Os he traído aquí para ver la tamarilla", afirma José Antonio Nieto en tono solemne, como el de quien revela la fórmula de la Cola-Cola sabiendo que en los demás solo puede despertar envidia, pues carecen del ingrediente para lograr el éxito. Esas florecillas amarillas, alfalfa silvestre, mezcladas con la tierra caliza del valle del Arlanzón y la sierra de Atapuerca constituyen el manjar que hace de las suyas las mejores ovejas y del queso que elaboran su hija y su sobrina el más sabroso. Pasión de padre. Padre también de un rebaño que llegó a sumar 1.950 cabezas y 3 pastores.
Hasta los galgos miran hacia la tamarilla, aunque en su caso, no sea atraídos por las propiedades nutritivas ni por su chispeante color (pena de fotos en blanco y negro), sino porque las liebres también chospan por la zona a la que señala el amo. Una sola palabra -¡echá!- y los canes tensan sus bellos músculos, anhelando correr, aunque no entrenen a base de carreras sino de larguísimos paseos. Para José Antonio "un galgo tiene que tener tres cosas: el rabo largo, elegancia y nobleza. Les metes en casa y es como si metes un niño, pero sin dar guerra", recalca.
Aprendió muchísimo sobre caza y galgos con un coronel, Serapio García Bengoechea, cuando cogió el coto. "Su cuñado era de Poza de la Sal y Félix Rodríguez de la Fuente, que en aquellos años no estaba muy surtido de presupuesto, iba a comer al cuartel", recuerda. A los 68 años, José Antonio Nieto ya no tiene físico, pero se va a los perdederos para verlos desde la barrera y tiene las esperanzas depositadas en un nieto de 8 años, al que está "educando" y le lleve cuando no ya no pueda andar. Fue el coronel el que predijo lo que le iba a pasar. "Tú serás galguero cuando tengas 55 años. Hasta entonces eres matador de liebres. ¿Cuándo se disfruta del campo? Cuando eres mayor y ya no tienes ansia por matar.
José Antonio Nieto Nieto, ganadero. - Foto: Jesús J. MatíasYo ya no soy cazador, voy a competir. Porque las piernas ya no me dan para estar 4 o 6 horas, como hacía antes. Ahora compito y cuido y mimo a los galgos", se explaya. Hasta les hace la manicura. "Se arranca una uña, se parte un dedo y adiós perro", apunta.
Para practicar su deporte preferido se tiene que marchar con la caravana -"si hay mucho frío me voy a un hotel"- hasta Castilla-La Mancha, donde tiene su club con unos muy buenos amigos. "Somos del Grupo Pirri, que fue uno de los mejores galgos que ha habido", abuelo de los dos que le acompañan en la foto y de muchos otros por toda España. Lo que él vive como una pasión para otros se torna en negocio, si la genética les premia con un buen semental, un perro 'mejorante', que mejora la raza. "¿Dinero? Muchísimo, han dejado de trabajar", confiesa sin envidia. Tampoco le atrae el juego. "¿Apuestas? Las he vivido, pero no las quiero. Pero sí que las hay", afirma. Y también robos. "Dos", que no sabe dónde han acabado. "No puedes competir, porque ahora se les controla con el ADN", y de ese examen no se escapa nadie. Así que sospecha que se los llevan fuera. "En Suiza debe ser un negociazo terrible", no tanto para competir sino para presumir de animales elegantes. Sin embargo, en España "tenemos muy mala fama", asume.
Silvestre de Altamira y Greta de Santaella responden, como todos los galgos, a nombres de señores de otra época, en los que tanto o más peso que su aspecto gana su árbol genealógico. Tradicionalmente fueron asunto de mercheros o de nobles. "Tener un galgo era un nivelazo. Me decían: 'Tú no puedes tener galgo porque eres pobre, los galgos son para los ricos'", escuchaba José, que asocia su primer recuerdo de ellos a la cocina de la casa de un tío de su padre. "Son tan frioleros que metían la cabeza en el horno de las antiguas cocinas económicas", recuerda.
De pequeño, cuando volvía del seminario de Arija, donde estudiaba con los curas, se ocupaba de las perritas de su tío, con los que alguna liebre furtivamente dio caza, para alegría de madre y engorde del puchero. "No nos faltó nunca de comer, pero sobrar tampoco", apostilla. De joven, José Antonio las ha pasado canutas. A su padre, que siempre tuvo ovejas, le dejaron "una deuda de ordeñar" de muchos millones en el 78, "no solo a él, a muchos otros de la zona, era una cooperativa fabulosa, tenía hasta constructora, pero se la cargaron. Y perdimos hasta el juicio, por no controlar las cuentas". Para salir adelante, su hermano se tuvo que marchar a Tarazona y él quedarse en el pueblo, donde se empezaba a construirse la depuradora. Aprovechó sus estudios en el Padre Aramburu para montar los motores y se quedó 20 años como trabajador del Ayuntamiento.
Otros tantos estuvo de alcalde. "Mi mayor error", subraya triste, pues incluso tuvo que dejar su empleo para no acabar mal con otros compañeros, amén de por las secuelas de un accidente. "Me han dado muchos disgustos las urbanizaciones", confiesa. Nada que ver con los anhelos de sus inicios. "Estaba como loco para que el pueblo no se muriera" y empezó por libre, sin partidos -"cuando más dinero saqué para el pueblo"-, luego estuvo a punto de afiliarse al PSOE. "Me cambió todo lo del hermano de Guerra", en referencia al escándalo de corrupción. Y acabó en el PP.
Apostó por la Vía Verde, un visionario. "Decir un chaval de 30 años que la gente iba a venir a andar por el monte. ¡No se lo creía nadie!". Escuchó los cantos de sirena del Parque de Ocio de Arlanzón, fracaso que achaca a Vigara (entonces presidente de la Diputación). "Era un cabezón", afirma a caballo entre la nostalgia y la crítica. "No se hicieron bien las cosas, no como decían los funcionarios, se retrasó y nada", resume. "También tengo algún buen recuerdo. He constituido tres mancomunidades: la de basuras, la de aguas y la de la Vía Verde", afirma para desvelar que llegó a firmar un proyecto para tratar de agilizarlo. "Casi la lío pardísima. No estoy en la cárcel por Jaume Matas. Y ahora está él", espeta. Era otra época en la política nacional. Y en la provincial. Los alcaldes tenían un dicho entonces: "En la Diputación Manero y en la Junta Alfredo", en referencia al poder que tenían ambos secretarios.
De todo se sale. Salió de la política y volvió al campo. A sus ovejas, al queso (Lácteos Arlanzón) y a los galgos. De todo se aprende. Pero sobre todo "de la naturaleza".