El suelo vibraba una vez el árbitro elevó el balón en el centro del campo para dar comienzo a la final. El Coliseum presentaba uno de los ambientes más increíbles de su historia. El marco estaba puesto. Era perfecto. Incluso las peñas prepararon una sorpresa que desplegaron sobre la grada en los segundos previos al comienzo. Pero nada fue suficiente. 40 minutos después, la alegría era morada y la decepción azulona. Sin contrastes. Ganar o perder permitía hacer un análisis tan radical y el éxito fue para los palentinos mientras los miles y miles de burgaleses se sumieron en un llanto desconsolado.
Manos a la cabeza, pañuelos para secar las lágrimas o bufandas para cubrir un rostro desencajado. Las tácticas eran numerosas pero la sensación la misma, un desconsuelo similar al vivido hace una temporada con el temido descenso tras la durísima derrota encajada ante el Fuenlabrada. Los fantasmas del pasado volvieron.
Pero no solo la afición fue la que no se llegaba a creer lo sucedido. Tampoco los propios jugadores lo hacían. Mientras los de Pedro Rivero salían de su vestuario, unos con un puro en la boca y otros compartiendo su alegría a través de vídeos que muchos palentinos estaban siguiendo por las redes sociales, los de Curro Segura lo hacían cabizbajos, con los ojos llorosos y siendo víctimas de condolencias y ánimos así como saludos que solo intentaban ocultar una decepción que no tenía remedio posible.
Álex Barrera y Álex López fueron dos de los más afectados. El catalán no pudo ni terminar sus declaraciones a la prensa tras emocionarse mientras el canario lo hizo con la mirada perdida. Los capitanes fueron un vivo ejemplo del estado del vestuario. Igual que Curro Segura, que tuvo que atender a los medios mientras todavía se escuchaba a la afición del Palencia celebrar en las gradas.