Hace mucho, mucho tiempo, existió un niño que creció entre valles verdes y brumosos, junto a montañas que atesoraban resonancias míticas y eran cobijo de atávicas y misteriosas leyendas. En aquel telúrico mundo que también se asomaba al Cantábrico se deslumbró con los pájaros y las rocas modeladas por la lluvia y el viento, y la curiosidad de aquella criatura devino en fascinación cuando descubrió que más allá de los límites que habían acogido su existencia se hallaban otros territorios no menos fantásticos. Conocerlos constituyó para él toda una epifanía. Muchos años después, ese niño se convirtió en biólogo y paleoantropólogo, en un científico de reputación internacional. Un sabio. Hoy, sentado plácidamente al borde de sí mismo, es un chamán de esa tribu que somos los humanos. Cuando habla, se diría que lo hace en torno a un fuego, bajo la cúpula celeste empedrada de estrellas, con la luna rielando entre los destellos de Sirius y Betelgeuse.
Es un hechicero que cuenta una historia que quizás tenga un principio, pero que aún no posee final. Es Juan Luis Arsuaga un seductor cuyo currículum científico resulta absurdo anotar aquí, pues es de sobra conocido; no lo es tanto su condición de contador de historias, motivo por el que se asoma a estas páginas: acaba de reeditarse la que es su primera y última novela, que vio a la luz hace la eternidad de veinte años. Se titula Al otro lado de la niebla (Destino), y es una obra fascinante de principio a fin; una ficción que es purita verdad; un texto de alto voltaje literario; un cuento largo, de ecos legendarios, brillante, intenso; una aventura extraordinaria que sucede en una época lejana, en esa Prehistoria que tan bien conoce el autor, y que tiene como protagonista a un niño sin nombre al que llaman Piojo que quizás se parezca al que fue él un día; un muchacho asombrado con cada descubrimiento; una criatura que se fue abriendo a la vida con avidez y espíritu de explorador, porque la infancia es un Macondo en el que las cosas son tan recientes que carecen de nombre, y para mencionarlas hay que señalarlas con el dedo.
«Lo que pretendo es algo imposible, pero es que me gusta fracasar. Fracasar es algo inevitable. La cuestión es cómo fracasas: bien o mal. El fracaso está garantizado de entrada, porque lo que he intentado en este libro es evocar el mundo mágico en el que vivían los hombres prehistóricos. Un mundo sin contrarios, que es lo que caracteriza el pensamiento mágico. No podemos entender ese mundo, ni volver a él. Pero que sí lo podemos evocar. Para ellos la existencia es un continuo: el sueño es tan real como la vigilia; te comunicas con los muertos. Hay que imaginarse un mundo en el que los animales y las personas no son contrarios. Quizás los únicos que puedan imaginarse un mundo así sean los niños, que ven dibujos animados y les parece normal que un gato o un oso hablen. Los niños no tienen contrarios», explica Arsuaga.
Lo que he intentado en este libro es evocar el mundo mágico en el que vivían los hombres prehistóricos"
El codirector de los yacimientos de Atapuerca insiste en que la pretensión de esta ambiciosa y singular novela es «asomar al lector a los viejos tiempos de la prehistoria, cuando el mundo era joven, y mostrar a nuestros antepasados como de verdad fueron: orgullosos, pero no altaneros; conocedores de la naturaleza, pero no sus amos; a veces violentos, pero también delicados y tiernos. En ningún caso inferiores en sentimientos, talento o grandeza. Esta es, por decirlo de otra manera, una leyenda del tiempo en el que éramos príncipes, los príncipes del bosque y la estepa». Al otro lado de la niebla se desarrolla a caballo entre la meseta -ese océano de cereal, todo horizonte- y las montañas una geografía sagrada, poblada de espíritus; rescata, para su escritura, términos y vocablos de aquel lenguaje castellano que le deslumbró cuando lo conoció por la voz de ese otro gran chamán que fue Félix Rodríguez de la Fuente, del que se embebió en las novelas de Miguel Delibes y que se ha olvidado porque, afirma, no se ha querido lo suficiente. Este libro es, también, una apasionada declaración de amor por esa lengua tan rica y precisa de nuestros mayores.
Todo está vivo en la novela de Arsuaga. «Para ellos, todo lo que cambia está vivo. La luna, los ríos, el mar, las rocas, las nubes... También los muertos: no se han ido a ninguna parte porque no hay un mundo al que puedan ir. Viven también entre ellos. A los antropólogos, cuando empezaron a explorar y conocer los pueblos que consideraban primitivos y salvajes, les extrañaba una contradicción entre lo prácticos que eran y lo crédulos que eran. Esa credulidad les asombraba. Pero es que vivían en un mundo trascendente. Recrear eso es lo que he pretendido». En la novela, influenciada por los autores que leyó en su infancia y juventud -los Stevenson, Kipling, London, Salgari- y por los relatos de todos los pueblos primitivos de la tierra, de los bosquimanos a los inuit, sucede absolutamente de todo. El lector siente colores, olores; siente el viento y la noche, se imbrica en la naturaleza porque lo importante del hombre prehistórico sucedía en la naturaleza. Es una suerte de Odisea, una aventura vital llena de aprendizaje, con peligros, miedos y dolor, pero en la que también laten con fuerza la rebeldía, la lucha, la amistad o el amor. «Y un amor romántico. El romanticismo no lo inventaron los románticos, ni tiene su origen en la literatura provenzal, ni en Romeo y Julieta. El amor romántico está en la naturaleza humana. Es biológico. Ha existido siempre. Igual que la envidia. ¿Por qué la envidia ha existido siempre y el amor no? Yo soy un romántico».
Ellos sentían que todo está vivo y conectado; y los científicos, en el siglo XXI, han demostrado que en efecto es así"
Tradición oral. La novela de Arsuaga entronca con la tradicional oral, aquella que ha pasado de generación en generación, de madres a hijos, de jefes de la tribu a los miembros de sus pueblos. «La oral es la mejor literatura. Todos los grandes relatos son orales». Para su autor, la esencia, el resumen, el corazón de esta novela y, por ende, del pensamiento mágico, «es que todo está conectado; todos estamos conectados. Y mira por dónde la ciencia, en el siglo XXI, lo ha demostrado. Eso es lo que nos hace responsables de nuestros actos, pero a la manera primitiva. En la mente prehistórica, esa idea de que todo está conectado y de que todo obedece a unas leyes que rigen, y que si ese orden natural se violenta o altera, se produce el caos, la desgracia. Mientras todo esté ordenado, todo puede ser entendido. El mundo puede ser entendido, predecido. El caos es el horror, lo imprevisible, lo incontrolable. La esencial del pensamiento mágico es que hay que ser muy cuidadoso con lo que hacemos porque todo está conectado y tiene un sentido».
Es, afirma Arsuaga, lo que nos está sucediendo hoy, ahora. «Gracias a la ciencia hemos sabido que, en efecto, todo está conectado. Yo cojo un combustible fósil que tiene 300 millones de años, lo quemo y va a la atmósfera en forma de gas. Eso provoca que aumente la temperatura, se derrita el hielo y suba la marea. Un desastre. Y es porque todo está conectado». Al otro lado de la niebla es una gran, formidable leyenda. Es un mito. Es una historia que se cuenta a sí misma. Y que se perpetuará en el tiempo. «Me gustaría que se leyera así: los humanos perecen, pero la historia siempre permanecerá». La de Piojo, Gata, Viento del Norte, los Hombres Águila y todo el imaginario mítico busca la eternidad. Como las pinturas rupestres de las cavernas.