El púlpito de Santa María

Máximo López Vilaboa / Aranda
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El principal templo de la capital ribereña guarda en su interior, entre otros tesoros artísticos, un espectacular púlpito renacentista en nogal tallado. Francisco Layna y José Antonio Quintana, entre otros autores, ensalzaron su factura

Fotografía del púlpito de la iglesia de Santa María, tomada hacia 1920. - Foto: Archivo de Máximo López

Ahora que la iglesia de Santa María se encuentra cerrada al culto, en restauración y preparándose para acoger la edición de las Edades del Hombre de 2014, nos vamos a aproximar a uno de los elementos artísticos más destacados de su interior. Se trata de su espectacular púlpito renacentista, y nos vamos a acercar a él a través de las palabras de dos autores bastante desconocidos cuyos estudios tienen carácter pionero. Muchos estudios posteriores han partido de éstos, en bastantes ocasiones sin citarles, y por eso es justo rescatar del olvido estos escritos. En el Boletín del primer trimestre de 1928 de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Burgos publicó el abogado arandino José Antonio Quintana un breve artículo que llevaba por título El púlpito de Santa María y que tenía el siguiente contenido:

«Este templo monumental cobija bajo sus bóvedas elevadas de arcos de crucería y adosado a uno de los pilares del lado de la epístola y no de los del evangelio, según tal costumbre por lo común seguida en este punto en nuestras iglesias, acaso por motivos de acústica, un hermoso púlpito correspondiente a la grandiosidad del edificio. Obra de talla primorosa, de estilo renacimiento, únense en ella en consorcio admirable el genio que lo ideó y el arte sublime que la ejecutó. Consta de una pequeña columna que sirve de sostén al púlpito el cual es de forma sexagonal, protegiéndole airosa marquesina o tornavoz de dos cuerpos, algo mayor el inferior que el superior y rematado por graciosa imagen de la Purísima; todo exornado con figurillas, columnitas y labores trazadas habitualmente, con el más delicado gusto. Fue construido este púlpito a fines del siglo XVI, en la edad de oro para el arte en Castilla, bajo los auspicios del Ilustrísimo Señor Don Pedro Álvarez de Acosta, de grata memoria en esta diócesis, como lo revela el escudo heráldico de aquel insigne prelado que campea en el testero del púlpito. Por muchos años se ha considerado al famoso artífice de Paredes de Nava, Alonso de Berruguete, como autor de esta maravilla: después pudo pensarse y se pensó que lo fuera Juan de Juni por la protección que a este también renombrado artista dispensó el señor Acosta desde que le trajo de Italia: pero nuestro esclarecido, cuanto malogrado paisano el doctor don Silverio Velasco, obispo de Ticelia, administrador apostólico de Ciudad Rodrigo, amante de las glorias de Aranda e infatigable investigador de las cosas antiguas de este pueblo, en sus Memorias de mi villa y de mi parroquia, página 201, indica a Miguel de Espinosa y a Juan de Cambray, éste al menos, vecino de Palencia, como los autores verdaderos de este púlpito por cuanto consta haber cobrado cantidades en dinero por los trabajos de entablamento que habían realizado en él. Semejante al púlpito de que nos ocupamos es el del trascoro de la catedral de Palencia, del que Gustavo Doré dijo: «que debía conservarse dentro de un fanal de cristales y enseñarse solamente una vez en semana», lo cual podría también decirse de este púlpito y quizá con mayor razón, pues si alguna diferencia media entre ambos es, a no dudarlo, a favor del de esta iglesia de Santa María. Al mérito propio, singular, de este púlpito, ha de añadirse el que le comunica la circunstancia de haber dirigido desde él su palabra autorizada al pueblo cristiano oradores sagrados de valía. Desgraciadamente la acción destructora del tiempo y el descuido de los hombres han causado algún daño a tan preciosa joya artística, cuya restauración estaría bien se acordase por quien pueda hacerlo y se llevara a cabo por personas de la competencia e idoneidad que requiere la misma delicadeza de la obra: con ello se prestaría seguramente un señalado servicio al arte y a la cultura en general».

El deseo de José Antonio Quintana se hará realidad en 1980 cuando el académico Francisco Íñiguez (1901-1982) se encarga de dirigir la restauración. En 1941 se publicó en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones un amplio estudio sobre las iglesias de Aranda cuyo autor es Francisco Layna Serrano (1893-1971), médico otorrinolaringólogo e historiador. Éstas son sus palabras que dedica al púlpito de Santa María:

«Sin duda la joya más valiosa del interior de la iglesia de Santa María es el magnífico púlpito plateresco construido en nogal tallado y que apoya en un pilar del crucero al lado de la epístola, ya dentro de la nave mayor donde arranca el primer arco de la lateral correspondiente; es tan semejante al que existe en la catedral de Palencia, que en principio y sin haberlo comprobado recogiendo noticias ciertas, me permito creer que ambos se deben al mismo autor o autores. El púlpito, formando un conjunto gracioso y de gran elevación, consta de dos partes igualmente interesantes por su valor artístico; son éstas, el púlpito propiamente dicho cuya escalera de acceso sólo conserva uno de los antiguos tableros tallados de su barandilla, y el copete o tornavoz de gran riqueza escultórica y unido a aquél por tallado respaldo en que luce gran medallón con el busto de un santo en medio relieve y provisto dicho respaldo de dos batientes laterales altos para canalizar hacia el centro de la iglesia la voz del predicador. Descansa el púlpito sobre robusta columna de acanalado fuste, es de forma prismática, con abalaustradas columnillas en los ángulos, el zócalo y friso superior decorados con animales fantásticos primorosamente tallados y las caras del prisma formando recuadros en cuyo campo se admiran, bien un santo de pie, o dos medallones superpuestos cobijando doctores de la Iglesia ocupados en santas escrituras; todo en talla de medio o bajo relieve, fina y acabada, las figuras muy expresivas, de gran movilidad y, por la delicada ejecución, más propias de un repujador de metales que del trabajo con gubia. El tornavoz o pináculo terminal tiene forma de templete con dos cuerpos superpuestos y disposición parecida a la del púlpito, con sus columnillas esquineras, zócalos y frisos de separación y en las caras del prisma, en vez de tableros con relieves, hornacinas cobijadoras de parejas de santos en el primer cuerpo y figuras solitarias en el segundo, como más estrecho, coronando el todo la efigie de la Virgen María; he aquí algunas interesantes noticias referidas a esta pieza capital del arte de la madera en el Renacimiento español».