Manuel, el Machado de Burgos

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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En el 150 aniversario de su nacimiento, evocamos la relación que el poeta y dramaturgo andaluz tuvo con esta ciudad, donde se conserva su inmenso legado

Manuel, el Machado de Burgos.

La escena está impregnada de melancolía y de una añoranza dolorosa e íntima. Manuel y José Machado pasean por la playa del pueblo pesquero de Colliure, donde desde hace días descansa para siempre Antonio, el gran poeta de España, el más querido por todos los hermanos, rotas para siempre sus vidas por la maldita Guerra Civil que ha desangrado su país y por esa muerte que resulta casi inaceptable. Ambos recuerdan -recordar es volver a pasar por el corazón- anécdotas de infancia y juventud en su Sevilla natal, tan lejana en ese día de febrero de 1939 en el que ambos hollan con sus pies la arena de la playa en un país que no es el suyo. Están a punto de separarse. No volverán a verse. José permanecerá un tiempo en Francia antes de exiliarse en la Argentina, donde fallecerá años más tarde. Manuel regresará a Burgos, donde lleva tres años residiendo por culpa del maldito azar: le sorprendió la sublevación militar en la Cabeza de Castilla y ya no pudo regresar a Madrid, donde vivía.

Caminan despacio, demorándose en sus pasos, cual si intuyeran que será su último instante juntos. Entonces los ven, no muy lejos de la orilla, perfectamente reconocibles entre la espuma de las olas. Son unos delfines saltando, entrando y saliendo del agua, juguetones, alegres como un día de verano. Y por su memoria llena de la luz de su feliz infancia evocan uno de los episodios familiares que más gustaban a Antonio, aquel que tantas veces contaron sus padres porque sucedió el mismo día en que estos se conocieron: la vez que otros delfines se habían dejado ver en el Guadalquivir, para admiración y dicha de todos los sevillanos. Ambos sonríen, en silencio. Con amargura y tristeza. Antonio ha muerto. También su madre, Ana, que apenas le sobrevivió tres días. A José le espera el exilio en tierras lejanas. A Manuel, un destierro interior marcado por una pena que no se extinguirá nunca; él, que siempre fue un hombre alegre y un poeta festivo.

Se acaban de cumplir 150 años del nacimiento de este vate y dramaturgo que cruzó su destino con Burgos en el peor momento posible. La historia es de sobra conocida: cuando, el 18 de julio de 1936, se produce la sublevación militar, toda la familia Machado al completo se encuentra en Madrid. Salvo Manuel, que en compañía de su mujer, Eulalia Cáceres, se encuentra en Burgos visitando a una hermana de ésta, Carmen, religiosa de las Esclavas del Corazón de Jesús.  Al darse cuenta de lo que está ocurriendo, trata de regresar a la capital, pero pierden el último autocar. Y no vuelven a tener la ocasión de salir de la ciudad.

Apuntes, recortes de prensa, cartas que los Machado intercambiaron con otros intelectuales... El Fondo Machadiano de Burgos es una joya. Apuntes, recortes de prensa, cartas que los Machado intercambiaron con otros intelectuales... El Fondo Machadiano de Burgos es una joya. - Foto: Patricia

La dura represión de las primeras horas hizo temblar al poeta sevillano, cuyos sentimientos republicanos eran públicos: no cuesta imaginar su angustia y su miedo, mucho más después de que fuera detenido y encarcelado tras la denuncia que realizó el corresponsal del diario ABC en París, Mariano Daranas, sobre las simpatías republicanas del autor de Alma, Phoenix y tantos poemarios y obras de teatro (muchas, escritas junto a su queridísimo hermano Antonio). Aunque fue liberado gracias a las gestiones de su mujer y de Carmen, y pasaron no pocas penurias, ya que no tenían dinero ni modo alguno de obtenerlo (se alojaron en la pensión Filomena, que se ubicaba en la calle Aparicio y Ruiz, pidiendo préstamos y conviviendo con toreros y gentes del teatro), Manuel se vio obligado a humillarse y adherirse a la causa de aquella 'Nueva España'. Un acto de mera supervivencia.

El corazón partido. A comienzos del año 1939 Manuel Machado apenas si tenía noticias de su hermano Antonio, su alma gemela, su alter ego, el hombre sin el que no se sentía completo (y viceversa). Le llegaban rumores de cuando en cuando, informaciones oficiosas con cuentagotas sobre su paradero, que seguía indefectiblemente la ruta del desplome republicano: Madrid, Valencia, Barcelona, Gerona. Manuel , mientras escribía panegíricos a Franco, sufría por Antonio, que se precipitaba al vacío del exilio sin dejar de creer en la verdad de lo que defendía, sin bajar los brazos, poniendo su pluma al servicio de esa razón. El día 22 de febrero de ese 1939, Antonio, acaso el intelectual más grande del siglo XX español, después de haber cantado lo que se pierde, fallece en su camastro del Hostal Quintana.

