"Debe pesar más la verdad que la presión"

ÁLVARO MELCÓN / Madrid
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El rincón de pensar (II) | Pedro García Cuartango, periodista

Pedro García Cuartango, periodista. - Foto: Valdivielso

Miranda de Ebro, 1955. Hijo, nieto y bisnieto de ferroviarios. Le nacieron en Miranda y pasó su infancia en Burgos, donde decidió su futuro leyendo los periódicos que 'robaba' a su padre. Pedro García Cuartango comenzó Filosofía y marchó a París para regresar a estudiar Periodismo en la Complutense. Pasó efímeramente por la redacción de La Voz de Castilla, pero su primer empleo 'profesional' lo encontró en Barcelona, en la revista Actualidad Electrónica. Volvió a Madrid mediados los 80 y formó en cabeceras históricas como Cinco Días o Diario 16 y en proyectos frustrados como El Globo, un semanario de Prisa que no funcionó, y El Sol. En 1992 se fue a El Mundo de Pedro J. Ramírez, con el que mantendría una larga relación laboral bipolar. Estuvo al mando de casi todas las secciones hasta que le encargaron la dirección en mayo de 2016. Chocó con los editores y, un año después, fue despedido. Es columnista de ABC.

Llega puntual. Acaba de comprar 'El ancho mundo', del magnífico Pierre Lemaitre, y esa es toda la carga que arrastra la imponente figura de García Cuartango. Él, encastado entre ferroviarios y determinado a conocer un mundo efervescente con tendencia a la implosión, fue el chaval mirandés que llegó a dirigir El Mundo, uno de los medios cruciales en la España contemporánea. Allí acabó crucificado, algo que a nadie que le conozca le puede sorprender porque invoca los valores castellanos como propios, y eso lesiona la piel de los poderosos.

Cuando niño, su padre, que había logrado entrar en la Renfe como antes lo hicieron su abuelo y su bisabuelo, se hizo abogado y mudó a la capital. A Burgos. Al barrio de 'las mil viviendas', aquella faraónica construcción social del régimen hoy conocida como barriada de Juan XXIII. Se educó con los Jesuitas y jugó al fútbol (su indisimulada pasión) en el campo de Zatorre. Pertenece, por tanto, a aquella generación que estudiaba caligrafía y, en su caso, purgaba limitaciones con el dibujo técnico o las matemáticas. Abrazó la izquierda cuando París y la Filosofía le abrieron los márgenes. Conoció la Barcelona de la Transición y arraigó en el Madrid de la movida, primero, y del milagro español, después.

Pedro García Cuartango, periodista.Pedro García Cuartango, periodista. - Foto: Valdivielso

Y allí sigue, en su barrio. En el filo de la plaza de República Dominicana que ETA vinculó para siempre a su vesania, Pedro García Cuartango es uno más. El quiosquero le conoce. La camarera le conoce. En el mercado le conocen. Nadie le señala. Es Pedro. Un tipo decente con el que conversar es un apasionante deporte del que no nos distrae ni el infumable reggaeton que escupe el hilo musical del local en el que paramos a tomar café a dos mesas de Pilar Cernuda, que hace lo propio con una amiga.

Llama la atención que un tipo tan reflexivo como usted acabara en una jungla como esta…

Yo siempre quise ser periodista. A mi padre se lo dije cuando tenía 13 o 14 años, cuando ya leía el Diario de Burgos. Yo esperaba a que mi padre llegara a casa, me abalanzaba sobre él y le quitaba el Diario de Burgos. A veces, él compraba también el Ya o el ABC, y yo se los quitaba. Me mantuve firme y, cuando terminé el Bachillerato, mi padre me preguntó qué quería hacer y le dije que quería estudiar Periodismo en Madrid. Mi padre, que era abogado, no tuvo ningún problema, aunque primero empecé Filosofía.

Pedro García Cuartango, periodista.Pedro García Cuartango, periodista. - Foto: Valdivielso

Eran años convulsos en España en los que usted incluso viajó a Francia y tomó contacto con otras corrientes de pensamiento. Eligió, en cierto modo, el choque cultural.

Totalmente. Yo no acabé Filosofía, lo dejé. Lo dejé porque era un sinsentido aquella Filosofía que se estudiaba en la Complutense en el año 72-73. El 'Manual de Introducción a la Filosofía' decía que el fin de la Filosofía era la salvación del alma. Era una concepción muy tradicional y yo no quería estudiar esa Filosofía. Me fui a París y estuve un año en una Universidad llena de herederos de Mayo del 68. Allí descubrí un mundo. Descubrí a los clásicos y empecé a leerlos. Esa influencia fue determinante para mí.

Pero se quedó con el periodismo.

Pedro García Cuartango, periodista.Pedro García Cuartango, periodista. - Foto: Valdivielso

Sí, yo siempre he tenido claro que soy periodista. El periodismo es un oficio y yo soy periodista. Otra cosa es que yo creo que los periodistas tenemos que leer libros y periódicos. El periodista es un ser ávido de conocimiento. Tengo una formación filosófica como autodidacta y para mí es esencial, pero yo soy periodista. Esto es algo que se aprende como se aprende a hacer muebles. El periodismo no es una ciencia.

