El 3 de marzo se cumplen 25 años de la primera victoria del Partido Popular en unas elecciones generales y la llegada de José María Aznar al gobierno, tras una “dulce derrota” por 300.000 votos de Felipe González al frente del PSOE, pero derrota al fin y al cabo, que anunciaba un cambio de ciclo. Fue el comienzo de una legislatura positiva, de la que lamentablemente se olvidaron sus beneficios una vez que cuatro años más tarde el mismo protagonista logró la mayoría absoluta y pudo deshacerse de los pactos y acuerdos a los que se vio obligado a llegar con Jordi Pujol –del “Pujol enano, habla castellano” de aquella noche electoral a hablar catalán en la intimidad tras el pacto del Majestic- y con Xabier Arzalluz.
El PP actual tendría muchos que celebrar en recuerdo de aquella victoria si Aznar tuviera generosidad y desterrara la tentación de mirarse solo los abdominales, si tuviera la humildad de reconocer errores flagrantes que únicamente se pueden atribuir a él y que condicionaron y condicionan la vida del Partido Popular. Es mucho pedir. Le sobra soberbia para pedir disculpas ante hechos concluyentes: es el único de los protagonistas del trío de la ‘foto de las Azores’ que no ha reconocido que Irak no tenía armas de destrucción masiva; sigue sin estar convencido de que los atentados del Madrid del 11-M no los cometió ETA, a pesar de que su policía fue la que cercó a los islamistas autores de la masacre, y fue él quien mediante su “dedazo” nombró a Mariano Rajoy como su sucesor.
La situación por la que atraviesa su partido en particular y la derecha en su conjunto también le debe mucho a él. Se vanagloria Aznar de que cuando dejó el Gobierno entrego a su sucesor el espacio del centro derecha unido. Pero no es menos cierto que desde poco después comenzó a trabajar a la contra de Mariano Rajoy, desligó FAES del PP, e impulsó el surgimiento de la extrema derecha que hasta ese momento estaba cobijada bajo el ala de la gaviota, pero controlada, y ahora vuela sola con un líder, Santiago Abascal, nacido bajo su sombra, porque consideraba muy blandas las actitudes de Mariano Rajoy en todos los grandes problemas nacionales. Pablo Casado es, de la misma forma, una creación suya, a quien los resultados electorales tampoco le acompañan, salvo en Galicia, y cuyos intentos de absorción de Ciudadanos no se compensan con el distanciamiento de Vox.
José María Aznar, son embargo, no se ha visto salpicado en casos de corrupción. No en lo personal, porque no está inmerso en ningún sumario, pero esa sombra sobrevuela el partido desde su predecesor, y podría decir, como Esperanza Aguirre, que le salieron rana muchos de sus nombramientos, y aunque pasó por delante de él, fue incapaz de verla. O miró para otro lado.
Aznar, genio y figura, ha utilizado el aniversario de su triunfo electoral para reivindicarse él solo, porque si Pablo Casado ha decidido que el PP es un partido sin historia tiene todo el derecho del mundo para darse un homenaje dado que la organización que dirigió no está para fiestas. Casado ha iniciado otro viaje al centro desde punto de vista moderado, como el que en su día hizo Aznar. Lo que no está claro es si su preceptor está en ese vagón o si en la última intersección tomó el camino de la derecha más conservadora.