Me permito alterar los tiempos del título de las obras del cineasta Andrzej Wagda y el casi idéntico del novelista Juan Goytisolo, 'paisaje después de la batalla', porque esta, la madre de todas las batallas políticas, se está librando y se va a librar antes y después de la que todos consideran inminente investidura de Pedro Sánchez. Y ya la primera escaramuza está centrándose en torno a la fecha concreta --que, increíblemente, aún se desconoce a la hora de escribir este cronicón-- en la que se celebrará una sesión parlamentaria que va a ser, por lo enconada, histórica. El paisaje, antes de esta sesión, ha quedado arrasado: el diagnóstico está ya hecho. Cómo quedará este paisaje después es algo que hay que dejar a la imaginación, a la buena voluntad o a la perspicacia de las partes, las dos Españas, en conflicto.
España se planta ante la segunda semana de noviembre preguntándose cuándo tendrá lugar esa sesión que investirá a Pedro Sánchez, si ningún terremoto ocurre en el país de los sismos políticos, como nuevo/viejo presidente de la nación. Con habilidad innegable y con un buen conocimiento de las ambiciones de su interlocutor en el Gobierno central, Carles Puigdemont ha ido retrasando una fecha posible, porque solamente faltaba él para cerrar el acuerdo entre una veintena de formaciones políticas y el PSOE gobernante. El eurodiputado y expresident de la Generalitat fugado en Waterloo sabe que el paisaje ya antes de la batalla le ha rehabilitado, pasando de ser un delincuente a casi un estadista. O, al menos, alguien que tiene al Estado en sus manos. Y que todo tiempo adicional incrementa su poder y la posibilidad de que sus crecientes exigencias, que traspasan todas las líneas rojas, sean atendidas.
Este paisaje antes de la batalla tiene, como una de las más relevantes particularidades, el conflicto insalvable entre el Ejecutivo y los jueces. Se admite abiertamente que en el pacto con Puigdemont se trata de 'blindar' la amnistía contra posibles intervenciones judiciales que reclamen el retorno a los tiempos de 'aquella' legalidad hoy sobrepasada. Se intenta 'saltar la valla' impuesta por quienes han de interpretar las leyes, que son los jueces, de la misma manera que se blinda al Parlamento de todo debate previo a esta sesión de investidura, que, a este paso, acabará convirtiéndose también en una suerte de 'debate sobre el estado de la nación', pero sin posibilidad de presentar propuestas 'constructivas'.
En estos tres meses y medio trascurridos desde la noche en la que se conocieron los resultados de unas elecciones convocadas precipitada y poco reflexivamente, ha ocurrido casi de todo: saltarse normas a la torera, pérdida de influencia de los partidos más extremistas, delincuentes que se salvan de la pena que les fue impuesta, actividad claramente fuera de la legalidad por parte de un Gobierno en funciones, guerra entre las dos Cámaras legislativas, las autonomías divididas en su apoyo o su hostilidad radical frente al Ejecutivo, el 'espíritu de la Constitución' del 78 hecho trizas, PSOE y PP buscando sus respectivas nuevas identidades siempre dentro de la confrontación... Resulta difícil, incluso en estos tiempos de cambio vertiginoso en lo tecnológico y en lo moral, que tanto cambie para que, contrariamente a la receta lampedusiana, nada siga igual.
En medio de este panorama, regresan las encuestas a certificar lo que todos sabemos, lo irreversible: que la ciudadanía está harta de batallas, aunque no desdeñaría (un sesenta y tantos por ciento) una nueva batalla, la de otras elecciones que aclarasen el paisaje. Y ya que en torno a una palabra he urdido este comentario, permítaseme traer a colación otro título sugerente, este de una novela de Javier Marías, 'Mañana en la batalla piensa en mí'. A ver si el paisaje posterior a la batalla que viene resulta algo más apacible, ya que nunca va a ser bucólico.