A Inmaculada S.B., de 48 años de edad, no se le olvida lo ocurrido el 22 de junio de 2019, porque acababa de regresar a Valdenoceda, donde veranea desde hace 25 años, tras pasar parte de sus vacaciones en la playa. Quería recuperar el tono muscular antes de retomar el trabajo en Vizcaya y sus rutinas deportivas. Llamó a su fisioterapeuta en Villarcayo y a varios más de la comarca. Todos estaban ocupados y se decantó por E.P.J., investigado por posibles abusos sexuales sobre cinco mujeres, porque la víspera había tratado a su marido de una lesión en el cuello con muy buenos resultados. Ella salió del gabinete que el osteópata tiene en Quintana de Valdivielso con una «gran tensión», sin mejorar en nada su situación física y sintiendo que la habían manoseado, no masajeado.
En cuanto leyó el pasado 3 de marzo la denuncia por abusos sexuales que una mujer de Barcelona había interpuesto contra el investigado decidió «no dejarla sola». Pasó todo el día llorando, angustiada, pensando en si actuar o «no hacer nada por apoyar a esa mujer». Regresaron los recuerdos de su infancia, cuando asegura que también sufrió abusos sexuales entre los 6 y los 13 años y no lo desveló hasta ser adulta. Consultó con varios profesionales si los tocamientos que había sufrido en los pechos bajo el sujetador eran propios de un masaje osteopático y le confirmaron sus sospechas: «Bajo ningún concepto hay que tocar los pechos en una sesión de osteopatía». El 4 de marzo dio un paso adelante y presentó su denuncia en el Juzgado de Villarcayo. Ahora ha sabido que otras tres mujeres más lo han hecho tras ella. Asegura no conocerlas.
«Sabía que esa mujer decía la verdad cuando denunció que le había tocado los pechos y los genitales y pensé que nadie la iba a creer», relata. «Sabía que era cierto, porque yo lo había vivido» y eso la llevó a llamar a la Guardia Civil de manera anónima. Me explicaron que tenía que denunciar. «No denuncié cuando era una niña y esta vez quise actuar para apoyar a la primera denunciante y tratar de evitar que este profesional siga trabajando», señala.
Por su experiencia deportiva y su trabajo ha ido casi cada semana a realizarse masajes. Lo primero que le llamó la atención fue cómo el denunciado la observaba cuando se retiraba la ropa. Después, ya durante el masaje siguió mirando sus genitales insistentemente e incluso recostaba su cuerpo sobre el suyo, según ha explicado a DB. Quedarse en ropa interior es habitual en un masaje, pero el profesional retira la vista en el momento de desvestirse. «No le sé poner palabras, me sentí fatal. No me había sentido así en la vida», recuerda. Al mismo tiempo, admite que «puede resultar difícil de creer que «una mujer de 48 años no sepa reaccionar ante una situación así». Ni ella misma se lo explica, pero otras denunciantes, todas entre los 46 y los 59 años, también manifestaron haberse quedado bloqueadas.
Convencidos de que hay más. Desde la Comandancia de la Guardia Civil señalaban esta semana que «esperamos y deseamos que vayan saliendo nuevas denuncias». «Animamos a todos las posibles víctimas que vean que no están solas, que hay más casos», continuaron. La difusión de la primera denuncia a principios de marzo buscaba ese efecto llamada y nuevamente se busca ahora con la difusión del registro realizado en el domicilio del investigado el pasado 11 de junio.
DB ha podido saber que hay mujeres que denunciarían lo que les ocurrió, pero no quieren verse involucradas en un proceso judicial. Otras lo están valorando seriamente. Desde la Guardia Civil aseguran tener «fundadas sospechas de que hay más casos». Pueden llamar al 947 24 41 44 (extensión 6090265).