De Ecuador a España. Tras 40 años como obispo en Ecuador, el medinés Gonzalo López Marañón tuvo que presentar su renuncia y el último año lo ha pasado en la Universidad de la Mística de Ávila, donde ha tenido oportunidad de reflexionar sobre su vida, una historia marcada por la lucha contra las injusticias y al lado de los pobres, y proyectar su futuro.
Tras una salida no exenta de polémica de la provincia donde ejerció durante cuatro décadas en Ecuador, el carmelita Gonzalo López Marañón (Medina de Pomar, 1933), decidió pasar un año de reflexión en Ávila, en la Universidad de la Mística, donde todavía permanece. Allí llegó en octubre de 2011, y a lo largo de estos meses ha podido revisar su vida y «proyectar» su futuro. Pese a estar a punto de cumplir los 80 años, cree que su destino aún está en la misión.
Desembarcó en Ecuador cuando tenía 37 años, al vicariato apostólico de Sucumbíos, una selva amazónica cerca de la frontera colombiana donde construyó una importante comunidad. La historia de su vida está vinculada a la lucha: contra las petroleras que contaminan el Amazonas, contra el poder, contra el narcotráfico, a favor de los pobres, y todo ello apuntalado por una fe inquebrantable que le ha llevado a «no tener miedo a nada». Una historia escrita con el sufrimiento, pero también con victorias, como la que logró en 2011 el Frente de Defensa de la Amazonía, organización civil que él ayudó a crear, contra la multinacional Chevron, heredera de Texaco, valorada en unos 6.400 millones de euros.
Fue uno de los últimos pastores que bebieron de la Teología de la Liberación, la corriente surgida en Iberoamérica en los años 70 y a la que el Vaticano no ve con buenos ojos. Con 75 años, como es preceptivo, presentó su renuncia al Papa, que la aceptó, y el nuevo pastor, Rafael Ibarguren, miembro de los Heraldos del Evangelio, una Asociación Internacional de Derecho Pontificio de talante conservador, chocó con un pueblo acostumbrado a la cercanía y la sencillez de López Marañón. Tanto que las comunidades de Sucumbíos iniciaron una intensa campaña en defensa de la labor del obispo burgalés y expresando su temor por que el rumbo de la misión no fuese el mismo, que derivó en un fuerte conflicto. Después de las revueltas, tanto los Carmelitas como los Heraldos fueron expulsados de la región.
El carácter luchador de López Marañón le llevó en mayo de 2011 a instalarse en un parque de Quito e iniciar un ayuno que duró 24 días para pedir la reconciliación entre los habitantes de Sucumbíos, ayuno que levantó cuando empezó a mejorar la situación. Entonces volvió a España.
Después de 40 años viviendo en la selva ecuatoriana, ¿qué ha representado este año de vida en Ávila?
Caramba, es como encontrar una mina profunda. Se trata de un proceso para volver a pensar, para volver a escuchar, para no olvidar asuntos que uno ha manejado toda la vida, y que en el momento actual tienes la oportunidad de estar centrado en ellos. Yo vine aquí porque me pareció interesante poner una distancia entre Ecuador, entre Sucumbíos que es donde yo trabajé en la selva, y creo que ésta era adecuada, porque yo no venía a veranear, venía a interiorizar todo lo que ha sido mi vida. Y en este sentido advertí que no me equivoqué. He tratado de no comprometerme mucho, por eso he estado de oyente. Fundamentalmente pretendía revisar mi vida, mi vocación y también proyectar el futuro, porque estuve 40 años en la selva amazónica, y aquello ha sido una aventura increíble.
¿Cómo recuerda su llegada a Ecuador?
Como aquellas películas de antes de los misioneros. Aquello tenía mucho chiste. Yo entré en diciembre de 1970, soy del siglo pasado. Tenía 37 años, y de repente me dicen: Usted, a la selva. Yo soy de Burgos, de Medina de Pomar, pero éstas son las cosas que tiene la vida religiosa. Tú eres una persona que estás disponible, y te mandan y no te preguntan. En aquellos tiempos no te preguntaban y recibes un ‘shock’ tremendo, porque significa que de repente, si tienes algún proyecto en tu tierra amada, despídete de él. Cuando recuerdo cómo entré en la misión me río mucho, porque entré vestido de obispo, con una capa roja, montado en un caballo, más o menos como Carlos V en sus tiempos. Pasan los años, y cuando uno empieza a aterrizar, cuando te metes en el campo y ves la realidad, te vas dando cuenta de que aquello es apenas un folclore y no da más de sí. … Significa llegar a una tierra desconocida y sembrarte allí, echar raíces allí. Renunciar a toda una historia, a toda una vida, a una mentalidad, y meterte en un mundo donde no sabes lo que te va a ocurrir.
