No es lo habitual, pero la deliberación fue difícil y ajustada, como así señaló la viceconsejera de Acción Cultural, Mar Sancho. El Instituto de la Lengua ha sido testigo de esta decisión, muy reñida, que ha querido dar cabida a dos realidades literarias. Se trata de una novela "mosaico" con una historia muy bien tramada y un poemario que muestra cómo la palabra se contrapone con la tecnología.
La primera de estas obras, Dice la sangre del autor vallisoletano Rubén Abella, es una novela en la que crecen los mosaicos a través de varios personajes de distinta edad y origen. El jurado valoró que "afronta con normalidad la vida y la muerte", un entramado complejo y al mismo tiempo sencillo de leer. "Es un justo broche a uno de los grandes narradores de Castilla y León", sopesó el jurado. "Abella es de los prosistas más poliédricos".
Por su parte, Tampoco yo soy un robot, de la poetisa palentina Amalia Iglesias, es un libro "necesario y verdadero", alegó el tribunal. "Amalia aborrece la falsedad y en sus poemas no hay nada manipulado". Añade que en sus versos se aprecia la belleza y unos sentires "callados", impregnado de una humanidad que invita a la reflexión y que conecta a través de la palabra. "Ha habido un pulso muy fuerte entre ambos libros", aseguraron.