No sabemos si es más exacto decir que el mundo cada día es más pequeño o más grande, pero lo cierto es que cada vez hay más burgaleses fuera de España, y muchos realizando trabajos interesantes y relevantes, con transcendencia pública. Hoy iniciamos una serie de reportajes semanales que tratan de dar visibilidad a ese talento y que viajarán por todos los continentes, actividades, edades, aventuras... Seguro que son todos los que están, pero no estarán todos los que son. Por ello, pedimos su colaboración.
(Punto y aparte). Me encanta esta foto de Irene González en el cazo de una mega excavadora de una draga, esas grandes barcazas con las que limpian puertos, rías, canales..., y trabajan para preparar cimentaciones marinas. De un vistazo resalta en qué anda metida y las dimensiones de los proyectos en los que participa o dirige esta burgalesa del 92.
Vecina de la calle Madrid, niña y adolescente que se movía por el barrio del Crucero y alumna del Círculo Católico, estudió Ingeniería Civil en la Escuela Politécnica Superior de Burgos, para después hacer un máster en Ingeniería Geológica y Geotécnica en la Complutense de Madrid.
En la actualidad trabaja en una ingeniería de Bélgica, donde tiene su residencia, pero su destino está en cualquier rincón del mundo. Ahora pilota un gran proyecto en Arabia Saudí instalando tuberías desde plataformas petrolíferas a la costa, y le queda un año. Estará con un pie en Europa y otro allí, donde en 2020 ya estuvo con una empresa española en la construcción del Metro de Riad, su capital.
Pilota un proyecto en Arabia Saudí, y le queda un año. Estará con un pie en Europa y otro allí
Sus primeros pasos con casco y chaleco reflectante los dio Irene González en Madrid, y de allí a Zaragoza. Además, ha paseado su morriña burgalesa por Honduras, en una planta fotovoltaica, por Alemania y por Bélgica. Vive en la ciudad de Aalst, de 85.000 habitantes y a 30 kilómetros de Bruselas y de Gante. No es un país que le encante especialmente, "con lluvia continua, cielo gris y sin cultura de tapas"; pero sí su trabajo: "Aprendo día a día, estoy con mucha gente, organizo las obras, estoy en el mar, siempre ocupada...", señala.
Le agradaría volver a España si encontrara un trabajo acorde con sus aspiraciones y capacidades, pero de momento su mundo sigue allá donde haya algo grande que construir, esas obras que se proyectan a desarrollar en años, que parece que apenas avanzan, pero que cambian y mejoran las ciudades y la vida de las personas.
Musical y deportista, disfruta tanto haciendo submarinismo como paseando por la montaña (quizá por influencia de su tío el reconocido naturalista Enrique del Rivero, aunque fue con su padre desde muy pequeña con quien se pateaba los montes). Tiene en los viajes y en conocer diferentes lugares y culturas otra de sus pasiones. Pero siempre con su perro.
Habla inglés y francés y entiende neerlandés. No tiene edad ni tiempo para pensar en jubilaciones, pero sí se ve de mayor en algún lugar costero y cerca de la montaña, como Asturias. Esta inquieta y enérgica mujer, que se hizo ingeniera para "entender cómo se sostenían las estructuras", siempre tendrá un ancla en el Arlanzón, pero necesita horizontes abiertos al mar, infinito e indomable (o casi).
EN LA MENTE
Puestos a dejarse llevar unos minutos por los recuerdos más gratos y por las ausencias más presentes, no duda Irene González en citar a la "familia, amigos, el clima, la comida, la Catedral, pasear con mi perro por el bulevar, ir al Parral en el Curpillos, de tapas por el centro, el Morito, la Mejillonera... y, por supuesto, los Sampedros. Cuando vivía allí no veía el momento de irme; ahora no veo el momento de coger el avión y volver a casa", afirma.
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