Es una película inencontrable. Televisión Española la emitió en 2016 en su programa Historia de nuestro cine, pero no se conserva en su página web; tampoco la tiene ninguna plataforma en su catálogo, y solo pueden verse algunos clips de apenas un par de minutos en YouTube que dan una muestra del rarísimo producto audiovisual que fue Las bodas de Blanca, película dirigida por Francisco Regueiro, miembro de aquel grupo que se dio en llamar 'el nuevo cine español' que retrató los últimos años de la dictadura y la Transición. Un inexpresivo Javier Escrivá, una contenida Isabelita Garcés haciendo de monja, Paco Rabal con peluquín y la siempre espléndida Concha Velasco, fallecida la semana pasada, conformaban el grueso del elenco que se pasó buena parte del verano de 1975 en Burgos rodando una historia con tres aristas: una mujer, maestra de profesión, que ansiaba profundamente tener hijos, un marido impotente y unas segundas nupcias con un amante maduro. Y todo bajo las agujas de la Catedral, en el Paseo de la Isla, la vieja estación de Renfe, el Teatro Principal o en el barrio del Pilar, que solo hacía un par de meses que se llamaba así después de que se incorporara a la ciudad el poblado de la Sociedad Española de Seda Artificial (SESA) de la carretera de Valladolid.
Hasta allí llegó el equipo de Regueiro, que mantuvo un tira y afloja de los que hacen época con los canónigos de la Catedral por las pretensiones del primero de rodar dentro del templo y las cavilaciones y maniobras de los segundos ante semejante petición, que acabó por desestimarse (como pasaría décadas después con C. Tangana y Nathy Peluso y su erótico vídeo de la canción Ateo) y enviando a las cámaras a rodar a León el interior del templo. El filme se estrenó tres días antes de la muerte de Franco (aquí llegó el 3 de diciembre al cine Goya y luego, en 1977, se volvería a emitir en el Consulado y en Aranda de Duero), pero lo cierto es que pasó bastante desapercibido. No estaba el país para cavilaciones freudianas sobre la maternidad y las relaciones de pareja.
El rodaje se inició el 1 de julio y la polémica le había precedido. Este periódico anunció la nueva en junio diciendo, primero, que no se iba a rodar en la seo: «Las bodas de Blanca no se rodará en la Catedral. La película en la parte del guion que afecta al templo metropolitano, nos dice el deán, no tiene garra. Don Buenaventura Díez y Díez afirma también que el tema lo ha tratado con sus compañeros de cabildo y que hay acuerdo en no autorizar el rodaje. El guion no es inmoral, lo que ocurre -dice- es que no está en consonancia con el marco. Esta es la decisión del cabildo. Ante la negativa, muy probablemente, la productora de !a película opte por elegir otra ciudad. Quizá, todavía se encuentre solución y Burgos no pierda esta ocasión», alentaba muy sensatamente DB ante la postura del deán, que era, a lo que se ve, un experto en las garras de los guiones.
Pero un par de semanas después cambió el cuento: «Definitivamente, la productora de la película Las bodas de Blanca ha obtenido autorización para rodar en el interior de la Catedral. Según nuestros informes, han sido introducidas algunas modificaciones en la parte del guion correspondiente a las secuencias que se precisaban rodar en el interior del templo, modificaciones en las que ha colaborado el arquitecto burgalés don Marcos Rico. La autorización ha sido acogida con viva satisfacción por los actores y técnicos de Las bodas de Blanca, quienes, por otra parte, se muestran encantados de su estancia en Burgos, de cuya hospitalidad hacen grandes elogios».
Y mientras en los despachos se dirimía si era oportuno o no que se rodara algo tan impío en la Catedral y se metía mano con todo el aplomo a un guion original, la ciudad se alborotó lo más grande, pues se buscaban extras en todas partes, entre ellas los alrededores de las Huelgas y el barrio del Pilar, donde aún se recuerda la que se montó cuando los del cine llegaron a las antiguas escuelas (que hoy son viviendas en la calle Benito Pérez Galdós) para rodar una jornada de la maestra protagonista con varias de las niñas del barrio haciendo de alumnas. «Qué simpática que era Conchita Velasco, nos trató a todas muy bien», recuerdan Almudena González y Anabel Carrillo, que fueron dos de las que pasaron el casting y de las que más cámara chuparon.
Otro plano de Concha Velasco en la estación del ferrocarril. Elipsis. Estamos ya en abril de 1976 y José Luis Barrios Treviño entrevista a Francisco Regueiro para este periódico, por lo que es inevitable recordarle el filme rodado apenas un año antes en la ciudad. Y así se despachó el director quien, por otro lado, reconoció haber pasado unos buenísimos días por aquí, haber sido tratado excepcionalmente por la prensa y dejado amigos de la talla del pintor Luis Sáez: «Tengo que confesar que las fuerzas, diríamos civiles, de la ciudad, se portaron magníficamente, mientras que las religiosas lo hicieron de una manera excesivamente tradicional, ya que varias secuencias de la película que debían rodarse en el interior de la Catedral, las tuve que rodar posteriormente en el interior de la de León, ya que el cabildo se opuso de forma un poco arbitraria, en cuanto se refería a este rodaje de interiores».
Fuera de la 'moralidad cristiana'. Para qué quieres más. Señalados de tal manera, los capitulares se quedaron también a gusto con el director al día siguiente y poniendo el foco en la actriz protagonista. Estas fueron sus puntualizaciones a las palabras de Regueiro que publicó este periódico: «Primera: el cabildo de Burgos tenía una presunción -indicio grave- de que el texto y el rodaje de Las bodas de Blanca no se ajustasen a las normas de moralidad cristiana. Segunda: Los productores ofrecieron una generosísima cantidad de dinero al cabildo -dispuestos a doblarla- por obtener la licencia del rodaje en el interior de la Catedral, lo que hubiese constituido, sin duda, una magnífica ayuda para contribuir a los gastos de restauración y reparación de las techumbres de las capillas, pero prefirió los valores morales. Tercero. La presunción sostenida por el cabildo se vio contrastada por la realidad. La actriz C. V. apareció en Blanco y Negro, a las pocas semanas, con un desnudo total, fácilmente apreciado, a pesar de los parches tapados que se detectaban en el grabado».
C. V. llamaron a Conchita Velasco los canónigos catedralicios, los mismos que apreciaron perfectamente su desnudo total en el suplemento de ABC. La actriz, que probablemente ni se enteró de semejantes comentarios, confesaría años después en sus memorias que fue en Burgos, precisamente, donde cuajó su relación con el director de fotografía Fernando Arribas, padre de su hijo Manuel que estos días tanto la ha llorado.