Un oficio no exento de quijotismo. Es muy difícil hacer periodismo y no tener encabronado a medio mundo.

Ya lo sabes. Recibes presiones y el oficio del periodismo requiere ser independiente, resistir a las presiones y, a veces, pasar momentos muy difíciles. Como decía Kapuscinsky, un periodista es una buena persona. Yo creo que el buen periodista tiene que tener amor a la verdad, a su oficio y a su profesión, porque es lo único que te compensa los sinsabores. No estamos bien pagados, no tenemos prestigio social, el trabajo es muy duro… Este oficio solo se puede hacer si realmente lo amas. Yo no tengo ninguna duda de que si volviera a nacer, volvería a ser periodista.

Si volviera a nacer, volvería a ser periodista"

Kapuscinsky también decía que nuestra labor no es pisar las cucarachas, sino encender la luz para que todo el mundo vea cómo corren a esconderse…

Totalmente de acuerdo. El periodismo es eso, iluminar la realidad. Es informar mucho más que opinar, que también es importante. El periodismo es un ejercicio de contrapoder, de vigilancia del poder. El periodismo siempre tiene que ser crítico con el poder, gobierne quien gobierne. El periodismo debe ser una voz molesta.

Y no militante…

Por supuesto. El periodista no debe firmar manifiestos ni adherirse a partidos o programas. Debe ser independiente y conservar una mirada crítica con la realidad.

Eso no exime a los medios de tener una legítima línea editorial.

Deben tenerla, es legítimo y necesario. Decía Hegel que el periodismo es adoración matutina. Los lectores se identifican con una línea, los periódicos tienen principios y defienden una visión de la vida y unas ideas, pero eso nunca debe ser incompatible con la independencia y con la mirada crítica. Si hay corrupción, la obligación de los periodistas es denunciarla.

El País le plantó el GAL a Felipe en portada y El Mundo publicó los SMS de Rajoy a Bárcenas…

Sin duda. Yo entonces era el jefe de Opinión de El Mundo, asistí a ese proceso y así fue. Las revelaciones de El Mundo fueron muy dolorosas para el PP. A mí me llegó a decir un presidente del Gobierno: Sois implacables en la denuncia a la corrupción contra el PP, creo que os estáis pasando. Le dije que no nos estábamos pasando porque eso era nuestra obligación. Te aseguro, le insistí, que si gobernara el PSOE sería igualmente duro con ellos.

Es todo un clásico eso de 'qué bien tratas a otros y qué mal me tratas a mí'.

Siempre, pero no es verdad.

Al lector hay que enseñarle a encajar. A entender que va a tener que leer cosas que igual no le gusta leer.

Es necesario. Yo lo hice cuando era director. Ocurre que topas con muchas inercias. Hay resistencia e incomprensión por parte de la empresa, hay presiones externas… A veces es difícil. Pero, sobre todo, tienes la resistencia de tus lectores. Por ejemplo, he visto en ABC que hay lectores que no aceptan las críticas a la labor del rey emérito, pero es evidente que la actitud del rey emérito no fue ejemplar. Uno puede ser monárquico y criticar esas actitudes muy poco ejemplares y que suponen un grave descrédito para la Monarquía. No es incompatible ser monárquico y criticar al Rey Juan Carlos cuando ha hecho cosas que son censurables.

Las redes son el reino del terror, del gamberrismo, de la falta de respeto. Un lugar donde te insultan por decir la hora. Pero también te hacen llegar a una masa enorme de personas y yo no puedo despreciar ese potencial"

Suelo recomendar al que quiera dedicarse a la prensa y no recibir presiones que abra un quiosco.

Yo también he vivido eso, y decir cosas contra tus lectores es la mayor dificultad. Pero es que aquí no estamos para complacer o para caer bien, ni siquiera a los lectores. Estamos para hacer un producto serio, solvente y creíble. Eso, a la larga, debe ser la apuesta del periodismo, y no halagar los oídos de quienes te compran cada mañana.

Humanidad, poder y dinero

Hay algo en la personalidad de García Cuartango que llama mucho la atención. Cuando alguna disciplina le atrae, necesita dominarla. No vale escribir regular. No sirve conocer un par de citas filosóficas. No es suficiente saber cómo funciona la bolsa. Hay que luchar por el magisterio, por el dominio de la materia que vas a amplificar a través de tu trabajo. Eso es una forma de responsabilidad personal, profesional y social que no cotiza al alza pero que él predica con el ejemplo.

En el periodismo, como en cualquier otra actividad humana, la tecnología lo ha colonizado todo. Las redes son un colector en el que se vierten aguas prístinas y fecales al mismo tiempo. La lucha de la razón y la víscera está abierta y alcanza a parlamentos, medios y audiencias. Es sencillo colegir cuál es su bando, pero que haya elegido no significa que vaya ganando.

Fue uno de los primeros periodistas que se especializó en tecnología...

Casi el primero (ríe). Mira, yo fui el primero que vio un disco digital, un sistema digital de grabación de sonido. Lo presentó Telefunken, una empresa alemana, en Hamburgo. Sería el año 79. Vi en Estados Unidos, en los laboratorios de ATT, la primera fibra óptica cuando nadie sabía lo que era. Vi el primer láser disc en unos laboratorios de Phillips en Estados Unidos. Asistí al lanzamiento de los microprocesadores, que fue la gran revolución de la electrónica. Esto (sujeta el móvil) existe gracias a los microprocesadores. Estuve seis años en una revista técnica de Barcelona que se llamaba Actualidad Electrónica, y sí, ahí asistí a esa revolución.

