Pocas veces como ahora el país ha necesitado más una oposición fuerte pero moderada, insistente y contundente, imaginativa. El caos en el que viven el Ejecutivo, el Judicial y, hasta cierto punto, también el Legislativo hace imprescindible una reacción que no acaba de llegar. ¿Dónde está el PP, dónde Núñez Feijóo, ante los desvaríos de Irene Montero con su ley del 'sí es sí'? ¿Qué reacción memorable se ha dado tras el inmenso lío generado por una ahora ya improbable reforma del delito de malversación, encima después del estruendo de la reforma de la sedición? ¿Qué ocurrió con la solicitada y nunca lograda comparecencia parlamentaria del ministro del Interior, Grande-Marlaska, para explicar el turbio asunto de Melilla? ¿Cómo se posiciona el PP ante la fragilidad insostenible de las presidencias del Consejo del Poder Judicial (y del Supremo) y del Tribunal Constitucional? Podría seguir, claro, pero me basta con apenas estas interrogantes.
Sánchez disfruta de sus fotografías con los mandatarios del mundo y deja hacer a sus 'ayudantes' en el Consejo de Ministros y en el PSOE, que en algunos casos son los mismos. Pocas veces he visto un Gobierno más desunido, menos coordinado, en el que peor se lleven unos ministros con otros, mientras su jefe indiscutible, es decir, Pedro Sánchez, disfruta de las mieles del cargo en Bali, ahora en Corea, mañana como nuevo presidente de la Internacional Socialista, pasado pisando alfombra roja en Bruselas. Eso, Sánchez lo hace bien y sería injusto criticarlo. Lo demás anda manga por hombro: las cuestiones domésticas en general generan un serio desconcierto en la opinión pública, el conflicto creciente entre los poderes, la sensación de que no hay un verdadero 'número dos' ni en el Ejecutivo ni en el PSOE, son cuestiones que no encuentran una respuesta adecuada en un régimen que se ha hecho excesivamente presidencialista.
Por eso pregunto y me pregunto qué hace la oposición. Creo que Núñez Feijóo es persona seria, aunque en sus siete meses de trayecto como presidente del PP no parece haber encontrado del todo un camino inequívoco para su electorado. Se desmarca de los errores de Ciudadanos, que insiste en el desvarío de pedir una moción de censura contra el inquilino de la Moncloa y rechaza hacerse la 'foto de Colón' con el 'manifestante' Abascal. Eso sí. Pero el PP oscila entre los excesos verbales de Díaz Ayuso, el 'no a todo' lo que provenga del Gobierno PSOE-UP y las prédicas de 'moderación constructiva' que gustan a la mayoría de los 'barones' del partido y a su propio presidente. Es preciso marcar una línea menos oscilante.
Leo a un estimable colega, Juanma Lamet, que el PP cree que el Mundial de fútbol y la campaña de Navidad ayudan a paliar la tormenta que cae sobre el Gobierno. "Ningún mensaje potente va a calar hasta enero", le ha dicho una fuente fiable del principal partido opositor. Y puede que tengan razón: aquí, los escándalos -vea usted todo lo que se habló del 'caso Marlaska', hoy ya casi en el olvido- son flor de un día, y seguimos atentos al 'pan y circo' de Juvenal.
De acuerdo: Sánchez tiene a la diosa Fortuna de su parte, y hasta los avatares del Mundial aprovechan para su convento, y no le digo nada si a la selección española le va bien en este campeonato esta vez tan extraño. Pero de ninguna manera puede el partido que es y debe ser la alternativa política de la nación hacer dejación de su responsabilidad y abandonarse a esa galbana navideña en cuyos brazos todos estamos tentados de echarnos, sentados ante el televisor animando a la Roja.