Lo peor de la enfermedad del coronavirus se ve en las unidades de críticos, en las que el impacto de la tercera oleada implica que el teléfono no deje de sonar y que el grupo de WhatsApp de los servicios de Medicina Intensiva de Castilla y León arda. Hay mucha necesidad de camas y muy pocas unidades con posibilidad de ofrecerlas. La del HUBU es casi la única que aún puede hacerlo y, de hecho, 19 de sus 36 pacientes covid ya proceden de otras provincias. Primero fueron Segovia y Palencia y, desde ayer, también Valladolid deriva.
Diario de Burgos es el único medio de la provincia que ha podido entrar en la UCI del HUBU en estos once meses de pandemia. Y ha sido cuando había una ocupación casi del 200% con respecto a su capacidad estructural. Es decir, que un servicio dotado para 26 críticos trata a 48, con covid y con patología diversa. Y son conscientes de que el volumen seguirá aumentando. Pero lo llevan con calma; tanta, que nadie diría que están asistiendo al doble de pacientes de los que podrían atender en circunstancias normales. «La clave es un trabajo en equipo, liderazgo y planificación», coinciden los profesionales, desde el equipo de limpieza hasta la dirección del servicio. Todos tienen su papel en ese no parar que caracteriza a una unidad de críticos y que Diario de Burgos mostrará desde mañana en una serie de reportajes.
La del HUBU empezó la semana con 56 camas abiertas y puede llegar hasta 63; se van abriendo en función de la llegada de pacientes. Pero el quehacer cotidiano, explican, no lo determina el volumen de enfermos, sino sus necesidades. En su visita, este periódico fue testigo de cómo se intubó a un paciente que no respondía a la ventilación no invasiva, cómo se le hizo una traqueotomía a otro que ha mejorado lo bastante como para ir retirándole la sedación y ayudarle a tomar de nuevo contacto con la realidad, o cómo se organiza y ejecuta algo aparentemente tan sencillo como dar la vuelta a un enfermo de covid para que, boca abajo, el aire entre en los pulmones con más facilidad.
Es un trabajo continuo y apasionante, a pesar de lo dramático. A pesar de lo impactante que es observar a esos padres, madres, abuelos o hermanos en plena quietud cuando uno sabe que están inmersos en una fatigosa carrera contra una infección que puede ser mortal. La parte dura, claro, es constatar que se quedan a la zaga y que no se puede hacer nada para cambiarlo. Cumplir el deseo de la familia de que no mueran solos y, llegado el caso, coger la tablet o el teléfono para informar mediante videollamada de que la infección esquivó todas las trabas que se le pusieron. Pero la mayoría de las veces es para informar de lo contrario, de que la vida continúa. «No entendemos el trabajo de UCI sin implicarnos con la familia, en lo malo y en lo bueno, que es lo que nos motiva», dicen, admitiendo que sí, que llevan once meses a un ritmo nunca imaginado, pero que ganas no faltan. «Aquí es donde se demuestra la vocación», dicen los protagonistas, en un relato compartido con la sociedad a través de DB.