La tecnología nos iba a salvar, a convertirnos en una superespecie. Por lo que nos toca, nos ha llevado a un sistema muy orwelliano…

Estoy de acuerdo, sí. Eso ya lo advertía (Martin) Heidegger en los años 20. Cuando escribió 'Ser y tiempo', ya estaba muy preocupado por la deshumanización de la técnica, que en su desarrollo conllevaba un componente de alienación. Eso se ha confirmado a lo largo del siglo XX. La técnica tiene posibilidades de liberación de la gente, nos ayuda a vivir mejor, ha alargado la vida de las personas y contribuido al bienestar, pero también tiene un elemento de enajenación y de distanciamiento del otro, de pérdida de una serie de valores. Hay que medir muy bien los equilibrios. Ahora mismo estamos viendo algo que a mí me preocupa mucho: la brecha digital. El desarrollo de las tecnologías está dejando fuera a prácticamente una tercera parte de la población que, por razones de edad o de capacidad económica no tiene acceso a esas nuevas tecnologías.

El impacto ha sido brutal en el caso de la comunicación. Hay muchas aristas en la 'digitalización del periodismo'. Entre otras, discernir qué es periodismo y qué no lo es. Hay mucho interés por meter en la misma bolsa el trabajo de un periodista que se juega su nombre, su trabajo y hasta una querella, y el de cualquier anónimo que vierte contenidos en las redes.

Así es. El drama en los periódicos ha sido perder el monopolio de la intermediación. Hemos sido los intermediarios entre el público y las fuentes durante dos siglos. Ahora hay muchos canales y es muy difícil distinguir lo verdadero de lo falso. Decía el autor de 'La sociedad del espectáculo' (Guy Debord) que la verdad se ha convertido en un momento de lo falso. Vivimos en una sociedad del espectáculo, en la que el relato desplaza a las ideas, en la que la representación es más importante que el significado… Es un entorno de una tremenda confusión en el que es muy difícil orientarse, y en ese contexto se produce la crisis de los periódicos, que es económica pero también de identidad del producto.

En ese proceso, las audiencias han perdido la depuración que hacen los profesionales de la intoxicación que se puede verter a través de cualquier canal.

Sí, pero eso es consecuencia de la proliferación de los canales. No sé cuántos diarios digitales hay ahora mismo en España, ¿200? Y luego, como dices, cualquiera en facebook o en twitter opina y actúa como una agencia de noticias. Es una selva en la que es muy difícil orientarse. Es una exageración, pero es verdad que a veces pesa igual lo que dice un señor que se cobija en el anonimato de twitter que lo que dice un editorial de El País.

Eso es un drama.

Claro que es un problema. Hay una crisis… Se ha perdido la noción de autoridad clásica. Nosotros hemos sido educados en la idea de una cierta autoridad académica en la que tiene más peso la opinión de Albert Einstein sobre una cuestión física que la de un tuitero, pero ahora parece que todo da igual.

Y sin embargo es usted activo en redes.

Sí, a veces me arrepiento, y es una contradicción, pero lo hago porque es una forma de dar visibilidad a mi trabajo, de llegar a mucha gente. Las redes tienen muchas ventajas, pero se paga un alto precio personal. Yo, como todos los que estamos ahí, he sufrido campañas. Francamente, lo llevo mal, pero es el precio que hay que pagar. Las redes son el reino del terror, del gamberrismo, de la falta de respeto. Un lugar donde te insultan por decir la hora. Hay que leer cosas terribles que se dicen sobre ti sin conocerte, sin base alguna, pero también te hace llegar a una masa enorme de personas, y yo no puedo, como periodista, despreciar ese potencial.

PP y PSOE deben pactar porque eso es un antídoto contra el regreso del fascismo y del populismo"

 

¿Los medios, digamos, clásicos, van a perdurar?

Sí. Ahora mismo, los medios en el sector de la prensa que están ganando dinero son los medios globales internacionales de cabeceras de prestigio. La lista es corta: The New York Times, Washington Post, Los Ángeles Times, The Economist, que es semanal; Le Monde, Frankfurter Algemeiner o el Daily Telegraph. Esos van a resistir porque tienen una economía de escala, un público muy amplio y mucho prestigio, y eso se paga, genera ingresos publicitarios y difusión. Claro, en España la situación es distinta porque las grandes cabeceras, en mucha mayor medida que los periódicos regionales o provinciales, han sufrido una drástica caída de ventas y de publicidad. En algunos casos, yo calculo que del 80%. ¿Qué negocio resiste eso? La prensa de proximidad está más protegida porque la relación es más directa, hay menos competencia en la oferta, pero la prensa nacional está muy tocada.

Los anunciantes quieren esquivar a los medios. Los políticos quieren esquivar a los medios. Los grupos de poder quieren esquivar a los medios… Bueno, parecen argumentos sólidos para seguir adelante.

