«Nos sentíamos impotentes por no poder detener el fuego»

F.L.D. / Burgos
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Varios de los Bomberos de Burgos que trabajaron en la extinción del incendio de la fábrica de Campofrío rememoran aquella terrible jornada

Representación de los más de 60 efectivos que trabajaron en el indendio, con el sargento Jesús Lucinio a la cabeza. - Foto: Valdivielso

Las manillas del reloj habían sobrepasado las 6:30 horas de una madrugada tranquila. Era un domingo no muy frío para ser noviembre y, como ocurre casi siempre, el desastre se manifestó en forma de alarma sin que nada pudiera preverlo. La que les saltó a los Bomberos desde la fábrica de Campofrío. Una dotación se encaminó a la calle La Bureba con un primer aviso que advertía de un incendio de palés en el exterior de las instalaciones.

Pero cuando la primera autobomba enfilaba el puente de Alcalde Martín Cobos, avistaron una densa columna de humo que hacía presagiar un siniestro como pocos habían visto antes. Y así fue. Más de 60 efectivos, todo el parque, trabajaron a destajo durante horas para frenar el avance de un fuego extremadamente voraz. Las llamas redujeron a escombros la planta de la empresa cárnica ante la impotencia de los equipos de extinción, que por suerte pudieron evitar un desastre mayor al impedir que alcanzasen el secadero de jamones y un depósito con miles de litros de amoniaco.

Cuando el sargento Jesús Lucinio llegó al parque, las primeras dotaciones ya estaban desplegadas en Campofrío. Eran más de las 7 y apenas tuvo tiempo para organizar el turno a marchas forzadas antes de enfundarse el traje ignífugo y sumarse a las labores de extinción. «El fuego estaba completamente desbocado. Eran 40.000 metros cuadrados que estaban comunicados y las llamas pasaban de un sector a otro. La primera estrategia fue crear una especie de barrera y cortarle el paso, pero no se pudo. Luego, hicimos un agujero por uno de los tejados con unas radiales, pero tampoco salió bien esa estrategia», lamenta mientras señala los lugares donde, diez años antes, atacaron una y otra vez el siniestro sin éxito. 

Aquella mañana apenas soplaba el aire. Un anticiclón con altas presiones no dejaba salir el humo hacia arriba, que salía por los ventanales hacia abajo. Pero lo que a priori era un hándicap para los trabajos de los Bomberos, fue un pequeño golpe de suerte. Porque el ligero viento de sur-oeste llevó la densa columna hacia Villafría (hubo que cortar toda la circunvalación y desalojar viviendas) y no hacia Gamonal, lo cual hubiera empeorado la situación. «Eran las zonas menos  habitadas de la ciudad. Además, hacia el otro lado había otras fábricas y se podría haber propagado y afectado a más empresas del polígono», interviene Álvar Ibáñez, otro de los bomberos que estuvieron desde primera hora en el lugar. 

La situación era muy compleja. La planta estaba prácticamente condenada a convertirse en cenizas, pero había que «defender a muerte» dos estancias anexas que podrían haber ahondado en la catástrofe. El secadero de jamones y un depósito con miles de litros de  amoniaco. «Era un producto esencial para la refrigeración y lo tenían almacenado en el otro ala de la fábrica. Si las llamas lo alcanzaban, las consecuencias hubieran sido desastrosas a nivel tóxico. Había que hacerse fuertes y decidimos atajarlo para que no llegasen hasta allí. Fue nuestro principal objetivo», recuerda Lucinio. 

En todo este proceso, puntualizan los bomberos que intervinieron aquella noche, «la colaboración con entidades, empresas y resto de equipos de emergencias fue total». La Policía Local, por ejemplo, estuvo muy rápida a la hora de cortar accesos y carreteras para evitar accidentes. También en el desalojo de barrios afectados. «Adisseo nos trajo unos detectores especiales de amoniaco, porque los que teníamos nosotros no eran tan precisos. Fueron de gran ayuda para constatar que el humo no era tóxico», cuentan. 
las caras de la gente

Los efectivos de emergencias respiraron tras comprobar que el humo no era tóxico y que habían salvado los depósitos de amoniaco, pero no pudieron evitar sentir algo de impotencia.«Fue bestial. Sentíamos que pese a todo no habíamos podido detener el fuego», observa Álvar Ibáñez. El trabajo de los Bomberos no quedó ahí, sino que duró otros diez días más, con relevos para evitar que surgieran rebrotes que, afortunadamente, nunca se produjeron. 

Al bombero conductor Diego Galaz todavía no se le han borrado de la cabeza «las caras de la gente». «Estaban aquí más de 200 personas, llorando por sus trabajos y el de sus familias. Porque había matrimonios con hijos empleados. Eran momentos muy tristes». Instantes que, sin duda, sirvieron para aprender. Jesús Lucinio señala que «el parque ha cambiado mucho en diez años. Analizamos todo lo que ocurrió y, por ejemplo recientemente hemos mejorado los tiempos de respuesta con las fichas operativas de industria». El incendio en Campofrío, sin duda, fue un punto de inflexión.