"Siempre me estoy haciendo preguntas"

R. PÉREZ BARREDO
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Miguel Moreno es uno de esos hombres y mujeres y esta es (parte de) su historia

Miguel Moreno, en el Arco de San Esteban, barrio en el que nació y se crio. - Foto: Valdivielso

Exhibe con cierta coquetería una melena cada vez más blanca, que se atusa cuando cuenta con entusiasmo tal o cual anécdota, porque es Miguel Moreno Gallo un río de anécdotas e historias que narra con vocación de hechicero. No podría ser de otra manera tratándose de un periodista e historiador: la pasión es esencial para transmitir con verdad y emoción. Nacido y criado en el barrio de San Esteban en el seno de una familia multitudinaria (la chavalería sumaba un equipo de fútbol), la suya fue una infancia feliz y montaraz, casi siempre en la calle, por más frío que hiciera. Que lo hacía... El cerro del Castillo cobijó sus juegos, entre los que nunca se encontró jugar al balón: debió ser el único chaval, rara avis, al que no le iba el deporte rey. "Fue una época amable, bonita". Las monjas de Saldaña, la Escolanía de la Catedral (fue niño del coro), el Hispano-Argentino y los jesuitas lo conocieron como estudiante antes de hacer el Bachiller Laboral en Valladolid. Pero hete aquí que cuando todo pintaba a favor de cursar una ingeniería, él salió con la sorpresa de que quería hacer Periodismo, para disgusto de muchos profesores y aliento de uno solo, que le animó.

En casa, la noticia que dio el futuro periodista no cayó mal. Su padre le presentó al veterano plumilla Juanjo Calleja, que lo prohijó. "Era encantador. Me acogió, me animó". E ingresó en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Años hermosos para Miguel: el país estaba cambiando, la universidad era un magma de creación y libertad. Eran jóvenes, qué diantres, y querían comerse el mundo. "Me lo pasé muy bien estudiando la carrera. Hacíamos una revista y era tal la vocación que a finales de los 70 cubrimos el Proceso de Burgos. Había un gran ambiente en la universidad. Recuerdo a Pío Moa cuando era militante del Grapo tirando octavillas... Tenía compañeros que militaban en la clandestinidad, e incluso algún hippie que se despistaba, se marchaba a Katmandú y cuando volvía teníamos que echarle una mano. Fueron años buenos, de mucho ambiente".

Compaginó los estudios que hizo entre 1970 y 1974 con prácticas en La Voz de Castilla en los periodos vacacionales. "Había un ambiente extraordinario. Se aprendía muchísimo, con gente fantástica. Nos lo pasábamos en grande. Había camaradería... Ahora las redacciones no son alegres, son más... tristes, menos ruidosas. Parecen scriptoriums. Ha cambiado el ambiente. Demasiado látigo". Llegó a hacer hasta reportajes desde Madrid para el periódico de su ciudad. Salió al mundo laboral cuando se iniciaba la Transición. Un lujazo para alguien que había elegido dedicarse a contar lo que pasaba. "Tuvimos la suerte de poder elegir dónde trabajar". Él escogió Burgos: ya tenía novia y se consideraba uno más en La Voz de Castilla, adonde ya entró ya como redactor y con el mismo buen ambiente que ya había disfrutado durante las prácticas. "Fue un momento de efervescencia. E incluso de libertad". Nada, admite, como 'pisarle' una noticia al Diario, algo casi imposible porque tenía fuentes aquí, allá y acullá. Alguna vez lo consiguió, como aquella entrevista a Mario Moreno, Cantinflas, cuando el mexicano se acercó a Peñaranda de Duero durante el rodaje de una película quijotesca en la que el actor hacía de Sancho Panza. "Era una de aquellas pequeñas satisfacciones de periódico de provincias que te producían una cierta alegría. Éramos una panda de inconscientes, pero hacíamos algo fresco. Fue la época de 'La Cochambre'...".

Mi mayor mérito ha sido sobrevivir a diez directores y once gobernadores civiles"

Pero la dictadura se acababa y el periódico, que era prensa del Movimiento, tenía los días contados. Ante esa circunstancia, aceptó el cargo de redactor jefe en el diario Baleares. Con 23 años, recién casado y un crío dos meses. Era una redacción inmensa. "Sobreviví. Me fue razonablemente bien. Aunque creo que jodieron a un buen periodista. A mí me gustaba estar en la calle, sacar noticias. Para redactor jefe vale cualquiera". Estuvo 9 años. Terminó siendo subdirector comiéndose, entre otros marrones, la legalización del Partido Comunista o el 23-F con el director de turno haciendo dejación de funciones. O sea: solo ante el peligro y con policía en la puerta. "En esas circunstancias, hacer periodismo era jodido. Pero había euforia, siempre pasaban cosas. Estuvo a gusto en Palma de Mallorca, aunque siempre le hicieron sentir un forastero. "Allí viven bien los ricos, los turistas y los que son de allí. Tú eres un forastero siempre. Esa sensación de que no terminas nunca de integrarte... En las islas son un poco singulares. Casi todos los amigos que hice eran peninsulares. Pero no me quejo. Fueron unos años inmensos, porque viví allí toda la Transición".

