La limpieza del Premio de Poesía ‘Ciudad de Burgos’, hasta ahora uno de los más prestigiosos y respetados del panorama nacional, se ha puesto en solfa. Los poetas encargados de realizar la preselección de los trabajos han denunciado que el poemario ganador no estaba entre los finalistas. La cuestión es la siguiente: este certamen cuenta con dos poetas que realizan una preselección de los trabajos presentados; esto es, una criba que evita al jurado la farragosa tarea de tener que leerse todos los poemarios.Puesto que está así diseñado, se entiende que los organizadores del certamen confían en el criterio -inevitablemente subjetivo- de estas personas, y que a la selección final, que es sobre la que delibera el jurado, llegan los mejores libros. En esta última edición se obró de esta manera. Al jurado, compuesto por Luis García Montero (presidente), Joan Margarit, Jesús Jiménez, Chus Visor (también editor) y José Luis Morante le llegaron 11 trabajos de los 141 que concurrieron al concurso. Ninguno de esos 11 fue el ganador. A última hora, el jurado decidió incluir dos poemarios más, uno de los cuales, Las cosas que se dicen en voz baja, del granadino Daniel Rodríguez Moya, fue finalmente elegido.
Esto ha desatado la ira de los preseleccionadores, Ricardo Ruiz y Pedro Olaya, que ayer denunciaron «la actitud que tanto la editorial Visor como algunos acreditados miembros del jurado, que presumen de ética, han puesto en práctica para premiar un trabajo que, dada su escasa calidad, no había sido seleccionado previamente y que no dudaron en incluir entre las obras finalistas para, sin recato ni pudor alguno, otorgarle el reconocido premio poético».
Para ellos, esta actitud pone en entredicho la credibilidad y honestidad de quienes han realizado el trabajo previo y cuestiona la imagen del Ayuntamiento de Burgos, entidad organizadora. «Que este comportamiento sea moneda habitual en los concursos, como reconocen sin tapujos estos impúdicos vates y sus cómplices, no les exime de una responsabilidad ética y moral que debe primar en aquellos comportamientos que afectan a terceros, en este caso a la entidad patrocinadora, a los responsables de la selección rigurosa de los trabajos y, por supuesto, al resto de autores finalistas del certamen». Ante estos hechos, invitan al IMC «a que rompa cualquier tipo de relación empresarial o literaria con dicha editorial para evitar que tanto el prestigio como el buen nombre de la institución burgalesa quede en entredicho debido al indigno y lamentable proceder de esos renombrados adalides de la poesía y de la cultura».
La otra parte
A la reacción de los preseleccionadores, el presidente del jurado, Luis García Montero, aseguró mostrarse «muy sorprendido por el tono de furor y de injusticia que han utilizado los preseleccionadores».A renglón seguido aclara algo evidente: que los preseleccionadores no son miembros del jurado, sino una ayuda y que «no consta en las bases que haya que aceptar al completo su selección, ni que deban imponerle su criterio a nadie. Las decisiones finales corresponden según indican las bases al jurado. Los miembros del jurado son los que avalan las decisiones, y por eso tienen derecho a leer todas las obras que se han presentado a un premio».
Aquí cabría preguntarse por qué no decidieron rescatar bien todos los demás trabajos, o medio centenar, o dicesiete en lugar de los dos que incluyeron para la fase final, aunque quizás la respuesta haya que encontrarla en la siguiente afirmación del presidente del jurado: «Cuando al responsable de la editorial o a un miembro del jurado le llega la noticia de que alguien se ha presentado al premio, tiene derecho a pedir que su libro se añada a la deliberación. Esa es la costumbre establecida en la inmensa mayoría de los concursos literarios y eso es lo que ocurrió en el Premio Ciudad de Burgos». De la misma forma que en las bases se especifica que el fallo es cosa del jurado, en ningún punto de las mismas se hace referencia a esa ‘costumbre’ de la que habla García Montero.
¿Conclusión?
Para los denunciantes, la actitud del jurado «confirma las sospechas que se ciernen sobre la credibilidad, honestidad y limpieza de los premios literarios en España. La impunidad, desvergüenza y amiguismo en el que se amparan algunas editoriales de poesía, de renombre y prestigio, en connivencia con determinados poetas no viene sino a confirmar la lamentable forma de actuar de estos cómplices de la corrupción e indecencia literaria».
Para Montero, éstos «han olvidado cuál era su misión y han querido actuar como jurados. No sé, porque no conozco a las personas, qué experiencia personal y qué suerte literaria sostiene la furia de estos preseleccionadores. Sí sé que con su soberbia y su agresión ensucian el nombre público de personas respetables y desaniman a las instituciones que deciden apostar por la poesía en tiempos difíciles para la cultura. El Premio ‘Ciudad de Burgos’ no se merece esta actitud». Daniel Rodríguez Moya es granadino como Montero y ya ha publicado en Visor. La pelota está en el tejado del IMC. Ayer DB intentó contactar con su presidente, Fernando Gómez, pero estaba apagado o fuera de cobertura.