La esperadísima y promocionadísima serie ‘El Cid’, estrenada en la plataforma Amazon Prime Video hace una semana, ha recibido algunas críticas amables, si bien la mayor parte han sido feroces. Ha sido calificada como un ‘Juego de tronos’ cañí, acusada de escaso rigor histórico, reprobada por un guion pobre en el que ni siquiera los diálogos se ajustan a cánones medievales -que más parecen, en ocasiones, charletas de barrio del siglo XXI-, o donde doña Urraca manifiesta a cada paso un vehemente feminismo nada creíble... Dos reputados historiadores, expertos en la figura y la época delCampeador, analizan para este periódico la primera temporada de la serie. A David Porrinas, autor de El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra (Desperta Ferro, 2019), le ha gustado. «Es cierto que puede parecer un poco lenta, pero lo he entendido como un arranque de presentación en el que es necesario explicar un contexto que es complejo y unos personajes que no todo el mundo tiene por qué conocer». Para el historiador extremeño, esta primera temporada cubre un periodo muy breve de la vida del Cid, «que es un periodo del que no conocemos mucho de Rodrigo Díaz, poco más que llegó a la Corte de Fernando I de León sin saber en calidad de qué; se sabe que trabó cierta amistad con el primogénito del monarca, Sancho, el que será primer rey de Castilla. Sabemos que es en León donde empezó a entrenarse y a formarse no solo como caballero, que es lo que muestra la serie, sino también en ciertas nociones de letras; se educa como los príncipes. Lo que se ve en la serie es ese entrenamiento como caballero y creo que es bastante fiel a lo que podría ser la historia».
No hay, pues, nada del Cid legendario en la serie. Y sí mucho de lo poco que se conoce de sus primeros años. Otra cosa distinta es que se den gazapos. «Los hay normales, que pueden entenderse como licencias de ficción o poéticas. No deja de ser un producto de ficción, no es un documental. Ese tipo de licencias son normales. También hay anacronismos, elementos que no son propios de esa época y sí de otras posteriores, como la forma de los castillos, por ejemplo, que son más del siglo XIV o XV, pero es lo que tienen. O los matacanes, o un tipo de ballesta que no aparecería hasta la segunda mitad del siglo XII.O emblemas heráldicos de León y de Castilla que son posteriores: no está documentado que ni el león ni el Castillo estuvieran en esa época. El león empieza a utilizarse en el reinado de Alfonso VII».
Destaca Porrinas que la batalla de Graus que aparece en la serie es «espectacular» y que se puede considerar como muy bien contada. «Me parece que es de lo mejor que tiene la serie.Está muy bien hecha. Y tema del manejo de la lanza, que se utilizaba entonces más que la espada, es de lo que más me ha gustado. En esa época de la juventud del Cid es cuando se está asistiendo en Europa a un cambio en la manera de empuñar la lanza en el combate a caballo; se pasa de empuñarla como quien fuera a lanzar una jabalina o agarrándola del brazo, colgando pero separándola del cuerpo, a una tercera de origen normando, que es la lanza agarrada fuertemente entre el costado y el brazo del caballero, imagen que después aparecerá recurrentemente en la iconografía románica. Ese detalle me ha gustado mucho. La primera carga de caballería a la normanda de la que se tiene constancia histórica es en una batalla que precisamente gana el Cid a los almorávides en Bairén. Esa parte del armamento, los yelmos, las espadas, los escudos, está muy bien reconstruida».
Muchos críticos se han llevado las manos a la cabeza cuando han visto la espada que empuña el Cid, que es la Joyosa que se atribuye a Carlomagno. «En todo caso, morfológicamente, es una espada que se parece a un tipo de espada de la época del Cid. Y, sin embargo, la Tizona no.La espada a la que llaman Tizona es de finales del siglo XV, princpios del XVI. Es una espada renacentista como la que podía tener Hernán Cortés. La que le han puesto al protagonista se parece más a las que había en la época», apostilla Porrinas, a quien le ha seducido también el perfil de algunos personajes femeninos de la serie. «Se reflexiona sobre la naturaleza del poder femenino en un momento en el que era imposible que una mujer pudiera ser reina sin ser consorte. La primera reina titular o privativa fue Urraca de León, hija de Alfonso VI. También me parece lograda la imagen que dan de los musulmanes. El mundo que retrata la serie es muy complejo y creo que la serie lo presenta bien. Porque está todo por venir en la vida del Cid. Habrá que esperar a la segunda temporada», apostilla.