Sí, pero estamos en un contexto muy hostil. Todo está en contra. El periodismo, en los años 70 y 80, tenía todos los vientos a favor. Ahora está todo en contra. Tenemos que buscar un modelo, volver a captar la atención de los lectores, obviamente con nuevos soportes o formatos, pero el periodismo no ha cambiado. El periodismo que tú haces es el que yo hacía y el que hizo la generación anterior a la mía, que trabajó en el franquismo. Y antes en la Restauración o la República. La esencia del periodismo es la misma: contar lo que pasa, contar la verdad. El periodismo no ha cambiado en los últimos 150 años. Es lo que era y seguirá siendo lo que es. El problema está en cómo llegar a los lectores, en cómo hacer un buen periodismo y cómo seguir captando la atención de la gente.

Con medios materiales y humanos.

Sí, pero estamos en una pescadilla que se muerde la cola. Si caen los ingresos tienes menos gente y menos posibilidades de hacer cosas… Es un ciclo que se retroalimenta, un círculo que hay que romper. Si entras en un proceso continuo de reducir costes, llegará un momento en el que el producto servirá para envolver los bocadillos de sardinas.

También se especializó en Economía durante un periodo de su carrera. ¿El dinero es el motor del mundo?

Sin duda, eso ya lo decía Marx y tenía bastante razón. No soy marxista, pero tenía mucha razón cuando decía que la existencia determina la conciencia. Las condiciones materiales de la existencia humana, el entorno donde naces, tu educación o tu clase social determina en gran parte tu personalidad. Eso es verdad. Hay unos condicionantes materiales en la personalidad de cada uno, pero a pesar de todo somos libres. Como decía Sartre, el hombre está condenado a ser libre.

Por eso es tan importante proteger le permeabilidad social y la igualdad de oportunidades.

Sí, y en España eso lo decía hasta FAES en un estudio que hizo hace 10 o 12 años. En España ha aumentado la desigualdad en los últimos 30 años. Esto es algo que el gobierno de Sánchez no quiere reconocer y por eso mira para otro lado. A pesar de todas las medidas sociales que se han adoptado, la desigualdad también ha seguido aumentando desde el 2018, y eso es un gran problema.

¿Ha visto a mucha gente prostituirse por dinero?

Sí. Tengo 67 años y llevo más de 45 en el periodismo. Hay gente, no solo en el mundo del periodismo, también de la empresa o de la política, que antepone el dinero y los valores materiales a los principios. Eso es un dilema del ser humano.

Cuando eso sucede con alguien particularmente capaz, la tragedia está servida. Se debilita el lado de los buenos.

Eso ya se planteaba en la época de los griegos. La naturaleza humana no ha cambiado, los mecanismos que nos mueven son los mismos. Si lees a Eurípides o a Sófocles, no solo entiendes las tragedias, te ves identificado en los personajes. Los mueven los mismos resortes. Cada hombre se enfrenta a los mismos dilemas y tiene que hacer las mismas elecciones. Es una cuestión de prioridades y del carácter de cada persona. Hay personas para las que el triunfo profesional o el dinero es el valor absoluto al que supeditan todo y hay otras personas que creen más importante ser coherente con lo que piensan. La sociedad también está llena de ejemplos de gente admirable y abnegada que trabaja por los demás.

Tienen que ser más los buenos que los malos o esto no funcionaría.

Probablemente.

Me preocupa mucho que se repitan los errores del pasado que nos llevaron a la Guerra Civil. Hay que ser generoso y tolerante"

Hace 45 años estábamos en una dictadura militar y ahora somos una de las 20 mayores economías del mundo. No se puede pensar que todo es un detrito.

Yo tampoco lo creo, estoy de acuerdo. España, y lo puedo decir con conocimiento de causa, ha sufrido un salto muy positivo. La Transición dio comienzo a la mejor etapa de nuestra historia. Desde las elecciones generales del 77 hasta la crisis del 2008, fueron 30 años de un salto enorme en la prosperidad, cultura y libertad. España es un país mejor. Ahora bien, ha habido una involución.

Papá, ¿cómo vas a seguir en un periódico del que te han echado de director?

No lo oculta: el sectarismo es su némesis y el conocimiento es el antídoto. Es importante, en consecuencia, que la ignorancia no colonice el poder. Y, llegado el caso, que exista quien tenga autoridad para advertirlo y, sobre todo, medios para denunciarlo. Ahí, en la fricción entre el poder y los medios, es donde saltan las chispas. Donde quien tiene que tomar decisiones se juega el pellejo propio y, en ocasiones, ajeno. Donde hay que decidir entre comodidad e integridad. Donde te ponen en la puta calle por ser impermeable al manoseo político y económico, ese pecado mortal.

García Cuartango ha execrado de la radicalidad y eso le ha puesto en la diana, en la línea de fuego de quienes pretenden pastorear masas clónicas sin espíritu crítico ni voluntad de redención. Pero le aterra y no lo oculta. Invoca la historia de España, que no es una colonia de ultramar, para señalar que la catástrofe comienza cuando el diálogo se rompe. Y sí, tiene agallas para pedir un pacto de Estado entre los grandes partidos, para proponer límites al adanismo que ha arrastrado al país a un permanente ataque de nervios.

¿Qué ve y escucha en una sesión parlamentaria?

