1971 está grabado a fuego en el imaginario colectivo de toda una generación de burgaleses. En una España que soñaba con el fin de la dictadura, un equipo acostumbrado a sufrir en el fútbol modesto se atrevió a desafiar a la lógica y consiguió que toda una ciudad le siguiera en su bendita locura. El Burgos CF de Requejo, Angelín, Olalde y compañía, que nunca había pisado la Primera División, cuajó una temporada espectacular en Segunda y, contra todo pronóstico, logró un ascenso que hizo enloquecer a la afición. La felicidad cogió una chaquetilla y salió a las calles de Burgos aquella tarde del 7 de junio del ‘71.
La alegría desbordada de la parroquia blanquinegra estaba más que justificada. No solo por colarse entre los mejores por primera vez en su historia, sino porque hacía tan solo un año, en la primavera del ‘70, jugó la promoción por no perder la categoría y estuvo muy cerca de hundirse. Cayó 2-0 en Tarrasa y, cuando ya se mascaba la tragedia, firmó una tarde épica en El Plantío (3-0) para seguir un año más en Segunda.
«Cuando logramos el ascenso, se notó que la gente venía de sufrir mucho en las temporadas anteriores y fue una explosión de júbilo de toda la ciudad. Fue una cosa inesperada y muy bonita. Nunca había visto nada igual», recuerda Antonio Solana, uno de los héroes de aquel ascenso.
Era la segunda etapa de Solana en el Burgos CF, ya que había jugado varias campañas antes en la época del Zatorre. Cuando fichó en el verano del ‘70 procedente del Pontevedra, no había grandes expectativas para ese año y el propio José Luis Preciado, presidente del club en la aquella época, se lo confesó en la pretemporada: «Me comentó que a ver si nos librábamos de la promoción de descenso y quedábamos en mitad de la tabla».
Sin embargo, la gesta comenzó a fraguarse muy pronto. Un gol de Rufino Requejo en el campo del Calvo Sotelo dio la primera victoria a los burgaleses e hizo que creyeran en sí mismos. «Nos vino muy bien empezar ganando. La confianza lo es todo en el fútbol», asegura el autor de aquel tanto.
Requejo rememora con nostalgia aquella campaña y aún a día de hoy tiene muy claro cuáles fueron las claves del éxito: «Ganábamos todos los partidos en casa e intentábamos sacar algún punto fuera. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya estábamos entre los cuatro primeros».
Así fue. El Burgos CF no perdió ni un solo encuentro al calor de su afición. Ganó 16 duelos consecutivos como local hasta que el Mallorca del medinés Chus Pereda logró rascar un empate de El Plantío. «No teníamos el poderío o el dominio del juego de un equipo que va a ascender, sino que igual marcábamos un gol de golpe franco y luego sabíamos pasarlas canutas para defenderlo. Ganamos bastantes partidos muy raspados, pero la gente lo aceptaba bien porque había sufrido mucho. Además, había un feeling especial con la afición, éramos como de la familia», cuenta Solana.
Sea como fuere, el ascenso estaba muy encaminado porque esa temporada subían cuatro equipos y los blanquinegros ya formaban parte de la terna de cabeza. Tras ganar al Rayo Vallecano fuera con goles de Olalde y Alcorta, el objetivo estaba al alcance de la mano, pero entonces encadenaron cuatro empates seguidos que pospusieron la gesta. «Sabíamos que no perdiendo nos valía y no arriesgamos para que no nos hiciesen un gol a la contra», dice Raúl López, central titular de aquel mítico equipo.
Finalmente, el 0-0 contra el Logroñés en El Plantío ratificó el ascenso de forma matemática y, una semana más tarde, después de un partido intranscendente ante el Real Betis en el Villamarín, el Burgos CF tuvo un recibimiento multitudinario como nunca antes se había visto en la ciudad. «Fue algo increíble. No cabía ni una aguja en la Plaza Mayor», asegura Raúl, que recuerda que ya empezaron a notar el cariño desde que pararon en Aranda a comer cuando volvían de Sevilla.
Una vez en Burgos, el autobús entró en una abarrotada Plaza Mayor para que la plantilla subiera al balcón del Ayuntamiento. Era imposible. No podía. «Aquello estaba a tope. Tuvieron que venir los grises a apartar a la gente porque no se podía ni abrir la puerta del autobús. Fue un momento inolvidable», cuenta Requejo con la mirada en el infinito. «No solo fue el éxito de la ciudad, sino de toda la provincia porque había mucha afición de Salas, Briviesca, Poza...», añade.
Solana recuerda entre risas unas palabras de su compañero Zamanillo: «Nos va a costar más subir al Ayuntamiento que subir a Primera». Y Raúl otra del entrenador, Izaguirre: «Por fin vamos a entrar en las quinielas todas las semanas».
La leyenda del Burgos CF comenzó a escribirse hace medio siglo en blanco y negro con aquel ascenso a Primera y ayer, a todo color, se grabó un nuevo capítulo glorioso en la trayectoria de un club que está más cerca de volver a volver.