Solo un día después de que los vecinos de Castrillo de Matajudíos aprobaran democráticamente modificar su topónimo para honrar su pasado semita -el pasado 25 de mayo-, el alcalde, Lorenzo Rodríguez empezó a organizar el cronograma del que ya saben que será un proceso administrativo más largo que corto. El primer paso se dará el martes, cuando está previsto que la corporación municipal dé el visto bueno al comienzo de la tramitación en el pleno ordinario. Y a partir de ahí vendrá el parecer de la Diputación y el de la Junta, previa consideración de la Real Academia de Historia y de las Universidades de la región. Y todo ello teniendo en cuenta que hay unos plazos de alegaciones que, como destaca Rodríguez, ya saben que se van a presentar. «La decisión de cambiar el nombre no es un capricho, antes de hacerlo recabamos información y documentos y no todos iban en el mismo sentido, por lo que ya sabemos que hay historiadores que no están de acuerdo con nuestro parecer», señala Rodríguez, del Prcal.
El cambio de nombre, capital o símbolos de cualquier municipio de Castilla y León está regulado en los artículos 24, 25 y 26 de la Ley de Régimen Local de la región, algo que tranquilizó mucho a los miembros del equipo de gobierno porque han podido comprobar sobre el papel que, de entrada, el proceso es más sencillo de lo que creían. «Pensábamos que íbamos a tener que preparar más documentación y a estar pendientes nosotros de mandarla a Madrid, pero ya nos han dicho que no», apunta Rodríguez, quien, no obstante, quiere explicar en el pleno el detalle de los pasos a seguir. «A ver si puede estar todo listo para finales de 2014», apunta el regidor de este pueblo, ubicado entre Melgar y Pampliega.
Un plazo que, de buenas a primeras, se antoja algo difícil de cumplir porque la Junta tiene un límite de seis meses para dar a conocer su opinión y el asunto tiene que pasar antes por la Diputación. Es decir, siempre y cuando no haya imprevistos, el pleno de Castrillo aprobará el inicio del proceso este martes y, por lo tanto, el miércoles se podría enviar a la Diputación el informe histórico que justifica el cambio de nombre y que está preparado desde hace varias semanas. Al mismo tiempo, se abre un plazo de información pública del acuerdo adoptado por el pleno y que, como destaca el regionalista Lorenzo Rodríguez, tiene que aprobarse por mayoría absoluta. Una vez que la Diputación haya dado su parecer, el asunto pasa a la Junta, a la Consejería de Presidencia, que es la Administración responsable de dictar resolución definitiva al respecto. Rodríguez considera que los motivos de los vecinos de Castrillo son de peso y afirma que le sorprendería que su decisión fuera echada para atrás, pero también es cierto que afirma querer ser cauto. Hay que tener en cuenta que antes de tomar una decisión, la ley establece que la Junta someta el asunto a criterio de la Real Academia de Historia y de las Universidades de la región o, incluso, de otras instituciones cuyo criterio pueda considerarse relevante en la materia.
En las últimas semanas, los vecinos han recibido cuantiosa información acerca del porqué de la conveniencia del cambio de topónimo y, de hecho, el arqueólogo Ángel Palomino acudió al pueblo para explicar cuáles han sido los resultados de las investigaciones llevadas a cabo en la aljama o judería de Castrillo. En este sentido, se ha reiterado hasta la saciedad que Castrillo nació como tal en el año 1035, cuando tras la muerte de Sancho III, los vecinos de Castrojeriz se levantaron en armas contra los emisarios del rey. Mataron a cinco y también a 66 judíos, mientras que al resto los desterraron al barrio de Castrillo. Y de ahí que pasara a conocerse como Mota de los Judíos o lugar en el que residen judíos.
Pero, décadas después, volvió a repetirse la historia y se mata a judíos residentes en Castrillo, lo cual no fue impedimento para que la aljama se recuperara y llegara a tener importancia, en gran medida debido al paso del Camino de Santiago. Pero cuando se decide expulsar a los judíos en el el siglo XIV y en un alarde de cristiandad, se cambia el nombre del pueblo y se le añade con el famoso Matajudíos que ha permanecido hasta hoy. De nada sirvieron los dos intentos para cambiar el matiz antisemita por Castrillo de Cabezón (en honor al músico Antonio de Cabezón, nacido en la localidad) o por Castrillo de la Mota.
Hasta ahora, que la iniciativa de la localidad burgalesa ha sido aplaudida en todo el mundo [periódicos como el New York Times, el Washington Post y el argentino Clarín han publicado información al respecto] y sería sorprendente que se echara para atrás. «El pueblo siente la necesidad de cambiar el nombre, no es ningún capricho. No tendría sentido que tuviéramos la estrella de David en nuestro escudo y nos llamáramos Matajudíos», reitera Rodríguez.
Sin embargo, hasta que no esté todo aprobado y conforme a la ley no se dará el paso de cambiar membretes y documentos oficiales. «Andamos un poco justos de papel, pero creemos que es mejor esperar a que todo haya terminado», concluye el alcalde.