Occidental sigue todavía sin resolverse. Todos los esfuerzos diplomáticos han fracasado hasta ahora y el proceso se encuentra en un impás que ya ha llevado al actual enviado de la ONU, Staffan de Mistura, a advertir que podría tirar la toalla si no hay avances. En estas circunstancias, el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha generado una cierta expectación sobre el papel que el estadounidense pueda desempeñar.
No en vano, su reconocimiento de la marroquinidad del Sáhara en diciembre de 2020, semanas antes de abandonar el cargo y como moneda de cambio por el establecimiento de relaciones entre Rabat e Israel, supuso un punto de inflexión cuyos ecos siguen sintiéndose en la actualidad y que dio alas a la diplomacia alauí para seguir sumando apoyos a su causa.
Precisamente uno de esos apoyos llegó hace ahora tres años en forma de carta, la que envió el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al rey Mohamed VI. En ella, sostenía que el plan de autonomía para el Sáhara Occidental, formulado por Rabat en 2007, era «la base más seria, creíble y realista» para solucionar el contencioso.
Aquel respaldo permitió dar por zanjada la grave crisis diplomática con el reinado de Mohamed VI a raíz precisamente de la acogida en territorio nacional del líder del Polisario, Brahim Ghali, para tratarse de COVID-19 en abril de 2021 -y que en realidad tenía como telón de fondo la postura española respecto al territorio- pero generó el rechazo unánime tanto de la oposición como de los socios de coalición y parlamentarios. Un auténtico giro a nivel histórico por parte del Estado, que decidió plegarse ante Rabat y cambiar su posicionamiento.
Moncloa negó -y sigue haciéndolo- un cambio en la postura, aferrándose a que su apuesta es por «una solución mutuamente aceptable en el marco de Naciones Unidas y según las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas», pero también reconoció que, con ello, buscaba dejar de ser «espectador» para ser «actor» y contribuir a «desencallar» el conflicto.
Recientemente, el representante del Frente Polisario en España, Abdulah Arabi, afeó al líder del Ejecutivo, Pedro Sánchez, su «decisión personal» de cambiar «de manera radical» esa actitud.
Negociaciones estancadas
Tres años después, el proceso sigue donde estaba, encallado, pero Marruecos ha ido sumando nuevos apoyos a su propuesta de una autonomía para el Sáhara bajo su soberanía, el último de ellos, y el más relevante, el de Francia, mientras el Frente Polisario ha visto alejarse aún más ese deseo de autodeterminación, un derecho que le sigue reconociendo la ONU.
La solución inicial sobre la mesa, la celebración de un referéndum en la antigua colonia española que permitiera su independencia, ha quedado prácticamente descartada, ante el rechazo frontal de la nación africana y la dificultad para determinar quién votaría en esa consulta, toda vez que una parte de los saharauis viven como refugiados en Argelia y que la parte controlada por Rabat ha sido colonizada con el paso de los años por marroquíes.
A su vez, el Frente Polisario ha dejado claro que no acepta una autonomía no muy clara bajo el mando de Marruecos para los saharauis, mientras que el statu quo tampoco parece ser ninguna solución para las partes, máxime cuando además el alto el fuego suscrito en 1991 fue dado por roto por esa misma parte en 2020, con la consiguiente reanudación de las hostilidades.
Trump, impredecible
«Si antes era complicado hacer predicciones ahora lo es más con la imprevisibilidad que supone Trump», reconoce Laurence Thieux, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense (UCM), aunque por ahora parece que el líder estadounidense no tiene este conflicto entre sus prioridades más apremiantes en política exterior.
Esta experta en la región lamenta el «inmovilismo», la falta de capacidad tanto de la ONU como de sus enviados para poder impulsar iniciativas y el «vacío de propuestas de otras soluciones» y ve más que probable que De Mistura dimita próximamente, lo que abriría una vez más el largo y complicado proceso de buscarle sucesor, con Marruecos y el Polisario vetando a posibles candidatos.
En su último informe al Consejo de Seguridad, el diplomático italo-sueco volvió a plantear una vieja sugerencia: la partición del Sáhara Occidental, con la parte norte para Marruecos y la parte sur, que «podría basarse en los límites de la porción controlada por Mauritania» tras la retirada española entre 1976 y hasta 1979, para el Polisario. El funcionario de la ONU reconoció que ni Marruecos ni ninguna de las partes había mostrado «voluntad de explorar» más esta vía, que ya se rechazó en el pasado.
¿Única solución?
Pese a ello, en opinión de Hannah Rae Armstrong, escritora y experta en el norte de África, «es la solución correcta y quizá la única». En un reciente artículo en Foreign Affairs defiende que con ello ambas partes «consiguen lo que quieren». «Marruecos podría convertir su soberanía de facto y no legal sobre casi dos tercios del territorio en una posesión legal y el Polisario podría conseguir el reconocimiento de un Estado independiente y facilitar el retorno de los refugiados», sostiene.
Según la propia Rae Armstrong, Argelia no vería con malos ojos la partición, por lo que debería convencer al Frente, de quien es su principal valedor internacional, de que lo acepte.
Además, añade, «el Polisario podría ejercer su derecho legal a la autodeterminación sometiendo la propuesta de partición a un referéndum en los campos de refugiados» de Tinduf, dejando eso sí claro que el acuerdo sería vinculante y que se renunciaría con ello a reclamar en un futuro el resto de la zona.
«La parte más dura de la ecuación es persuadir a Marruecos para que negocie», reconoce la asesora política. Tal y como subraya Laurece Thieux, en las circunstancias actuales, «Marruecos se siente envalentonado y no está dispuesto a ceder nada», máxime cuando tiene el control de facto del territorio.
Con todo, en opinión de Hugh Lovatt, experto del European Council on Foreign Relations, «un acuerdo negociado aún es posible, pero requeriría presión efectiva por parte de Estados Unidos y Europa». Dada la compleja situación actual, parece bastante difícil que tanto Washington como Bruselas puedan implicarse de lleno en esta cuestión.