Un comienzo turbulento

Agencias
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Los primeros meses de Gobierno laborista dejan un sabor amargo entre los británicos tras varias polémicas que salpican al primer ministro y las incógnitas sobre su proyecto político

Un comienzo turbulento - Foto: JOHN MACDOUGALL

Tensiones internas, polémicas y una aparente falta de dirección política han marcado el comienzo del Gobierno de Keir Starmer, que ganó por mayoría absoluta las elecciones del pasado 4 de julio tras alcanzar el liderazgo del Partido Laborista en abril de 2020. Pero la euforia de aquel momento ya parece cosa del pasado.

Aunque el Ejecutivo ha tomado medidas potencialmente transformadoras a largo plazo, como la creación de una gestora pública de renovables y la renacionalización del ferrocarril, lo que ha calado entre la opinión pública han sido anuncios como la restricción de las subvenciones energéticas a los jubilados este año para cuadrar las Finanzas Públicas, socavando la popularidad del primer ministro. En apenas tres meses, su aprobación ha bajado del 42 por ciento al 24 actual, según una reciente encuesta de la empresa YouGov.

El prestigio del dirigente -que se presentó en la campaña como eficiente e incorruptible- también ha caído en picado por su cuestionada gestión a la hora de poner orden en Downing Street, donde las diferencias entre facciones forzaron la dimisión hace dos semanas de su jefa de Gabinete, Sue Gray, por una polémica generada por una subida de su sueldo.

Pero si hay un asunto que ha empañado gravemente su imagen personal es su torpeza al recoger regalos de donantes. Según diversas informaciones, el premier británico habría recibido estos meses unos 120.000 euros en obsequios, entre ellos entradas para ver a Taylor Swift, partidos del Arsenal o ropa para él y su esposa, lo que provocó la indignación entre la población, forzándole a tomar la decisión de no aceptar más presentes.

Consciente de los frentes que se le han ido abriendo, Starmer admitió hace unos días que hubo «semanas turbulentas» desde que llegó al poder, si bien señaló que «gobernar es más duro pero mejor» que estar en la oposición, ya que «se pueden tomar decisiones para cambiar las cosas».

«No hay forma de evitarlo, es la naturaleza del Gobierno», declaró, recalcando que «siempre habrá vientos colaterales con los que lidiar». «Si no quieres que te desvíen del rumbo, tienes que saber hacia dónde te diriges», sentenció el mandatario.

El foco en el presupuesto

No obstante, la ausencia de detalles sobre cómo logrará su objetivo de «renovación nacional» ha despertado muchas dudas en torno a la población, lo que llevó a los críticos a achacarle una «falta de visión política», según revela Jonathan Hopkin, académico en la London School of Economics, quien cree que el dirigente podría dar la vuelta a un comienzo difícil concretando sus prioridades frente a «ideas abstractas» en el Presupuesto del Estado el próximo 30 de octubre, el primero de un Gobierno laborista en más de 14 años.

En su opinión, Starmer eludió adelantar sus intenciones «para no espantar a los votantes conservadores», dada su frágil base electoral, pues, aunque ganó 411 de 650 escaños parlamentarios, solo obtuvo un 34 por ciento del voto.

Según el politólogo John Curtice, el gran error fue no ofrecer desde el principio «una narrativa sobre lo que ambicionaba para el país y cómo lo conseguiría».

Los analistas no aciertan a discernir si los pasos en falso se debieron a la inexperiencia o a la incompetencia en el liderazgo del Reino Unido. En este sentido, Hopkin observa que, aunque Starmer tiene 62 años y un historial brillante al frente de la Fiscalía del Estado, entró como diputado en 2015, y «ni él ni muchos de sus ministros tienen ninguna experiencia de Gobierno». El interrogante es si, pasado un tiempo, acabará siendo reconocido como un buen líder.