Sus ojos brillaban y se sentía cómo los recuerdos atiborraban su memoria. Las imágenes fluían más rápido que sus palabras. Te lo quería contar todo: este cuadro lo compré en un anticuario de Sevilla; este en el Rastro, en Madrid ¡me costó un duro!; coge este otro y mira detrás, si, ahí hay unas notas, creo que escondí una chuleta… sí, una chuleta. Desde pequeño sintió atracción por todo el Arte: pintura, escultura, música, danza, literatura… y por esa otra belleza que aporta la naturaleza de la tierra, traducida en brillantes geodas, minerales, gemas... Ingeniero de minas, creía en la formación total del individuo y eso mismo aplicó a su persona y deseó a los demás. Por eso estudió el planeta, para aprovecharlo mejor y sacar partido de todo aquello que nos ofrece. Ideó ingenios que plasmó en obras como Gibraltar, una utopía en el estrecho, en la que planteaba el uso de las corrientes marinas como generadoras de energía. E imaginó y nos trasladó con sus escritos a la URSS, con la bailarina Kira o a El Cairo con Aisha, aunque, pensándolo bien, tal vez no había tanta imaginación. Porque viajó, mucho, por todo el mundo. Y vivió en una época en la que no se podía decir lo que se pensaba, no se podía amar libremente, la censura lo emborronaba todo…
La persona de la que hablo nació en 1925 en el segoviano y cercano pueblo de Cedillo de la Torre. Pasó su infancia (los años más felices, como él recordaba) en Aranda de Duero. Y a esta villa donó parte de esa colección de arte que atesoró a lo largo de su vida. No habrá Goyas o Velázquez, ni otros autores 'famosos'. Pero hay criterio, pasión, voluntad, sentimiento.
Sentimientos de tristeza, cuando el 30 de diciembre me comunicaron que Félix Cañada había fallecido. Sentimientos de admiración por el regalo que nos hizo a arandinos y ribereños. Y sentimientos de gratitud porque, por su gesto, hoy puedo estar donde estoy. Sit tibi terra lebis.