El término pereza pasa desapercibido y a pesar de estar más cerca de los 59 que de los 58 años, el tener que madrugar y trasnochar en la misma jornada no supone una meta demasiado compleja para José Ángel Acebes. A este oniense con un olfato empresarial bastante desarrollado no hay nada que se le resista, desde elaborar pasteles y pastas antes de que cante el gallo, hasta servir cubatas una vez entrada la noche o coger cerezas del árbol durante los meses de verano.
El local de Dulcipay, así es como le conocen en la villa y parte de la comarca, sigue siendo testigo de los acontecimientos que ocurren en la Plaza del Ayuntamiento desde la misma esquina, pero con una esencia diferente. Si uno pasea junto al escaparate apenas notará cambios, solo un cristal más despejado en que hasta hace semanas la cantidad de productos expuestos impedían ver el interior. Pero si se asoma descubrirá que las cuatro paredes albergan un pequeño gastrobar que conserva la personalidad del concepto de quiosco que inauguró hace ya 32 años, pero con un toque diferente.
Las baldas repletas de chucherías, bolsas de patatas y todo tipo de aperitivos e incluso juguetes han cedido el relevo, simplemente, a varias mesas altas y bajas con sillas, y el espacio que ocupaban los productos gourmet, revistas, periódicos ahora lo hace una barra de madera. El quiosquero del pueblo ahora también es hostelero. ¡Y a mucha honra!
La cantidad de vecinos y turistas que se iban a sus casas sin la posibilidad de comer o cenar porque en el resto de restaurantes colgaba el cartel de completo día sí y día también motivó al emprendedor a preparar alguna ración para llevar o degustar en su terraza. También comprobó que con una caña uno se llena bastante más el bolsillo que vendiendo una bolsa de dulces, y con las «dos hijas estudiando fuera el dinero nunca sobra», comenta mientras afronta un nuevo día.
Apenas lleva una semana al frente de su nueva nave y su cara de satisfacción lo dice todo. «El público responde. Los niños ya no tanto», añade. El que fuera amigo de los pequeños de tantas y tantas generaciones continúa en la misma línea, aunque ellos no entran tan a menudo como lo hacían porque ven demasiada gente mayor con copas en las manos y de charla. Ahora, generalmente, lo hacen acompañados de sus padres, que aprovechan el 'viaje' para deleitarse con una bebida o una tapa.
Las puertas del local vuelven a abrir en un horario ampliado, como antaño, y los cafés y tés acompañados de una deliciosa gama de repostería se dejan catar desde las 10 horas. A partir del mediodía tampoco faltan las tortillas, pulguitas de jamón o las gildas, y a la hora de comer y cenar -tanto dentro como fuera- una gran oferta de raciones de morcilla, torreznos, pulpo, jamón o patatas, entre otras, hamburguesas, pizzas, platos combinados, codillo y cachopo. La idea del empresario es «ampliarla, por el momento, con cazuelillas», y no se plantea ofrecer el menú del día porque «hay otros negocios que lo hacen muy bien». Entre semana descansa dos horas antes de volver al ruedo, pero los sábados y domingos lo aparca hasta la hora en la que se acuesta, nunca más tarde de las 2.30, después de servir cubatas, calimochos e incluso chupitos. «En Oña el Plata o Plomo tiene tirón, Patricia y Jimena, mis hijas, me han puesto al día», afirma entre risas mientras sujeta la botella. ¡Por vosotros!