El filólogo, arabista y heraldista Alberto Montaner, autor, entre otras obras, de El Cid: mito y símbolo y de una edición crítica del Cantar, se muestra un poco más desencantado con el resultado. Alaba algunas cuestiones de la serie, pero critica duramente otras. «Había leído críticas tan infames que no me ha parecido para tanto. Se deja ver. Aunque, realmente, en algunas cuestiones podía haber sido más elaborada y no tanto en la parte propiamente histórica, sino en la artística, dramática». Así, Montaner también tiene claro que los gustos son variados, personales e intransferibles. Con todo, cree que ‘El Cid’ es un quiero y no puedo. «Con el tema que tenían y con el presupuesto que han manejado, podía haber sido absolutamente espectacular. La temática es tan rica y tiene unos personajes tan interesantes... La ambientación, en términos generales, al margen de algunos anacronismos inevitables -no podemos recrear la vida del siglo XI porque realmente no lo sabemos-, está bien, es medieval, aunque sepamos con seguridad que es posterior. Pero eso es irrelevante. El problema no es ese. A mi juicio, en este caso, el problema son los personajes bastantes planos o las relaciones entre los jóvenes, que parecen que están sacadas de una comedia de instituto. Si no estás dispuesto a hacer el esfuerzo de recrear el ambiente, ¿para qué haces una película histórica? Pero además de ese tono anacrónico o fuera de lugar, todo es predecible: los buenos son muy buenos y los malos muy malos. Pero es que la intriga, totalmente inverosímil en términos puramente históricos, de los nobles leoneses contra Fernando es una licencia; pero lo otro es tirarse a lo fácil, es la actitud prefabricada, de estereotipo de personaje de manual de hacer guiones».
Para Montaner, solo hay dos personajes que tienen su enjundia: uno, el abuelo del Cid; el otro, la reina Sancha, esposa de Fernando, «que se debate entre los político y lo personal. Eso le da complejidad. Es la primera temporada. Creo que aún están a tiempo de remediarlo. Y creo que merecería la pena».Otro gran fallo, desde su punto de vista, es que la serie «confunde a las mujeres fuertes. Una cosa es un personaje femenino fuerte, y que actúen con esa fortaleza que deja claro que no se pliegan delante de los varones, y otra muy diferente que te lancen un mitin todo el rato, porque se convierte en un panfleto insufrible y ridículo: es totalmente anacrónico y parece que te están leyendo la cartilla. Me parece a mí que se podía haber hilado un poco más fino».
Sobre Jaime Lorente, el actor que encarna al Cid en la serie de Amazon, Alberto Montaner le hubiese puesto barba. «En esa época, el Cid era joven, sí, pero ya era un hombre hecho y derecho. Y el aspecto es el de un adolescente.Pero bueno, pese a que el muchacho tiene ese aspecto de macarra que le pegaba mejor para ‘La casa de papel’, una vez metido chirría menos. Eso sí, la barba era preceptiva, aunque fuera un poco rala. Es que tiene una cara extraordinariamente moderna. Pero bueno, en la historia funciona bastante bien.Otra cosa son las actitudes que le han puesto como un rebelde sin causa. Creo que a la serie le falta garra. No es cutre, como se ha dicho. Pero le falta garra, fuerza.El fallo fundamental es de guion, por más que la trama, en conjunto, esté bien, y aunque la ambientación incurra en tópicos habituales en la caracterización de ambientes medievales -velas y antorchas por todas partes, lámparas colgadas del techo, gente con pantalones en lugar de calzas-... Pero bueno, no ha quedado mal, aunque pudieran haberse pulido detalles. Y a estas cuestiones no les daríamos trascendencia si la historia enganchara por completo, si cautivara. Es un quiero y no puedo más en lo audiovisual que en lo histórico, donde no es un desastre ni una aberración. Aunque es una producción digna, le falta fuerza, garra, tensión...».