Bullicio por los Santos

G.G.U. / Burgos
-

Cientos de familias abarrotaron ayer San José y cumplieron con la tradición de recordar y homenajear a sus difuntos,animados por un calor inesperado. En algunos momentos de la mañana se formaron largas colas de coches

Los pasillos centrales del cementerio fueron un constante trasiego de personas de todas las edades, sobre todo a mediodía. - Foto: Luis López Araico

Dos hermanos se reían ayer bajo la tumba de Félix Rodríguez de la Fuente, junto a la puerta por cuyas rendijas confiaban en «ver» la lápida, la sepultura o algo que les permitiera identificar -con ayuda de su padre, que los aupaba por turnos- a ese grandísimo naturalista y divulgador que, 44 años después de su trágico fallecimiento en Alaska, sigue fascinando. Algo de eso, de fascinante y de mágico, tiene la muerte para que cada año haya más familias capaces de conciliar la celebración de la fiesta pagana de Halloween con la cristiana de Todos los Santos. Y, así, una noche de 'terror' y de ahuyentar malos espíritus dio paso a una mañana espléndida, en la que cientos de personas se acercaron a San José para honrar a sus difuntos, de acuerdo a la tradición católica.

A mediodía, hora punta, la cola de coches llegaba de la entrada al cementerio a, casi, la rotonda que también homenajea al naturalista pozano en la avenida de Cantabria. Y, a la vez, una procesión de burgaleses se dirigía espontánea y ordenadamente, al camposanto, quizá más concurrido que años previos. 

La mañana invitaba a pasear y muchos eligieron hacerlo entre los cipreses del paseo central y aledaños, por los que, a nada que uno se fije, puede comprender qué connotaciones religiosas, políticas o sociales han acompañado a la muerte en esta ciudad en cada época; qué importancia se le ha dado; qué carencias higiénico sanitarias sacudían a una población que durante algunas décadas enterraba a muchos más recién nacidos y niños que en otras -la primera tumba del actual cementerio es, de hecho, de una bebé de 4 meses, María Presentación González Abajo, enterrada el día de la inauguración, el 7 de abril de 1906-; hasta qué punto las corrientes estéticas del siglo XX influyeron en el descanso eterno; o, también, cuánto se ha diversificado un municipio que en este momento custodia en un mismo recinto restos y recuerdos de personas que ni compartieron creencias ni religión. Pero la parte musulmana, al final de la zona nueva y con las sepulturas orientadas hacia la Meca, ayer era la única tranquila del cementerio.

Las concesiones rigen ahora en el municipio por un máximo de 75 años, pero todavía hay lápidas centenarias y, en más casos de los que cabría esperar, engalanadas con flores recientes. La mayoría de los visitantes entraban ayer cargados con centros de crisantemos o de brezos acompañados de ciclámenes y pequeños pinos o, también, los clásicos ramos de claveles, gerberas y margaritas. Algunos llevaban también una pequeña azada para adecentar los alrededores de la lápida que recuerda a ese ser querido y ante la que muchos otros, simplemente, pasaban unos minutos en silencio. Y eso que se contaban por decenas los niños que corrían entre las lápidas y pasillos, ajenos al significado del día de Todos los Santos y al dolor que todavía produce en muchas familias, sobre todo en aquellas cuya pérdida es reciente.

De todos ellos, no obstante, se acordó el arzobispo, Mario Iceta, quien también cumplió con la tradición de presidir la misa en el pasillo central del cementerio y honró así a todos esos santos burgaleses y anónimos.