El artista secreto

R. PÉREZ BARREDO / Lezana de Mena
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El escultor vizcaíno Michel Ruiz se proyecta al mundo desde su particular paraíso: Lezana de Mena, donde tiene su taller y ha abierto un centro expositivo para mostrar su obra

Michel Ruiz, dando los últimos retoques a una de sus obras en su taller de Lezana. - Foto: Ramis

La torre medieval de los Velasco, que se erige imponente en el centro del caserío, no es el único reclamo artístico que atesora Lezana de Mena. Muy cerca de esta construcción hay un museo casi secreto, un caserón de piedra que esconde una maravilla: la obra de Michel (sin tilde) Ruiz, escultor vasco vinculado desde hace tres décadas en este rincón del valle que baña el Cadagua. Es todo un personaje este artista alto y acogedor para el que ningún material constituye un desafío: trabaja por igual la madera, la piedra y el hierro, y su obra es fruto de la observación y la intuición. Su proyecto de vida -un taller y un centro expositivo- se llama 'El Nido'. El exterior de la casa de piedra exhibe varias obras que delatan el estilo personal e intrasferible de Michel Ruiz, que es también presidente de la Asociación de Escultores de Vizcaya.

Es el suyo un caso singular donde los haya: es artista desde hace unos quince años. Después de trabajar en banca y en márketing sintió la llamada del arte, una suerte de epifanía para la que no encuentra explicación. Sin embargo, le ha bastado tan breve espacio de tiempo para hacerse algo más que un hueco en el panorama artístico del País Vasco, tierra de eminentes escultores, de Chillida -a quien admira profundamente- a Oteiza pasando por Néstor Basterretxea o Ricardo Ugarte. «No sé si alguna vez he sabido lo que quería, pero lo que me ha tocado es lo que he querido. He trabajado siempre muchísimo, y siento que estoy ante un regalo de la vida. O en una segunda vida marcada por el arte». Es cierto que siempre se consideró un manitas, pero también que su existencia discurrió ajena al mundo del arte (su pasión ha sido siempre el baloncesto, deporte que ha practicado hasta ayer).

Quizás, afirma, los genes de un abuelo ebanista y algún antepasado músico se hicieron presentes un día, precipitando su afán creativo. «Siempre me ha gustado la acción y he sido muy quincallero y diestro en hacer cosas con las manos. Me gusta tocar, me gusta la masa, el volumen. Yo veo todo el tres dimensiones».

El artista, flamante ante el proyecto de su vida: el taller y museo ‘El Nido’.El artista, flamante ante el proyecto de su vida: el taller y museo ‘El Nido’. - Foto: Ramis

Obras hechas con raíces y troncos de todo tipo de maderas, piedras y hierros integran su colección. Desde que empezó, se ha sentido bien acogido entre los suyos. Ítem más: se considera reconocido por estos. «Algunos me dicen que he llegado tarde a este mundo. Yo pienso que he llegado en el momento justo». Le apasiona explorar la esencia de los materiales que modela o da forma. «Es la respuesta a mis inquietudes. Hay dos partes que me atraen mucho. Una es la orgánica y otra es la geometría, que me parece muy potente.

Se confiesa un rendido admirador de la obra de Eduardo Chillida


Necesito, en muchas ocasiones, incorporar dos conceptos dentro de cada escultura. A menudo tengo claro lo que quiero hacer y otras veces es el propio material el que me marca el camino. Establezco un diálogo con la pieza, además de que suelo pasar mucho tiempo obsevando cada una, en ocasiones durante semanas o meses, hasta que veo lo que voy a hacer. No hay mejor obra que arte que la propia naturaleza». 

Se nutre de la naturaleza para muchas de sus obras.Se nutre de la naturaleza para muchas de sus obras. - Foto: Ramis

O bien le proporcionan material, muchas veces reciclado, o él lo busca o se lo encuentra. Cualquier pieza susceptible de ser pasada por su ingenio le vale a este singular artista, cuyo espacioso taller es su lugar en el mundo. «Todos los días le dedico horas. Todos. Hay obras que he hecho sólo con un puntero, con mucha paciencia y con mucho detalle», afirma mientras pule una de las obras en las que está ahora trabajando. Junto al taller está la zona expositiva, el museo en el que puede contemplarse más de un centenar de piedras. Este espacio apenas tiene tres años de existencia, pero ya han pasado por él más de 1.000 personas. Se conoce que funciona el boca a boca: hay un artista en Lezana de Mena. «En el pueblo están contentos», subraya, orgulloso. «Creo que es una forma de dinamizar el pueblo, la zona. Es algo que me gusta mucho, porque llevo más de treinta años vinculado con Lezana».

Se mueve Michel entre las obras que ha creado con sus manos como aquel que sabe que está en casa: habla de esta y de la otra pieza con entusiasmo y arrebato, describe la historia -el origen- del material (algo que considera fundamental) con verdadera pasión. Admite que ha habido quienes se han interesado por adquirir sus esculturas pagando un buen dinero, y que en ocasiones ha vendido alguna. Pero deja claro que ese no es su objetivo ni mucho menos: él crea porque necesita hacerlo, porque le nace de muy adentro, del corazón, y que lo exhibe para compartirlo. Confiesa que cuando ha transigido con una venta «en cuanto puedo intento volver a crear la misma obra. Yo no quiero vender, no hago esto para vender. Lo hago porque es lo que me llena. Hasta mis nietas a veces me dicen: 'abuelo, esta pieza que no se la lleve nadie'». 

Cuenta con tres salas de exposición que atesoran decenas de obras.
Cuenta con tres salas de exposición que atesoran decenas de obras. - Foto: Ramis

La zona expositiva de 'El Nido' se compone de tres espacios bien luminosos, separados del taller. «A veces entra la gente a visitarlo y yo ni me entero porque estoy trabajando. Pero no importa. Estoy encantando de que venga la gente a ver mi obra». Es un torrente de pasión Michel Ruiz: habla de una pieza y de otra, de su procedencia, de su significado, de su intención artística, de su voluntad de trascendencia, de transmisión. No se pone límites ni desafíos entre otras cosas porque su supervivencia no depende del conocimiento de su obra.Algo esencial que, asegura, le hace sentirse libre, le hace abismarse y centrarse en cada pieza como sólo lo hacen los soñadores, aquellos en cuyo interior late el magma incontenible de la creación, del arte, de la aspiración de alcanzar la belleza, de emocionar, de transmitir, de conmover. Es Michel Ruiz un hombre feliz, un tipo que merece ser descubierto por todos aquellos que pasen por Lezana de Mena, siquiera porque no es sencillo encontrarse a un hombre conforme consigo mismo, pleno y radiante de existir y de crear desde un rincón de Burgos «que es mi paraíso».