El hard rock como una forma de encarar la vida

D.P.L. / Burgos
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El Zurbarán Rock vivió ayer su segunda y última jornada entre un gran ambiente en el que destacaron las actuaciones de los burgaleses Grave Noise, los alemanes Mystic Prophecy o los riojanos Tierra Santa entre un cartel de estrellas

El hard rock como una forma de encarar la vida - Foto: Christian Castrillo

El heavy no es solo ir a un concierto, ni recorrerte España en busca de un buen festival. No es peregrinar hacia los espectáculos de tus grupos favoritos. Ser amante del rock duro es ir más allá. Es una filosofía de vida. Un modo de entender este mundo imperfecto. Es llenarte de orgullo, vestirte de negro y proclamar a los cuatro vientos que te gusta ese estilo. Sin miedo. Sin importar el qué dirán de una sociedad que necesita juzgar como el respirar. Y eso, en cierto modo, es pura libertad.

El Zurbarán Rock también es diversidad. Es ver a un niño correteando por la plaza a las seis de la tarde mientras suena Opera Magna y que un heavy con su mejor sonrisa le devuelva el balón. Y se está convirtiendo en referencia. Porque hay mucha gente que viene de fuera a descubrir un festival con mucho que contar, con artistas que se escapan del radar. Como Grave Noise. 

Serranos, mitad sorianos mitad burgaleses, se lo dejaron todo. Venían de ganarse el estar en el escenario Diario de Burgos, con los grandes, después de haber triunfado en el clasificatorio Las Candelas y se justificaron. Algo más. Se vaciaron. Y con sentido. No eran esos novatos a los que las ganas de comerse el mundo les hace sacrificar la calidad de sus conciertos. Ellos sabían lo que hacían. En la peor hora, con todo el sol y después de un viernes de mucha fiesta en la Plaza de San Agustín. 

Fueron ese ruido seco y rotundo que rompía la apacibilidad de una tarde de verano. Con una intensidad que se volvía adicción y con un guitarreo de potencia y carácter. Porque eso es lo que tiene que tener un grupo que quiere ascender. Carácter. Y lo tuvieron. No defraudaron a nadie.

Tampoco terminaba de ser buena hora la de los valencianos Opera Magna. A las 17:40 comenzó un concierto diferente. Con el rock como base pero con pequeñas dosis de música épica. Era como si por momentos, hubiesen secuestrado los acordes de una banda de música clásica y los hubiesen puesto a bailar entre las notas desconocidas de un power metal. Pero fue entretenido. Cuanto menos curioso como lograron integrar las melodías sinfónicas con lo que se estila en el Zurbarán. Canciones como El corazón delator dejaron también entrever la potencia aguda de la voz de su cantante. Lo dicho, algo enriquecedoramente distinto.

Otra de las grandes virtudes de esta organización es la de exponer a cada espectador a la trepidante aventura de descubrir. Porque ir a un concierto de un artista desconocido es haber salido de casa con cero y volverte habiendo dejado que una canción que no conocías se quede en tu corazón. Y eso puede que le pasase a alguien con los alemanes Mystic Prophecy, que desplegaron un repertorio enérgico, poderoso y rotundo. Fue el calentamiento de un público que comenzó a soltarse con temas como Hell Riot o Dracula.

Pero lo que llegó después fue la consagración. Los riojanos Tierra Santa. Sobrados, con un dominio total del escenario y con un público entregado fueron de lo mejor del día de ayer. Triunfaron. Y lo reflejaron los gestos. Porque si hay un símbolo que tienen esas personas que tienen el orgullo de ser diferentes, es el de alzar la mano con los dedos índice y meñique extendidos. Y no bajaron ni un momento. A cada canción, a cada explosión, allí estaban, dándoles un beneplácito como homenaje al buen rock.