Lo mismo que tú. Un nivel intelectual muy bajo, un sectarismo que es una mezcla entre ridículo y patético, eslóganes, consignas. Todo son relatos. Hoy mismo he escuchado a Sánchez en su comparecencia en el Parlamento esa idea de los de arriba y los de abajo. Son estereotipos, clichés que ya no obedecen a la realidad. El parlamentarismo, en estos momentos, tiene los niveles más bajos desde la Transición. Y si te tomas el trabajo de leer a los grandes cronistas de la República, como Josep Plá, verás en las actas parlamentarias que hay una distancia de años luz entre los debates con Azaña, Prieto, Largo Caballero, Victoria Kent o Lerroux y los debates que hay ahora en el Parlamento. Es una caricatura. Es muy importante conocer la historia, por eso creo que el periodista está obligado a estudiar la historia moderna de España para entender lo que nos está pasando.

¿Y qué es?

Lo que nos está pasando no es nuevo. En España hay unas constantes que se ven muy claras en nuestra historia. Una dialéctica conservadores-liberales, monárquicos-republicanos, católicos-anticlericales…

Una lógica binaria.

Exactamente. Una lógica de la confrontación de la que no nos salimos. Es importante mirar a la historia para entender muchas cosas. El gran pecado de Podemos y, en parte, de Vox, es el adanismo. El mundo no empieza ahora. Yo siempre he defendido la moderación y el diálogo. Me preocupa mucho que se repitan los errores del pasado, los que nos llevaron a la Guerra Civil. Hay que ser generoso y tolerante, admitir que el contrario puede tener razón. Y hay que pactar. PSOE y PP tienen que pactar porque eso es un antídoto contra el retorno del fascismo y del populismo y solo en esas condiciones se podrá seguir avanzando.

Antes hablaba del eslogan y la consigna. Si nos atenemos a Wittgenstein y los límites del lenguaje de una persona son los límites de su mundo, vivimos tiempos de líderes con mundos muy pequeños…

Efectivamente. La idea de Wittgenstein y de Schrödinger es que el lenguaje es un traje al que nos tenemos que acomodar. Los límites del mundo son los límites del lenguaje, efectivamente, y eso es esencial en la política y en la vida. Comprender los límites, comprender que nuestra visión del mundo está siempre tamizada por nuestra subjetividad, que no existen las verdades absolutas, que no podemos imponer a los demás nuestra visión del mundo y tenemos que ser tolerantes. Esto, decirlo ahora en España, parece una herejía. Te llaman cobarde, te dicen que eres equidistante y que no te quieres mojar. Y no es verdad. Puedes ser todo lo firme que quieras en tus principios, pero eso no te impide ser comprensivo o dialogante con quien no piensa como tú.

O te echas al monte o eres un flojo. Otro clásico.

Pero es que echarse al monte sabemos a dónde nos condujo en el siglo XIX y en el XX. Guerras Carlistas, la dictadura de Primo, el fracaso de la República, la Guerra Civil… Es que tendríamos que aprender del pasado. No podemos imponer las ideas a los demás por muy arraigadas que estén nuestras convicciones. Tenemos que crear un espacio de tolerancia y de libertad, y eso espacio tiene un nombre: se llama democracia.

A mí me llegó el caso de Cristina Cifuentes y las cremas, pero decidí no publicarlo porque era una violación de la privacidad

y el daño resultaba desproporcionado"

El desprecio al pasado no es solo de los radicales. Antes hablaba usted del adanismo y me venía a la cabeza la estupidez de Albert Rivera cuando dijo que nadie nacido antes del 78 podía liderar la regeneración política.

Eso es infantilismo, efectivamente. Un adanismo que ha permeado en la clase política en todos los partidos, pero yo creo que Podemos es el ejemplo más claro. El mundo no lo hemos inventado nosotros, los problemas de la Humanidad no son nuevos. Al final, los problemas tradicionales son tres o cuatro: el reparto de la riqueza, los derechos, la igualdad de oportunidades y el respeto a la libertad. Eso es fundamental, nada se hace sin libertad. Yo, que he sido una persona de izquierdas, tardé mucho tiempo en darme cuenta de los horrores del comunismo y del estalinismo. El comunismo soviético fue un sistema criminal que erradicó la libertad, creó el sufrimiento en millones de personas y envió a muchos millones a la muerte. Nada se construye sin libertad, y eso es algo que deberíamos haber aprendido del siglo XX.

Qué peligro cuando los sistemas se imponen a los derechos y libertades fundamentales del individuo.

Es muy peligroso, sí, y ahí la izquierda ha cometido el pecado de su falsa superioridad moral, de pretender dar lecciones de ética a los demás. Es un grave error. Todas las convicciones son legítimas. Puedes estar a favor o en contra del aborto o la eutanasia, pensar lo que quieras sobre la sanidad, los impuestos o la educación, pero la Ley, que la hace el Parlamento, es la que regula el comportamiento social. Por tanto, es esencial tener esa visión. Las convicciones personales de cada uno son sagradas, pero hay que respetar la Ley y las reglas de la mayoría. Y eso no es incompatible con el respeto a los derechos de las minorías, que es un elemento esencial de la democracia. Hablamos de los derechos humanos, eso ya está en la Revolución Francesa y en la Ilustración. En Voltaire, en Diderot, en Rousseau. No hay nada nuevo bajo el Sol.

