Se ha escrito un crimen. Mejor dicho, dos crímenes. Dos asesinatos registrados hace 3.500 años, en plena Edad del Bronce, que hasta hace poco se consideró más bien pacífica. El análisis y estudio de los restos de dos individuos hallados en Cueva Palomera, una de las cavidades principales de Ojo Guareña, que se encontraban ocultos en zonas angostas y de muy difícil acceso, contribuyen a desmontar la creencia de que la violencia no era moneda común en ese periodo de la Prehistoria. Borja González Rabanal, antropólogo y miembro del Grupo de Investigación Evo Adapta de la Universidad de Cantabria, ha diseccionado, en colaboración con el Cenieh, ambos casos con conclusiones que van en ese sentido. Una violencia a la que se debe sumar ensañamiento, como ha podido confirmar el análisis de los restos de ambos asesinados.
La revista Quaternary Science Advances lo ha publicado, tal y como contó este periódico el pasado 3 de septiembre. «Lo más interesante del estudio que hicimos de los dos individuos, aparte de que estaban en dos zonas muy inaccesibles de la cueva, en galerías de difícil acceso a las que era necesario trepar o incluso escalar para llegar a ellas, es que sus esqueletos presentaban evidencias óseas de huellas de violencia», explica Borja González. El primer de ellos, localizado en el llamado yacimiento 'Terraza del enterramiento', tenía dos traumatismos contusos en el cráneo, uno, en el frontal y otro en el parietal izquierdo «que probablemente habrían sido realizados con una espada o incluso con un hacha, dos armas comúnmente encontradas en yacimientos de esta época tanto a nivel peninsular como europeo. Las huellas que vimos en los huesos eran el tipo de fractura, el ángulo y el perfil de las mismas. Todo ello nos denotaban que se habían producido en un momento perimorten, es decir, en los instantes de la muerte del individuo, por lo que ese individuo murió tras recibir esos golpes». Esto es, asesinado.
El segundo individuo, que se hallaba casi un kilómetro hacia el interior de Cueva Palomera desde la entrada principal, en la Sima Dolencias, no conservaba el cráneo por culpa de una remoción de materiales en época antigua, posiblemente para extraer sedimentos de la cueva -práctica común para encalar las casas a comienzos del siglo XX-. «Pero lo más interesante de este individuo es que las lesiones de violencia que documentamos estaban focalizadas en la parte torácica izquierda del esqueleto: tenía diferentes traumatismos prácticamente en todas las costillas izquierdas, siendo algunas perimorten pero otras postmorten. Y también lo que nos hizo indicar también una muerte violenta es que tenía dos puñaladas, dos marcas de corte en la novena costilla, así como 19 marcas de corte más localizadas en la clavícula y en la primera costilla izquierdas. Estas denotaban mayor precisión: es posible que una vez ya inconsciente o incluso muerto el individuo, se le realizaran esta serie de incisiones a la altura de la zona de la arteria cariótida izquierda. Puede ser ensañamiento o que quisieran desangrar rápido al individuo para luego hacer algún ritual con esa sangre, cosa que no se puede probar, o bien para que el cuerpo pesase menos y se pudiese transportar más fácilmente», explica el antropólogo.
La arqueólogo Ana Isabel Ortega muestra una imagen con los restos de uno de los individuos encontrados en Cueva Palomera. - Foto: Alberto RodrigoUno de los individuos presentaba dos traumatismos en la cabeza hechos por una espada o incluso por un hacha"
Los asesinados eran dos varones adultos, de entre 30 y 40 años. «Sus huesos han revelado que hacían altos niveles de actividad física, que hacían movimiento repetitivo de flexión de los brazos, que se desplazaban grandes distancias o al menos por terrenos abruptos, como revelan los marcadores músculo esqueléticos que hemos encontrados en los huesos de las piernas». Su alimentación era la propia de la época: consumo de cereales como el trigo o la cebada, complementada por proteína animal de diferentes especies domésticas. Y ambos individuos encajan dentro de lo que se ve en otras partes de Europa y de la península ibérica en yacimientos con huellas de violencia: suelen ser hombres adultos los que aparecen asociados a este tipo de contexto, lo que está denotando también la figura del guerrero que tanto se ha discutido durante décadas», añade.
Si fueron miembros del propio grupo o del grupo rival, «lo cierto es que el deseo de ocultamiento de los cadáveres es manifiesto. Transportar dos cuerpos inertes implica ese deseo de ocultación». Además, cuando la arqueóloga burgalesa Ana Isabel Ortega hizo la excavación de ambos depósitos sepulcrales «no encontró ningún tipo de ajuar funerario, ni elementos de adorno, ni cerámicas, que suelen encontrarse en contextos funerarios de este tipo. Parece que hubo intencionalidad en esconder a los individuos».
El otro tenía dos puñaladas y 19 marcas de corte que pudieron ser realizadas postmortem"
Más evidencias. Explica Borja González Rabanal que el análisis de ambos restos ha proporcionado prácticamente la misma datación. «Se pueden asociar ambos eventos como casi sincrónicos; si no son del mismo momento, son muy cercanos en el tiempo. Eso denota que pudo existir algún tipo de conflicto, o un aumento de al menos de la conflictividad social en esos momentos en esta zona del norte de Burgos. Además, tenemos documentado que en otros yacimientos del norte de la provincia de Burgos, la Rioja alavesa o incluso Navarra, desde el Neolítico final, y sobre todo desde el Calcolítico, también se han documentado evidencias de violencia. En la Edad del Bronce eran muy pocas las evidencias hasta el momento, parecía que era una época de más estabilidad política; es la primera gran cultura europea con una gran red de intercambios comerciales a gran escala, desde el Báltico hasta el Cantábrico con conexiones con el Mediterráneo, que es donde estaban en ese momento las culturas micénica y minoica. Es una época de mucha movilidad tanto de personas como de mercancías. Había pocas evidencias de violencia, pero poco a poco se están encontrando más».
Parece, pues, «que no fue tan pacífica como se pensaba, que también debió haber conflictos como en otras épocas prehistóricas. No es descabellado pensar que la conflictividad social en este periodo existió. Al menos en el entorno de Ojo Guareña así fue, ahí están los casos». Pero hay más, avanza el arqueólogo de la Universidad de Cantabria: «Estamos estudiando ahora otros materiales de otras cuevas de Burgos y parece que pueden salir más evidencias en el futuro». Otro aspecto interesante es que los estudios genéticos que se han venido realizando en los últimos años demuestran «cómo en la transición del Calcolítico a la Edad del Bronce cuando se produce una migración proveniente de Europa hacia la península ibérica que trae consigo una nueva ascendencia genética relacionada con pobladores de las estepas centroeuropeas que paulatinamente, y a partir del Bronce, fueron desplazándose y sustituyendo las poblaciones de Europa occidental. Eso también ocurre aquí. Cuando una población es desplazada o absorbida por otra con un mayor desarrollo tecnológico y una mayor estructuración social, lo lógico es que surjan conflictos», concluye el arqueólogo.
Estamos estudiando otros materiales de otras cuevas y parece que puede haber más evidencias de violencia"