¿En esos años de lucha se ha sentido muy solo?
En Sucumbíos nos embarcamos en una manera de vivir la fe y de vivir la Iglesia que tenía una marca, la marca de lo comunitario, y eso jamás nos falló. Siempre vivíamos en un ambiente de mutuo acompañamiento, de compromiso compartido y de hacer frente a las cosas. En ese sentido yo no he tenido esa sensación. Casualmente una de las condiciones que llevé cuando viajé para allá, quizá porque lo tiene uno por intuición o por vivencias anteriores, fue que había que vivir en grupos y no un señor solitario dándoselas de héroe por la selva. El haber decidido hacer una Iglesia de compartir comunitario, tanto los agentes de pastoral como la gente sencilla, lo mismo los indígenas que los blancos, ha sido muy importante.
La soledad puede sentirse más bien a la hora de tomar determinadas decisiones en las que uno no puede estar sometido a un grupo y tiene que arriesgar y plantarse. Me imagino que como le puede pasar a un jefe de Gobierno, a un entrenador de fútbol… Tú tienes que cumplir un papel, y ese papel lo tienes que tener muy adentro, saber dónde vas, y hay momentos en los que te puedes encontrar sociológicamente solo, pero si eres persona de fe no lo estás. Ese es otro detalle.
Ahora, una vez que ha salido de allí, ¿no cree que fue una locura enfrentarse a la petrolera Chevron?
Al contrario. Cuando miro para atrás, digo: Pueden decir lo que quieran, de hecho ocurre, pero qué suerte tuvimos. ¿Tú sabes lo que significa estar en un lugar donde puedes ser libre, donde las coacciones externas no son tan visibles, tan crueles, tan miserables como pueden ser en instituciones donde vas llegando a las cúpulas? Cuando miro eso no me puedo arrepentir de lo que hice o Dios me permitió, o de lo que hicimos o Dios nos permitió hacer. Me puedo arrepentir de lo que no hicimos.
¿Por amor a aquella gente?
Claro. Todo se junta. Yo no podría echar discursos demagógicos a favor de la gente si no poseyera la vida que tengo y el concepto de lo que ellos son. Si yo fuera un cacique, un señor que pone orden a bastones o a látigo, yo no podría tener el mismo aprecio que tengo ahora por los pobres, eso es evidente.
¿Ese esfuerzo sirvió para algo?
Sirvió desde el punto de vista sociológico, patriótico, para que en un lugar de selva ahora haya una provincia de ciudadanos, orgánica, que es parte activa del país, gente que no se ha dejado someter, que no le han podido explotar hasta el final, que ha tenido una conciencia, cristianos que no simplemente llegan y se colocan debajo de la escalera en la capilla, sino cristianos activos, gente que sabe lo que es tener fe, y echar una mano, y no simplemente echarle la culpa a los curas. Allí no hablamos nunca de curas, sino de la Iglesia comunidad, usted es tan culpable como yo. Desde ese punto de vista, uno dice, el mundo cambió para ellos.
¿Sigue manteniendo relación con la gente de Sucumbíos?
He tratado de no interferir, porque ya no soy obispo, pero hay personas que me llaman, otras me escriben, también leo la página de Sucumbíos... Estoy enterado de lo que pasa, y si de algo me tengo que asombrar, aparte de la calamidad de lo que ocurrió tras mi salida, es que pude ver que aquel pueblo sencillo ha sabido plantarse, y eso es muy bonito.
¿Se siente uno más?
Se acaban los grandes despachos, se acaban los ceremoniales, nos vamos pareciendo un poco más a la gente, y un poco más a Jesús. Vamos siendo diferentes, y con el tiempo Dios te da una serenidad y una alegría de saber que, aunque todo es deficiente, haces tú todo bueno.