Manuel se entera tres días más tarde. Gracias a su condición de panegirista del régimen y de miembro de la 'nueva' Real Academia Española, logra que un coche oficial y con escolta le lleve a Colliure, donde sufre otro golpe brutal: su madre, Ana Ruiz, sólo ha sobrevivido tres días a Antonio. A su regreso a Burgos, Manuel Machado es un hombre abatido. Tras el final de la guerra abandona por fin Burgos para residir en Madrid. Apenas volvió a escribir. Los últimos años de su vida, hasta su muerte en 1947, los pasa en un estado casi permanente de tristeza, con la conciencia poblada de fantasmas. 

Un legado valiosísimo. Gracias a la relación que Manuel mantuvo en Burgos con Bonifacio Zamora, convertido en su albacea testamentario, toda su biblioteca pasó a la burgalesa Institución Fernán González. Se trata de uno de los fondos más ricos y valiosos de cuantos tiene esta academia, que lo conserva con mimo y celo.Es una documental fundamental para la historia de la poesía española y universal. Una pieza clave tanto de Antonio como de Manuel: estaban tan unidos que en las obras de teatro que firmaron juntos no se sabe a ciencia cierta de quién es tal párrago o tal estrofa, y tenían una unidad de criterios absoluta». Entre las joyas del Fondo Machadiano está todo lo relacionado con la producción teatral de ambos hermanos. No en vano, se conservan todas las crónicas de la prensa de la época, entre 1918 y 1934. Son más de un millar de piezas, una fuente excepcional sobre la que apenas se ha investigado.

Es un filón inagotable el Fondo Machadiano: ahí está el manuscrito de La tierra de Alvargonzález, con sus 22 páginas perfectamente numeradas; el romanceado poema, que tiene valor por sí mismo al tratarse de una pieza especial (que el poeta llegaría a publicar de forma independiente), forma parte de otra de las joyas que atesora el fondo burgalés: nada menos que los poemas de Campos de Castilla, acaso uno de los libros más importantes de Antonio tanto desde el punto de vista literario como personal, ya que fue escrito desde Soria, el lugar que tanto marcó al poeta en todos los sentidos. De su etapa segoviana custodia la Fernán González varias hojas sueltas de las famosas Canciones a Guiomar. Asimismo, en varios cuadernos se recogen apuntes de Antonio para su Juan de Mairena. Son escritos filosóficos, manuscritos de borradores en los que el poeta estampa su caligrafía de forma desordenada. Todas las hojas y cuadernos con poemas y apuntes superan el medio millar. Una colección fascinante.

El fondo incluye, asimismo, valiosos testimonios gráficos; esto es, algunas fotografías poco o nada conocidas de los Machado (como una en la que aparecen retratados con Miguel y José Antonio Primo de Rivera tras el exitoso estreno de la obra de teatro La Lola se va a los puertos), así como un álbum familiar en el que aparecen retratados todos los antepasados de los Machado. Otro bloque importantísimo consta de seiscientas cartas dirigidas a Antonio y a Manuel por escritores, intelectuales, juristas, políticos: de Pío Baroja, de Unamuno, de Gregorio Marañón, de Valle Inclán, de Azorín, de Luis Rosales, de Mateo Sagasta, de Francisco de Cossío, de Benavente, de Menéndez Pidal, de Rivas Cherif, de Julio Romero de Torres, de Arniches, de Maura... Una maravilla.

Atesora también la Fernán González, procecentes de otro fondo (el de José María Zugazaga), dos documentos de un alto valor histórico. Se trata de los salvoconductos sin los que jamás hubiesen podido cruzar Manuel y Eulalia la frontera para ir a Colliure a despedirse de Antonio y regresar a Burgos, que ya hizo públicos en exclusiva este periódico hace unos meses. Se trata de dos hojas (también está el salvoconducto de Eulalia) de un delicado papel; ambas se conservan en perfecto estado. En el encabezamiento se lee 'República Francesa' y pertenecen al Consulado de Francia en San Sebastián, cuyo sello en tinta aparece estampado por dos veces en cada permiso. El texto principal deja claro que las instrucciones del Ministerio de Asuntos Exteriores francés autoriza a los portadores de los salvoconductos a cruzar libremente la frontera con Francia en Hendaya, junto a Irún, y de igual manera a su regreso a España. En la hoja de Manuel, donde aparece su firma de puño y letra, falta la fotografía; no así en el de Eulalia, cuyo retrato muestra a una mujer que sonríe con ojos tristes. Ambos pasaportes están fechados el 7 de marzo. Manuel no volvió a ver saltar delfines. Se quedaron en la memoria de sus días azules. Quizás en el lejano sol de la infancia.