Volvamos a su experiencia en primera persona. Hay un momento crítico en su carrera, que es cuando después de 20 años trabajando en la sombra, y eso no es peyorativo, con un director tan totémico como Pedro J. Ramírez…

Teníamos unas broncas monumentales. Algunos compañeros me dicen todavía que nos recuerdan a Pedro J. Y a mí gritándonos en la redacción…

…da el salto a la Dirección de El Mundo y sale de la sala de máquinas para exponerse en un momento crítico para el medio y para el país.

Había una crisis brutal en el periódico. Había habido tres huelgas, algo inédito en El Mundo, y buscaron una persona de consenso entre la redacción, alguien que conociera bien los entresijos y que pudiera dirigir el periódico en unas circunstancias tan difíciles. Por eso me eligieron. Enseguida me di cuenta de que mi vida iba a ser corta porque tuve abiertos enfrentamientos con el editor. Hubo una injerencia diaria del editor para intentar condicionarme y yo jamás lo acepté. Así que duré un año y una semana, pero jamás me plegué a las presiones. Entre otras, por razones de edad. Mi único patrimonio es mi honorabilidad y honestidad personal y profesional, y yo eso nunca lo he puesto en juego. Durante un año y una semana hice el periodismo que tenía que hacer, con mis errores y carencias. Sería necesario hacer autocrítica porque cometí errores, pero siempre fui honesto en mi trabajo.

Lo tremendo sería que dijera que no cometió ningún error.

Cometí muchos. A veces, mi obsesión por sacar noticias me llevó a publicar cosas no suficientemente contrastadas. Debería haber escuchado más a las partes afectadas. A veces, mi afán por competir me llevó a forzar los titulares y quizás en eso me equivoqué, pero jamás lo hice de una forma consciente y con la intención de manipular, sino llevado por un prurito que tenemos los periodistas desde la facultad.

Es necesario invocar el derecho al error sin que eso signifique a uno le sitúen en el error permanente. En España somos muy de juicios sumarios.

Yo siempre he estado obsesionado con hacer bien mi trabajo y, efectivamente, hay reproches absurdos. Hombre, ¿y el médico que ha operado mil veces un corazón lo ha hecho todo siempre bien? No. Yo he cometido errores. Al periodista no le puedes pedir que no cometa errores. Le puedes pedir que sea honesto, y yo creo que lo he sido. Ese reproche no deja de ser una especie de autojustificación del que lo hace. Te reprochan que te has equivocado. Sí, ¿y qué? ¿Cuál es la alternativa? ¿Que no haga mi trabajo? ¿Que no exista el periodismo? ¿La alternativa a que una persona pueda morir en el quirófano es que no haya operaciones de corazón? Es absurdo. Nada es perfecto. En periodismo necesitamos hacer una autocrítica que a veces no hacemos, pero a pesar de todo, el periodismo sigue siendo un elemento esencial de vigilancia del poder.

Cuando diriges una cabecera de alcance nacional se produce una toma de contacto directa con las personas que manejan los hilos del país. ¿Qué encontró en ese mundo?

Yo siempre mantuve mucho la distancia. Tenía la ventaja de llevar muchos años y eso te da agenda, contactos y mucha información. Tenía muchísima información que luego publicaba, claro, pero siempre mantuve la distancia. Siempre dejé claro a la clase dirigente que para mí lo primero era la información. El periodista no se puede convertir en un cómplice del poder a cambio de información. Para mí, lo esencial era la información. Nunca la guardé en un cajón. Lo que tenía, lo publicaba. Solo en varias ocasiones decidí no publicar historias relevantes por dos razones: que haya sido obtenido ilícitamente o que afectara al honor de las personas. En varios casos decidí que no merecía la pena sacarlo. Te voy a poner un ejemplo que creo que no he contado nunca. El caso de las cremas de Cristina Cifuentes. A mí me llegó esa información, me ofrecieron los vídeos de las cremas y decidí no publicarlos porque me parecía que era una violación de la privacidad y porque sabía que el daño era desproporcionado. Yo sabía que con eso la hacía un daño brutal a Cristina Cifuentes y decidí no darlo. Me lo pueden reprochar, pero creo que en el periodismo tiene que haber principios y que el fin no justifica los medios.

Las audiencias no lo creen, pero lo cierto es que en periodismo sí se mide si lo que se va a romper vale más de lo que se trata de proteger. Si se rompe más de lo que se aporta, en definitiva. Es uno de los grandes dilemas de la profesión.

Muchísimo. Eso es así a diario, como bien sabes. No vivimos en una campana de cristal, somos conscientes de nuestras decisiones. Además, hay una jurisprudencia consolidada en España que prima el derecho a la información sobre el derecho a la privacidad, pero eso no significa que no tenga límites.

Me negué a leer 'El Director', el libro de David Jiménez sobre su experiencia en la Dirección de El Mundo. Creo que, al menos en la parte que se refiere a sus compañeros, es un libro que nunca debió publicarse.