¿Qué sintió al ver el clamor popular cuando usted se marchó?
Cuando uno deja algo que ha cuidado mucho tiempo inevitablemente siente pena, se aleja de algo que fue la música de su vida. Yo dije: Mi papel ha terminado, y la gente se ha encargado de decir, pues no ha terminado. Entonces, en lo personal, diría que estoy muy tranquilo, pero no puedo decir que todo fue maravilloso y estuvo perfecto. Yo sentía que terminé, pero me dolía como quedaba el rebaño. Pero ellos han dicho, vamos a hacer frente, y han dado un imponente testimonio de valentía y de fe.
Yo celebraba todos los días la misa en la casa de los Carmelitas y colapsábamos. Luego también me metí en un ayuno en un barrio público en Quito, estuve 24 días y eso no es usual, aquí sería inimaginable. Estaba en una carpa, recibiendo a la gente, celebrando… No he ejercido mi ministerio de una manera usual, sino escuchando el latido de la gente, sus preocupaciones y su mundo. No me podía haber sucedido algo mejor en la vida, es mi conclusión en relación a mi pasado.
Desde el punto de vista pastoral, ¿cree que la labor que se realiza en estas comunidades es más gratificante que en Europa?
Es más coherente. Gratificante... no siempre es totalmente gratificante.
¿Tampoco desde el punto de vista interior?
Pues tienes de todo, porque se sufre mucho. Los misioneros que se crearon en tiempo mío eran gente que pasaba la vida en los caminos, allí no había comida.... Digamos que más que gratificante, que también hay gratificaciones, lo interesante es que era esforzado. Intentabas ser fiel, ser coherente con Jesús y el Evangelio y ese no es un lenguaje que aquí se use.
¿Debe Europa contagiarse de ese espíritu?
Deberíamos. Yo no he decidido ni he pensado que me quede por aquí, pero si me quedara tendría que ser para ejercer la misión aquí. Yo no puedo estar esperando a sacar al perro a pasear. No participo de esa filosofía.
¿Por qué existe esa diferencia entre la curia y el cristiano de a pie?
Yo no he estado aquí en 40 años, pero sí lo noto. Creo que porque todos somos bastante cerrados, los unos y los otros, y hay que tomar decisiones valientes. Tienes que abrir tu casa, tienes que comer con el pobre, tienes que luchar junto a él y hasta que no descubres eso, y eso es un don de Dios, pues puedes ser muy buena persona, pero te faltan aquellas sacudidas y motivaciones grandes que a Jesús no le dejaban descansar. Hay mucho que cambiar en los jerarcas, que así los llaman a veces, en la gente comprometida y en el pueblo mismo. Para conseguir comunidades vivas tiene que sacudirse el clero y la gente. Tenemos que hacernos más como Jesús y menos como se nos antoje. Yo lo intenté.
Ahora, por ejemplo, cuando se habla de la crisis se dice que el que lo tiene que resolver es el Gobierno. Bueno, pues utilizando una imagen muy actual, puede haber un entrenador de fútbol, pero los que tienen que jugar son los futbolistas, y en la política se dice que el que tiene que jugar es el político, como si los demás no tuviéramos que ver. Todos somos un todo corresponsable y cuando sabemos manejar eso las cosas cambian.
¿Es preocupante la crisis de valores y de fe que hay en Europa?
Sí, es muy preocupante. Creo que fundamentalmente porque es muy materialista. Ahora no se habla más que de dinero, y yo escucho la radio todas las mañanas y están que si el mercado, que si la prima de riesgo, que si la bolsa, y no hay otra conversación. Bueno, y quién ha dicho que no es importante el dinero en la vida. Pero Jesús tenía otra manera de ver. Haz lo que tienes que hacer tú y luego veremos cómo te ayudamos. Eso es una carencia tremenda en un país como España, que ha producido gentes del estilo de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, y otros. No, es que así lo pasamos mejor. Pero ni mucho menos es usted más feliz que los pigmeos de África. Pero yo considero que, mirando lo positivo, es muy bueno recibir un mazazo de este calibre, porque la gente hoy en día estaba caotizada.