El asesino de Domínguez Burillo saldrá 8 años antes

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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El etarra Juan Antonio Olarra, beneficiado por la reforma del Congreso, mató a este educador social burgalés de la cárcel de Martutene en 1993

La madre de José Ramón, destrozada durante el funeral, que se celebró en la iglesia de la Sagrada Familia. - Foto: Lorenzo Matías

Juan Antonio Olarra Guridi, el etarra que el 22 de enero de 1993 descerrajó un tiro en la cabeza del educador social burgalés José Ramón Domínguez Burillo en San Sebastián, podrá recuperar la libertad en 2029, ocho años antes de lo que estipulaba su condena merced a la medida aprobada por el Congreso de los Diputados hace unas semanas y que contó con el apoyo del PP, por más que ahora este partido se eche las manos a la cabeza. Este hecho, que modifica la norma orgánica sobre intercambio de antecedentes penales en la Unión Europea permitiendo una rebaja en el cumplimiento de las penas a los terroristas de ETA con más asesinatos en su haber, hará que más de cuarenta de estos sanguinarios pistoleros salgan antes en libertad. Y el asesino de Domínguez Burillo es uno de ellos (el criminal que disparó contra él, José María Iguerategui, falleció al año siguiente en Vitoria al estallarle la bomba que llevaba en una mochila).

Olarra Guiridi cumple condena en España por más asesinatos: los de José Antonio Santamaría Vaqueriza, Manuel Carrasco Almansa, Santiago Esteban Junquer, José Ramón Intriago Esteban, Florentino López del Castillo, Félix Ramos Bailón, Martín Rosa Varela, Luis Portero García y Antonio Emilio Muñoz Cariñanos. Tras pasar casi 8 años encarcelado en Francia, saldría en libertad -según la reforma- dentro de cuatro años. José Ramón Domínguez Burillo tenía 35 años cuando fue salvajemente asesinado. Trabajaba como educador social centrado en la reinserción de reclusos en la prisión donostiarra de Martutene, hacia donde se encaminaba, como cada mañana poco antes del alba, aquel frío y húmedo día de enero.

Por la espalda, como acostumbraban a hacer los miembros de la banda terrorista que llenó de sangre, dolor y muerte este país durante medio siglo, recibió el burgalés dos disparos a bocajarro -uno en la cabeza y otro en el cuello-. Cuando fue encontrado por dos niños que iban rumbo al colegio, junto a su cuerpo había un reguero de sangre. «Han matado a un bonachón», diría horas después del crimen el director de la prisión, haciendo hincapié en la personalidad del burgalés, una persona a la que todos apreciaban muros adentro de la cárcel. El religioso burgalés RaúlBerzosa (años más tarde obispo) había sido compañero de estudios de Domínguez. Declararía, tras su asesinato, que era «un hombre pacífico, bonachón y conciliador. Conocedor del espíritu humano».

El burgalés se desangró después de que fuera tiroteado en la cabeza y en el cuello por Olarra Guridi y José María Iguerategui.El burgalés se desangró después de que fuera tiroteado en la cabeza y en el cuello por Olarra Guridi y José María Iguerategui. - Foto: DB

El crimen se produjo pasadas las ocho de la mañana. Se supo después que el burgalés había estado desangrándose -en una lenta agonía- durante más de veinte minutos. La muerte de Domínguez Burillo causó una enorme conmoción en Burgos, como no podía ser de otra manera. Pero también entre algunos miembros de ETA que, en ese momento, cumplían condena. La inmensa mayoría de estos (que en ese momento era 22) lloraron el asesinato del burgalés, con quienes todos tenían un trato estupendo. No fue el de Domínguez Burillo un atentado al albur: fue la confirmación de que ETA no quería ni oír hablar de la posible reinserción de sus militantes, que había comenzando a dar tímidos pasos en ese sentido. Cuando, al día siguiente de su muerte, se convocó un paro de cinco minutos en todos los centros penitenciarios de España, este fue masivamente secundado, especialmente en Martutene.

La 'ofensiva' de ETA contra los funcionarios de prisiones había comenzado una década antes; de hecho, Domínguez Burillo fue la víctima número nueve. Afiliado al sindicato UGT, llevaba en Martutene desde 1985, realizaba labores de educador, desempeñaba el papel de animador cultural y daba asistencia a todos los reclusos con problemas. Le apasionaba su trabajo y nunca antes había recibido amenaza alguna, aunque (se supo después) había solicitado el traslado a la cárcel de Burgos. Era querido en la prisión, como reconocería su responsable del penal guipuzcoano: «Nunca tuvo problema alguno, todo lo contrario, ya que por su función mantenía una relación muy ágil y amistosa con los presos. Han cogido al funcionario más fácil», apuntó.

El funeral por Domínguez Burillo fue impresionante. Con la presencia del ministro de Justicia, Tomás de la Quadra-Salcedo, fue una manifestación de dolor e indignación. El entonces obispo de Burgos, Santiago Martínez Acebes, proclamó en su homilía algo que ya había empezado a cambiar también el seno de la sociedad vasca: «La razón del odio y el veneno que albergan los terroristas, y que no conduce a ninguna parte, es rechazada por la sociedad». Hubo un emocionado, y largo aplauso a la salida del féretro para ser conducido al cementerio, pero también momentos de muchísima tensión: hubo gritos exigiendo la pena de muerte para los terroristas, ya que el Gobierno había impulsado una política para facilitar la reinserción de los etarras encarcelados que renunciasen a la violencia.