Yo creo que 'El Director' es un libro interesante de mi predecesor. 'El Director' tiene dos partes. Hay una parte en la que puedo estar de acuerdo contigo, que es cuando se habla de las interioridades de la redacción. Él habla de redactores del periódico por seudónimos que son muy fáciles de identificar. Cuando hablas de 'La digna', todo el mundo sabe que es Lucía Méndez. Eso a mí me parece que no está bien, yo jamás hablaré de las interioridades de la redacción ni de mis subordinados. Lo mismo que me beneficié de sus éxitos, tengo que asumir sus errores. Hay una especie de espacio de privacidad que impide revelar lo que sucede en la redacción. Pero David revela también una cosa que es verdad: los condicionamientos que tienen los medios respecto a los grandes anunciantes y a los grandes poderes. Es verdad que hay una parte oscura del periodismo que él revela, y a mí eso sí que me parece un servicio a la verdad. Lo que dice es cierto y no podemos obviarlo. El periodismo tiene una cara sombría contra la que los periodistas debemos luchar. Siempre tienen que ser mucho más importantes las informaciones que los intereses. Debe pesar más la verdad que la presión, y si es necesario, pagar un precio por ello.

¿Usted cree que las audiencias se han parado a pensar cuántos casos de corrupción se conocerían en este país si no fuera por los medios de comunicación?

Ninguno. Filesa, Ibercorp, el escándalo del BOE, los fondos reservados, la corrupción anexa a la guerra sucia contra ETA, el caso Gürtel, el caso Roldán, el 3%... Todo eso ha salido en la prensa y, si no hubiera sido así, esto sería una república bananera. ¿Cómo sabían los norteamericanos lo que pasó en el caso Watergate? ¿O de los papeles del Pentágono? Por la prensa, y ahí estuvo Nixon haciendo todo lo posible por evitar su divulgación. Pues aquí es lo mismo. El poder siempre intenta que no salgan a la luz los secretos incómodos. Una de nuestras funciones esenciales es sacar a la luz la corrupción.

Haga memoria y cuénteme aquella noche que no durmió sabiendo lo que iba a publicar al día siguiente…

La de más emoción fue el 3 de diciembre del 2016, el día que publicamos los papeles del Football Leaks fruto del trabajo de una docena de medios durante siete u ocho meses y del examen de millones de documentos. A mí el editor me pidió una semana antes que no los publicáramos, me llegó una advertencia judicial para que nos los publicáramos -el juez me advertía de un posible delito de revelación de secretos- y, a pesar de todo, decidí publicarlos. Incluso los abogados del periódico me dijeron que me lo pensara. Yo nunca tuve ningún problema. Los publiqué porque eran de relevancia pública. Se demostraba que había un enorme fraude fiscal en el mundo del fútbol que afectaba a jugadores como Cristiano Ronaldo y a entrenadores como Mourinho o personajes como Jorge Mendes, que habían utilizado paraísos fiscales para evadir impuestos. Fue algo muy relevante. Esa noche no dormí, pero la noticia tuvo un impacto brutal y yo me sentí muy orgulloso de haberlo sacado contra viento y marea. Luego tuve una querella de los abogados del Real Madrid, pero no prosperó. También tengo que decir que los partidos políticos, desde el PP hasta Podemos, nos apoyaron.

La decadencia de Miranda tiene razones

políticas y geoestratégicas. Viene por el Polo de Desarrollo de Burgos y por el régimen fiscal

de Álava"

Ya que cita a los jueces, también ha habido injerencias muy importantes en el libre ejercicio del periodismo. Fíjese lo que se hizo a los compañeros de Mallorca, a los que se les incautó hasta el teléfono móvil. Fue indecente.

Un disparate. Fue la vulneración de un derecho constitucional.

Sí, pero se hizo.

Soy totalmente consciente y recuerdo el caso. Lo dramático es que se consumó y que un juez pueda actuar así. Sabemos, y así lo consagra la Constitución, que el periodista tiene derecho a las fuentes. Si el juez ordena que la Policía entre en tu casa, te incaute notas y grabaciones y te interrogue sobre tus fuentes, se está violando un principio constitucional. Es que no es ni de primero de Derecho, es obvio. La actitud de ese juez… Diré, para protegerme, que rozó la prevaricación. Y desde luego fue un disparate. A mí el juez me acusó de haber robado los papeles del Football Leaks, cosa que fue totalmente falsa e injuriosa. Y temeraria. Me abrió un procedimiento penal absolutamente temerario. Cuando él dejó el juzgado, la juez que le sustituyó archivó el caso.

El Mundo le ofreció quedarse como 'estrella' de la sección de Opinión, pero dejó el periódico y se fue a ABC…

Me lo dijo hasta mi hija pequeña: Papá, cómo vas a seguir en un periódico en el que te han echado de director. El Mundo me hizo una buena oferta para continuar como columnista y no lo dudé, les dije que no al día siguiente. Salté al vacío. Lo prefería a seguir en una empresa que se había portado tan mal conmigo.