En 1984 el Baleares, que formaba parte del organismo Medios de Comunicación Social del Estado, fue subastado. Y Miguel Moreno vio el momento de hacer un cambio. Y regresó a Burgos. "Y pasé de la trinchera al balneario", comenta en referencia a que cambió una grande, activa y ruidosa redacción por el gabinete de prensa del Gobierno Civil (más tarde llamado Subdelegación del Gobierno) "cuando los gobernadores civiles todavía eran unos virreyes". Descubrió, casi con dolor, algo que ignoran la mayoría de quienes se dedican a este oficio caníbal: que existen las tardes, por ejemplo. "¡Existían las tardes! ¡Los fines de semana! Hasta entonces sólo habían existido para mí los domingos". Esto se tradujo, claro, en tiempo. Y con ese tesoro se permitió dar rienda suelta a otra de sus pasiones: la historia. Sacó esta carrera por la UNED (si bien le llevó unos cuantos años) e incluso el doctorado, que lo hizo en Prehistoria, rama a la que se aficionó de la mano y por influencia de Germán Delibes, con quien tanto quiere y comparte. Terminó haciendo una tesis sobre los dólmenes en la provincia de Burgos. Y convirtiéndose en lo que es hoy: una eminencia en materia megalítica. También lo es en otras ramas de la historia, porque este hombre de insaciable curiosidad es incapaz de estar quieto tanto física como intelectualmente.

Por si tenía poco, se convirtió en director del área de Comunicación Audiovisual de la Universidad de Burgos (cargo que ostentó durante catorce años), aunque no se sintió demasiado cómodo con la docencia. Lo suyo es investigar. "Para mí fue más bonita la parte de la investigación que la de la docencia, aunque me llevara bien con los alumnos". Desde que se jubilara en 2017, Miguel Moreno hace lo que le da la gana. "Durante años hice también lo que me dio la gana, pero, además, lo que me mandaban, y cosas que no me gustaban. Ahora es diferente. Pero no puedo quejarme. He tenido mucha suerte y siempre he caído de pie en los sitios. Aunque haya tenido momentos de todo tipo, buenos y malos".

Siento curiosidad frente al mundo, frente a la vida, frente a la historia"

Dice que su mayor mérito profesional es haber sobrevivido a 21 jefes, once directores de periódico y diez gobernadores civiles/subdelegados del Gobierno. Casi nada. Respecto a sus años como jefe de prensa conoció "grandes noticias que no pude dar. Y sí pensaba: qué lástima no poder contar esto que estoy viendo u oyendo". Pese a que lo llama balneario, no se aburrió nunca en el cargo. Fue, claro, confidente de sus jefes. "Que siempre están muy solos. Y el periodista que anda por ahí es el que termina siendo el confidente. He tenido buena relación con todos, esa es la verdad. He terminado haciéndome amigo de todos ellos después de que dejaran el cargo. Jamás he tuteado en público a mis jefes, buscaba un lenguaje neutro para tampoco tratarles de usted. Establecí siempre una relación profesional. Sin embargo, a mis alumnos sí les he tratado de usted, cosa que les desarmaba". Vivió la época dorada del avance de las infraestructuras y, a última hora, la desesperante lentitud de las mismas, léase el AVE. Y hasta el exceso: recuerda las palabras de la entonces ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, durante la inauguración del aeropuerto: "'Espero que lo uséis tanto como lo habéis pedido'. Eso dijo la ministra. Una fase premonitoria".

Siempre curioso, Moreno se ha acercado a la historia "como periodista. Es el gran reportaje de mi vida. Yo me enfrento al megalitismo y me pregunto: quiénes eran estos señores; qué hacían; por qué lo hacían; cuándo; dónde... Yo soy un periodista que indaga, en este caso en la Prehistoria. Siempre me estoy haciendo preguntas. Jamás he escrito nada de ficción. Yo sólo sé escribir de lo que veo. Y cuando me he acercado a la historia, a la época de la República, de la Guerra Civil, de lo que sea, siempre lo he hecho como periodista, tratando de descubrir qué pasó en aquella época. El historiador, y yo también lo soy, aplica las técnicas científicas. Pero yo también me acerco como periodista, preguntándome cosas. Soy un periodista que investiga en Prehistoria, en Historia, en Fotografía, en Comunicación...

Parece que todo le alcanza a Miguel Moreno: lo mismo descubre un megalito (ha encontrado cientos de dólmenes, porque nuestro protagonista patea y hace kilómetros de lo lindo) que publica un libro sobre un episodio de la Guerra Civil o se abisma en una investigación sobre cualquier asunto que haya despertado su curiosidad, como el patrimonio industrial o los despoblados de tiene esta provincia. Ahora, además, está estudiando Antropología Social.

"Es curiosidad; curiosidad frente al mundo, frente a la vida, frente la historia. Cuando un arqueólogo llega a un dolmen lo que hace es mirar dentro. Yo miro fuera. Y me pregunto: ¿esto por qué está aquí? ¿de dónde vendrían? ¿por qué lado lo hacían?", no deja de hacerse preguntas Miguel Moreno, ya lo han leído. Preguntas y más preguntas. Un interrogante andante es este periodista e historiador discreto y cercano que nunca se da importancia -y bien que podría- porque buena parte de la memoria prehistórica e histórica de esta tierra, de su paisaje, de la huella de los hombres que la habitaron, ha pasado por su escrutinio, por su curiosidad, por su capacidad de análisis. Decenas de publicaciones llevan su firma. Y las que quedan. Porque no. No va a dejar de hacerse preguntas.