Rodri acudió (con muletas) a la gala del Balón de Oro convencido de que iba para aplaudir a otro, pero Vinícius dejó su silla vacía: se había enterado, apenas unas horas antes, de que no iba a ganar. Se lo habían dicho tantas veces que terminó creando en su cabeza una certeza absoluta de un puñado de rumores interesados, como si nadie se atreviese a contarle la verdad, hasta el punto de que en el fragor de la más fiera de las batallas, el Madrid-Barça, fue capaz de 'picarse' con Gavi aludiendo a su talla y diciéndole que al día siguiente se iba a París a vestirse de oro. Así que cuando el pasado lunes por la mañana leyó en la pantalla de su móvil la noticia («No has ganado») pasó de la incredulidad a la indignación y después a la pataleta. Lo quiso anular todo… y lo anuló.
La respuesta del club blanco no estuvo a la altura de su historia, sus valores y su propio himno. La entidad debería haber dado ejemplo y un buen consejo a un enrabietado chico de 24 años, pero se empujó a sí misma al abismo no acudiendo a la gala: tres jugadores entre los cinco mejores del año, premio al mejor club, premio al mejor entrenador… En una de las decisiones más controvertidas, injustificables y unánimemente criticadas de los últimos tiempos, se ausentó con excusas impostadas -tirando a ficticias- con el objetivo de proteger al muchacho y evitar que su 'chico de oro' se vistiera de plata. Contra todo y contra todos, como aquel conductor que se quejaba de que el resto de vehículos circulaban en sentido contrario, el Madrid se alineó con Vinícius.
La de esta semana, en efecto, fue una paradoja más en su currículum. Otro contrasentido más en la trayectoria de un jugador que con apenas 24 años (Sao Gonçalo, 12 de julio de 2000) tiene aparentemente de todo para ser feliz y no consigue explotar de alegría. Es un coleccionista de contradicciones entre el futbolista (por momentos el mejor del mundo) y la persona que lo interpreta: vive los partidos con la convicción de que todos son enemigos, todos quieren provocarle -incluido el árbitro-, todos le desprecian… y, por compensación, merecen su desprecio.
Segunda B
Desde que llegó a España y Lopetegui lo consideró insuficiente de entrada para la gran batalla, sus minutos en el filial son el punto de partida de muchas de sus actitudes: era el muchacho de los 40 millones de euros en Segunda B, algo que jamás había sucedido en la historia de la tercera categoría, y los rivales quisieron castigar su jerarquía con patadas, provocaciones y fútbol pendenciero que el chico, con 18 años recién cumplidos, interpretó como pudo: marcó dos goles en el 'miniderbi' ante el Atlético y le mordieron, hizo un golazo de falta ante el Celta B y salió expulsado mientras señalaba la camiseta y el escudo hacia la afición gallega… De aquellos cinco encuentros salió con una especie de estrés post-traumático que aún arrastra.
En Vinícius conviven de forma inexorable dos personalidades perfectamente compatibles: es víctima e instigador, genio y fanfarrón, un jugador excepcional por el que merece pagar el precio de la entrada y un competidor descomunal sin empatía por el adversario. Ha heredado el famoso «si no fuese así, no jugaría así» que se aplicaba a Cristiano Ronaldo, solo que el portugués rara vez miró hacia la grada rival o se encaró con adversarios: su 'procesión' era interna y 'Vini', alborotador confeso, lo exterioriza todo… circunstancia que choca frontalmente con el tercer nivel que influye en los votos por el Balón de Oro: el 'fair play', su forma de ser en el terreno de juego, su actuación ejemplarizante.
En este campo, sus detractores consideran que provoca y sus partidarios, que se defiende de un entorno hostil. Seis de uno y media docena del otro, probablemente. Ha combinado regates inverosímiles con episodios de soberbia, enviando «a Segunda» a varios jugadores y aficiones rivales; carreras inimitables con gestos hacia la grada contraria y jugadas de lujo con marrullerías como esa en la que Kimmich quiere darle el balón para que se apresure en un saque y él lo rechaza con marrullerías; goles estratosféricos con manotazos a adversarios o actuaciones colosales (su segunda parte ante el Dortmund es de videoteca) con declaraciones en las que decía que en España «hay racismo» y si no se corrigen determinados comportamientos, el Mundial de 2030 debería cambiar de sede.
Racismo
La 'causa racista' es la bandera. Y el episodio que todo lo cambia, aquel de Mestalla en la 22/23, abrió la caja de Pandora. En el minuto 72, el brasileño se encaró con la grada denunciando gritos xenófobos de un seguidor local. Fue solo la llama que prendió la mecha: terminó expulsado por darle un manotazo a Hugo Duro y Mestalla le despidió con muchos gritos de «¡Tonto, tonto!» pero también algunos cánticos xenófobos. Él se marchó con gestos que enviaban/deseaban el descenso «a Segunda» del Valencia, lo que inició una nueva tángana… y culminó el día con un 'tuit' acusatorio: «El premio que los racistas ganaron fue mi expulsión. No es fútbol, es LaLiga».
El 'Vini' que lo mismo coloca un derechazo a la escuadra o que se limpia el escudo en la cara de un defensor sigue en la brecha, en el candelero, en lo más alto del debate. Un tipo polarizante como pocos en la historia moderna de nuestro fútbol: el genio de las paradojas, figuras que se emplean en la filosofía para provocar reflexiones profundas sobre temas complejos.