La infancia recuperada

Los ojos de Pedro García Cuartango son su rasgo físico más descriptivo. Saltones y escrutadores. De esos a los que no conviene mirar cuando se miente. Parece incluso que se acercan más de lo habitual. A lo peor también ven más de lo habitual, y por eso son su recurso analítico cuando vuelve a casa. Y casa es Miranda. Allí quedó la infancia, la patria de Rilke. Ejerce de embajador de su tierra, pero si la tierra o sus circunstancias duelen, lo cuenta. Y lo cuenta como se cuentan las cosas en el periodismo: con la razón de los hechos. Sigue con pasión las idas y venidas de su Mirandés (de niño fue socio y habitual del Burgos CF) y disfruta moviéndose en una piel que le resulta cómoda, la de su ciudad. La de su Miranda.

Además de a ver al Mirandés, ¿a qué suele ir a Miranda?

A todo. Miranda es mi infancia, mi patria. Tengo la casa de mi abuelo, junto a la estación, en el barrio de La Charca, en el que nací. Voy a mi barrio, a pasear por el río, a ver a viejos amigos, a comer en La Vasca… Allí nació mi padre, mis abuelos, mis bisabuelos. Soy mirandés de muchas generaciones y ahí están mis raíces. Miranda es la infancia recuperada. Siento una necesidad compulsiva de ir a Miranda y de pasear, sentarme a tomar un café y ver a la gente pasar.

Hace un tiempo coincidimos en definir Miranda como el 'Detroit burgalés'. Se montó gorda con aquello…

Todavía hay gente que lo critica. Hay gente a la que le molesta que se hable del declive de Miranda. Hace unos meses, hubo un concejal del Ayuntamiento que me lo reprochó en una mesa en público. Yo le dije que entre creerle a él y creer a mis ojos, prefiero creer a mis ojos. Por mucho que las autoridades digan que las cosas van bien, mis ojos me dicen que van mal. Lo veo en el cierre de las empresas, en las dificultades de los empresarios, en el cierre de los comercios, en el declive de la parte antigua de la ciudad. Desgraciadamente, Miranda es un agujero negro entre Vitoria y Burgos. Es lo que pienso.

Una ciudad que es un poco de todos pero no es de nadie, determinada por su condición de encrucijada.

Así es. Yo creo que pesa más la identidad castellana. Yo me considero castellano, pero Miranda es una mezcla de las tres culturas que la rodean (castellana, vasca y riojana). Cuando salgo a pasear por las mañanas desde mi casa de la calle Logroño, paso por tres comunidades autónomas. Sigo la carretera, llego a Álava cruzando el río Zadorra, me desvío y voy hacia La Rioja, entro y vuelvo a Miranda. Todo en un paseo de ocho kilómetros. ¿Qué pesa más? Es muy difícil. Yo estoy orgulloso de ser castellano y soy un reflejo de los valores castellanos. Quiero serlo. De la austeridad, del apego a la tierra, de la defensa de la libertad y del individuo. Tenemos que reivindicar el orgullo de ser castellanos.

Normalmente, ser frontera da oportunidades. A Miranda le está saliendo rana.

Pero no es por eso. Miranda fue una ciudad muy próspera durante muchos años. La decadencia de Miranda no viene por ser un cruce de culturas. Tienes razones políticas y geoestratégicas. Los Polos de Desarrollo apostaron por el desarrollo industrial de Burgos, y eso atrajo a decenas de miles de personas. Y luego está Vitoria. Álava tiene un régimen fiscal muy atractivo, y ahí está el polígono de Bayas, pegado a Miranda pero perteneciente a Álava. Entre esos dos polos, Miranda se ha ido descapitalizando y vaciando de grandes industrias. También ha influido que la estación de Renfe es ahora un ente vacío. Se cerró la gran generadora de empleo, que era la antigua Fefasa… Por una serie de razones, Miranda se ha convertido, desgraciadamente, en el Detroit español. Lo digo con pena, pero ser un buen mirandés no está en decir lo que uno no piensa.

Es un buen lugar para entender la España asimétrica. En Miranda, una empresa se puede deslocalizar a un kilómetro.

Claro. Esto yo ya se lo escuché decir al anterior presidente de La Rioja, Pedro Sanz. Él decía que era un desastre porque Álava era el foco de atracción de todas las empresas de su alrededor, y es verdad. Hay quien me dice que en Miranda el desempleo es igual a la media española, pero es que una parte de la población de Miranda trabaja en Álava, y eso no es desdeñable. Es una vulnerabilidad. El empleo que había en torno a Garoña, por ejemplo, se ha desplazado a Álava. La gente sigue trabajando, sí, pero en otra provincia.

Le van a volver a reñir, me temo.

Me da igual. Yo ya, a los 67 años… Nadie me podrá negar mi amor a Miranda, pero a mí esos reproches ya me dan lo mismo. A veces son reproches políticos o interesados, pero a mí Miranda me duele. Y conste que Miranda es una ciudad abierta, con una cultura de mezcla, acogedora… Es una gran ciudad. Tiene muchas cosas positivas, pero, desgraciadamente, tiene que afrontar un declive económico que le está haciendo mucho daño. Ahí están los datos demográficos: Aranda, a principios de los 70, tenía 17.000 habitantes y ahora tiene el doble. Miranda tiene la misma población que tenía en el año 70. Alguna razón habrá.

¿Se queda con ganas de decir algo?

No, no. Ha sido una conversación franca. He hablado contigo como si te conociera de toda la vida. Yo no me autocensuro, y menos en un contexto así. Hemos hablado de la vida.