Según Donald Trump, los inmigrantes «violan y asesinan a nuestras mujeres, traen la tuberculosis y otras enfermedades contagiosas, toman nuestras escuelas y hospitales» y otras infamias. Qué pronto ha olvidado que su propia madre huyó de la miseria de Escocia y que el desarrollo de Estados Unidos se sustentó en la inmigración. Sin ir más lejos, el abuelo del magnate Jezz Bezos era de un pueblo de Valladolid, Villafrechós.
Invoco las palabras de Trump porque expresan perfectamente la demonización del inmigrante, pero no son las únicas. La ultraderecha, y no solo ella, asume esta actitud xenófoba que recientemente ha puesto a nuestra ciudad en el foco nacional por suprimir ayudas a oenegés. Pero contra esa decisión miserable se ha levantado el clamor de una ciudad, una reacción que nos llena de orgullo y que ha sido tan enorme que poco después apareció la alcaldesa para rectificar; eso sí, aclarando que había consultado la decisión con sus jefes de partido y que se sentía «muy cerca» de Vox.
Por su parte, Vox dejó claro que controlará que «ni un euro vaya para actividades de inmigración ilegal», creando comisiones de seguimiento. Nada nuevo, porque no es la primera vez que intenta un control policial de estos colectivos. Y su afición a los tijeretazos ya quedó probada con las subvenciones a la memoria histórica y la cooperación internacional.
Celebro, cómo no, que se mantengan las ayudas pero expreso mi profunda desconfianza. Las ONG deben ser las únicas que gestionen estas subvenciones con su probada eficacia, sin intromisiones. Y, por otra parte, constato que se sigue hablando del inmigrante como una mercancía y no como personas a las que amparan los Derechos Humanos. Todos sabemos que el futuro de la natalidad, de las pensiones y de la productividad depende en gran parte de ellos, que además ocupan los trabajos que los demás rechazamos por duros o vejatorios. Pero la ultraderecha es claramente nostálgica de aquella España donde todos éramos blancos, católicos, franquistas y heterosexuales, o al menos debíamos parecerlo porque lo contrario costaba la cárcel. Y la propia alcaldesa ha declarado su cercanía, cuando ha tenido una ocasión de oro para marcar la diferencia.
Estos días convulsos han evidenciado la gran diferencia entre la solidaridad del Burgos que alzó su voz y la mezquindad de sus gobernantes, que, mucho me temo, volverá a aflorar a la menor ocasión. Ojalá me equivoque.
(Y un gran aplauso para Cáritas).