Los milagros del toreo en una tarde gris

LETICIA ORTIZ / Burgos
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Morenito de Aranda cuaja al mejor toro de una decepcionante corrida de Valdellán y Curro Díaz acaba en la enfermería tras tirarse a matar o morir en el cuarto. David de Miranda se lleva un trofeo en su estreno

Los milagros del toreo en una tarde gris - Foto: Valdivielso

Cuando el cuarto toro de la decepcionante corrida de Valdellán prendió a Curro Díaz al entrar a matar, el Coliseum contuvo la respiración. El pitón de Navarro fue primero al pecho del matador de Linares, que se tiró a matar o morir. El encontronazo fue de una brutalidad estremecedora, para partir al diestro por la mitad. Cayó a plomo Curro Díaz en el albero y el toro siguió buscándole, con saña. Fue ahí donde el de Valdellán clavó el pitón en el muslo, pero pudo hacerlo en la zona lumbar e incluso en el cuello pues por allí llegaron a rondar las astas. Al leer el parte médico del doctor Aguado, que intervino al torero en la enfermería de la plaza, se constató el milagro. Dentro de la gravedad, Curro se había salvado pese a la crudeza de la voltereta. 

No fue el único susto que se llevó el de Linares. En  el primero, al que le sobraba clase y calidad, pero no le acompañaba la fuerza, recibió otros dos revolcones sin mayores consecuencias, aunque la taleguilla quedó destrozada. En vaqueros lidió al cuarto, el de la cogida, ante el que cuajó un trasteo solvente y de recursos, saliéndose incluso de su línea de empaque y elegancia para que el toro rompiese hacia adelante y para que el público entrase en la faena. Logró el jienense imponerse a la falta de clase de su oponente gracias a su firmeza y a la madurez que le dan sus años de alternativa. Tenía la oreja en el esportón, quizá dos si la espada entraba arriba. Y por eso se tiró con todo. La moneda, eso sí, salió cruz. Mientras el torero era llevado a la enfermería, brotaron los pañuelos. Merecida oreja. Por cierto, aplauso fuerte al delegado de callejón por su buena actuación ante la triste actuación de los banderilleros frenando el tiro de mulillas y exigiendo la segunda oreja desde el ruedo de malas formas. Hay que tener torería, por muy afectados que estuvieran por la cogida de su matador. 

por derechazos. Y del milagro del parte médico de Curro Díaz al milagro del toreo. Ese que se persigue cada tarde que se entra en una plaza. Ese que nos mantiene enganchados a una afición que, casi siempre, da más disgustos que satisfacciones. Ese que te levanta del asiento con el olé roto en la garganta. Fue ante el quinto, el mejor de la corrida. Mejor como eufemismo de menos malo. El tuerto en el país de los ciegos. Tuvo emoción el animal en la muleta por lo áspero de su comportamiento. Respondía solo cuando le hacías las cosas bien y con firmeza. Con firmeza, pero no con violencia ya que ahí protestaba. A bruto siempre gana el toro.

La felicidad en la cara de Morenito de Aranda al salir a hombros del ColiseumLa felicidad en la cara de Morenito de Aranda al salir a hombros del Coliseum - Foto: ValdivielsoSe encontró el de Valdellán con un torero que atraviesa su mejor momento profesional, Morenito de Aranda. Con casi 20 años de alternativa a sus espaldas, entendió a la perfección lo que requería el animal en tiempos, toques, distancias, alturas y terrenos. Había que acertar en todo, sin opción al más mínimo fallo, para que el astado respondiera. Y el burgalés lo hizo, aunque por momentos sus ansias de triunfo atropellaron a su firmeza y el trasteo perdió profundidad. Ya en la primera tanda, el arandino dejó un derechazo templado y hondo para el recuerdo, antes de rematar con gusto la serie. Fue también sobre la mano derecha cuando llegaron los mejores muletazos de la tanda. Cruzado y con la muleta planchada citó Morenito al toro, con ese punto justo de firmeza y delicadeza que el animal exigía. Y la plaza rugió con su torero que llevó los derechazos hasta más allá de la cadera para, sin prisa pero sin pausa, girar sobre los talones y ligar el siguiente. La muleta siempre en la cara para evitar que el toro se rajase o, peor aún, que le lanzase un derrote como ya había hecho de primeras en la muleta. Con la franela en la izquierda volvió a colocarse el de Aranda donde los toros embisten, pero los pies queman. Con aplomo. Y con ese valor seco que tanto cuesta cantar a los que torean con pellizco. No permitía ligar el toro los muletazos por el izquierdo y la faena, con naturales de uno en uno, bajó en intensidad. Pero Morenito volvió a la mano derecha y de nuevo la plaza entró en ebullición. Para esculpir los remates.  

Llegó entonces el momento de la suerte suprema y El Coliseum volvió a contener la respiración esperando contemplar el triunfo de su torero. Pero otra vez la espada, el talón de Aquiles de Morenito, pareció cerrarle la Puerta Grande. Estuvo listo el de Aranda que no entró rápidamente a matar por segunda vez, sino que  cuajó otra gran tanda de derechazos antes de montar la espada que, esta vez, sí llevaba muerte en su filo. Dos orejas.

También la espada había sido protagonista, para mal, en el segundo, un toro de embestida brusca y malos finales, al que Morenito cuajó un trasteo solvente y profesional, con algún natural de bello trazo, con el temple por bandera.

Precisamente el temple permitió a David de Miranda llevarse un trofeo de Burgos, a pesar de pechar con el peor lote de la tarde. Poco pudo hacer ante el rajado tercero, pero ante el sexto se desquitó mostrando su concepto clásico y atemporal. No andaba sobrado de fuerzas su oponente y lo cuidó con mimo De Miranda, usando el temple y la delicadeza en los toques como armas para que el toro le regalase alguna embestida aprovechable. Se tiró con todo a matar para amarrar la oreja, aunque la espada cayó algo baja.