La A-1 a su paso por la comarca ribereña ha vuelto a ser el denominador común de los dos últimos asaltos a establecimientos hosteleros en el entorno rural. Los bares de las localidades de Bahabón de Esqueva y Oquillas sufrieron la visita de los amigos de lo ajeno, que de ambos robos se llevaron mercancía seleccionada de sus almacenes.
El primero de estos sucesos se produjo a mediados de la última semana de mayo, cuando los ladrones entraron en el bar de Bahabón de Esgueva. El o los ladrones se amararon en la oscuridad de la noche y «apalancaron las cerraduras de las dos puertas de atrás y entraron hasta la cocina, como si fuese su casa», relata Paulino Yusta, el responsable del establecimiento. Nada más descubrir al día siguiente que había sido víctima del robo, denunció ante la Guardia Civil un extenso inventario de pérdidas. «Me han llevado de todo: bebida toda buena, ropa de camarero nueva que tenía, los cambios,... por un valor total de entre 5.000 y 6.000 euros, por lo bajo», calcula Yusta.
Mientras la Benemérita continúa con la investigación, este hostelero reconoce que aunque no se enteró, «estaba en la cama, menos mal», todavía tiene el susto en el cuerpo. «Algún día bajas de arriba al bar y lo haces con miedo», confiesa.
Se da la circunstancia de que, esa misma noche, entraron en un almacén junto a una vivienda y robaron maquinaria de obra.
Una semana después de estos hechos, los amigos de lo ajeno fijaron su objetivo en la siguiente localidad al pie de la A-1, en dirección sur. En Oquillas, el mesón también fue su objetivo. «Reventaron la cerradura de la puerta y se llevaron más de 80 botellas de licores elegidos, ninguna empezada, nada barato, ginebra, ron y whisky; dos taladros, además del dinero que había en la caja para abrir al día siguiente, unos 300 euros», enumera Alberto Vallujera, gerente del establecimiento, que estima el valor total de lo robado y los desperfectos en 2.500 euros. «Había cuatro móviles al lado de la caja y no se los llevaron, sabían a por lo que iban, lo que tiene una salida fácil para vender por ahí o el dinero», comenta este hostelero.
En esta ocasión, los cacos se aseguraron de que no les viesen mientras hacían su trabajo. «Arrancaron los cables y apagaron todas las farolas, se ve que las quitaron para trabajar a gusto», comenta con una gran carga de ironía Vallujera, que se ha encargado de arreglar en parte la avería porque «tenemos otra línea que no hemos encontrado el fallo aún».