Inventar para vivir. Esa era la máxima de Ana María Matute (Barcelona, 1925- Barcelona, 2014) desde niña, cuando se escapaba a un bosque cercano a su casa para imaginar historias que la alejasen de aquella guerra que no entendía. Matute hizo de esa zona frondosa su mundo de fantasía, de imaginación y de ensueño, un material perfecto para fabular y para crear sus mejores relatos. Este 2025 se celebra el centenario del nacimiento de esta gran maga de las letras, pionera en muchas cosas y quien el próximo 26 de julio hubiera cumplido 100 años.
Tal era su ingenio que entre sus muchas frases célebres que dejó para la posteridad está la que cerró su discurso tras recibir el Premio Cervantes en 2010: «Si en algún momento topan con algunas de las historias que pueblan mis libros, por favor créanselas. Créanselas porque me las he inventado». Todo un canto a la creatividad que repetía siempre que tenía ocasión.
La literatura para la autora de Primera memoria era como una especie de catarsis, era regresar a ese mundo infantil de los libros perdidos y las lecturas eternas, un universo placentero donde todo estaba permitido y donde soñar era gratis, por eso los libros fueron el faro salvador de muchas de sus tormentas, como expresó en 2011.
Nadie más como ella sabía que a pesar de peinar canas y de haber traspasado la barrera de los 80 seguía siendo aquella niña perdida de una generación olvidada por la Guerra Civil, una pequeña tierna llena de luz y picardía.
Una idea que siempre repetía la escritora catalana, que desde sus primeros años descubrió que la imaginación, el cruzar al otro lado del espejo, como Alicia, era lo mejor para despistar los ásperos zarpazos de este mundo. «Yo lo he pasado muy mal, pero también muy bien. He vivido muy intensamente el dolor y la felicidad, pero a la literatura grande se entra por el dolor y las lágrimas», advertía.
Esta maga de la literatura fue creadora de un mundo narrativo propio, lleno de unicornios, trasgos, duendes, cuartos cerrados y paraísos inhabitados, con los que siempre ha intentado buscar su lugar en el mundo.
La infancia, la injusticia social, los marginados, la incomunicación, la guerra y la posguerra, y la otra orilla, porque ella siempre se ha situado «al margen», son los temas que centraron la gran obra de este mujer, que ya escribía a los cinco años y que a los 17 realizó su primera novela, Pequeño teatro.
Amor por la palabra
Libre, moderna, rebelde, Ana María Matute siempre ha dicho que la palabra era «lo más hermoso que se había creado» y que su sitio, su lugar, era «el bosque» y ese fue el tema que escogió para su discurso de entrada en la Real Academia de la Lengua en 1998 para ocupar el sillón K. «El bosque es para mí, el mundo de la imaginación, de la fantasía, del ensueño, pero también de la propia literatura, y, a fin de cuentas, de la palabra», explicó entonces.
La narradora es autora de títulos imprescindibles como Torre vigía, Olvidado Rey Gudú, Aranmanoth, Los soldados lloran de noche, Los Abel, Fiesta al Noroeste, premio Café Gijón; Pequeño teatro, premio Planeta; Los hijos muertos, premio de la Crítica y Premio Nacional de Literatura o Primera memoria, premio Nadal.
También creó una inabarcable obra para jóvenes y niños, con cuentos como Solo un pie descalzo, con el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil.
Hija de una familia burguesa, de padre catalán y madre castellana, vio cómo la Guerra Civil también afectó de fondo a su vida familiar, caracterizada por grandes ausencias. Después, en 1952, se casó con el escritor Eugenio de Goicoechea, al que denominó el malo y en 1963 se separó, pero, como consecuencia de las leyes de la España de aquella época, le quitaron la custodia de su hijo. Tres años tardó en recuperarla. Fue entonces cuando viajó a EEUU como profesora de Literatura y conoció a quien sería su pareja, el francés Julio Brocard, al que apodó el bueno.
Cicatrices de una autora que ha viajado por todo el mundo, que cruzó casi un siglo y que ha visto casi todo, y cuya principal característica fue ser una persona preocupada por el ser humano.
Su vigencia en la literatura ha sido rotunda y ampliamente reconocida, así como una forma de anticiparse al feminismo y a un nuevo estilo creativo basado en la imaginación más pura.