Los problemas de la carretera del agua

D.P.L. / Burgos
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Quintanaurria acogió ayer una marcha para dar visibilidad al deterioro que sufre la vía BU-V-5104, que sirve de tránsito para todas las decenas de camiones pesados que transportan cada día las botellas de Aguas Santolín

Los participantes tuvieron que desafiar al viento y al frío para recorrer los cuatro kilómetros de marcha hasta Rublacedo. - Foto: Iván López

Hay un pueblo que cada día ve salir a decenas de camiones con botellas de un agua que mana de sus entrañas. De aspecto es igual que las demás. Tiene la misma densidad, las mismas propiedades y conserva hasta la misma transparencia que el resto. Pero tiene algo que gusta. Algo que engancha y la hace brillar en algunos de los mejores establecimientos del país. Su composición la distingue del resto y la hace encajar en cientos de miles de hogares. El problema es que para distribuir y mover todas las botellas que se demandan hay que dar unos pasos previos a la comodidad plácida de las autovías, y ese camino comienza en la localidad burgalesa de Quintanaurria.

Llevan ya tiempo protestando, en agosto de este mismo año ya se movilizaron, buscan que se cuide una carretera que sufre demasiado, que aguanta las cargas de vehículos de hasta el doble del tonelaje que puede soportar, quieren que se refuerce su estructura y, sobre todo que se amplíe su anchura. Vecinos del pueblo dicen que con una anchura de 4,5 metros no se puede pretender que el tráfico ruede fluido si se encuentra un coche con uno de estos camiones que salen de forma periódica de la planta de Aguas Santolín. Y son 14 kilómetros los que tienen que recorrer con esta condición tan limitadora de espacio que no solo afecta a turismos.

En total afecta a los cinco pueblos que conecta la BU-V-5104 (Rublacedo, Quintanaurria, Rojas, Piérnigas y Quintanabureba) y ha provocado ya algún vuelco de estos camiones. Eso si hablamos de consecuencias directas, porque de manera indirecta condiciona a todas aquellas personas que quieran salir con la bici o a darse un paseo por un asfalto que entraña peligro y que invita a pensárselo dos veces antes de empezar a andar. Pero como andando se hace camino, en el caso de ayer, se organizó una protesta promovida por la Asociación Pueblos Olvidados de Burgos y secundada por cerca de una veintena de vecinos de estas localidades.

En total recorrieron los cuatro kilómetros que separan Quintanaurria de Rublacedo, desafiando a un viento atroz y dejando su huella en los daños de un asfalto arañado, agrietado y dolorido. Lo hicieron para instar a la Diputación de Burgos a que reconsidere sus planes para solventar esta problemática que, más allá del terreno interurbano, también genera complicaciones en algunas de las viviendas de los pueblos que forman parte de esos primeros kilómetros de esta carretera del agua.

Al tener que hacerse responsable de un peso con el que no puede, el firme termina por ceder ante la presión, pero cuando esto sucede en un terreno custodiado por viviendas y edificios, estas estructuras acaban sufriendo daños por una continua exposición a este conflicto. Los propietarios mismos son conscientes de que es complicado que el trayecto pueda esquivar a sus casas, por eso han implementado medidas de protección como badenes o señales, pero lo que sí conservan es la esperanza de que, por lo menos, la carretera pueda reforzarse, tanto en anchura como eN firmeza para hacer frente a este tránsito que puede llegar hasta los 100 camiones diarios.