La ficha
Martes 2 de julio de 2013. Plaza de toros de El Plantío. Cuarta de la Feria de San Pedro y San Pablo. Casi media entrada en una tarde soleada, de calor y, por fin, sin el molesto viento de los días anteriores. Al término del paseíllo se guardó un minuto de silencio en recuerdo al que fuera presidente del coso José Ramón Muriel fallecido el pasado año, que recibió un homenaje en la propia plaza durante la mañana. Antonio Manuel Punta y Jaime Padilla se desmonteraron tras banderillear al tercero.
Ganadería
Seis toros de Antonio Bañuelos, muy bien presentados, serios de cara y con gran igualdad en cuanto a presencia, tuvieron fondo de nobleza, e incluso calidad en la embestida, pero la escasez de fuerza, raza y casta lo tapó todo por la falta de transmisión de la corrida.
El Cid
De grana y azabache. Estocada que hace guardia y cuatro descabellos (silencio); gran estocada arriba (silencio).
Iván Fandiño
De azul rey y oro. Estoconazo arriba (oreja); tres pinchazos (silencio tras aviso).
Daniel Luque
De caña y oro con remates en azabache. Estocada caída tras pinchazo (silencio); estocada trasera (silencio).
Para explicar lo que sucedió ayer en el ruedo de El Plantío y, sobre todo, la sensación de desazón, decepción y tristeza que sentimos gran parte de los burgaleses que acudimos a los toros mientras arrastraban al último toro de Antonio Bañuelos, me van a permitir que utilice un símil futbolístico, por aquello de que estas páginas no son leídas solo por aficionados a los toros. Quizá la comparación, para algunos, roce la herejía por lo incompatible de ambas cuestiones, pero creo que se va a entender a la perfección.
El ejemplo elegido no se va muy atrás en el tiempo, de hecho, sucedió el pasado domingo por la noche. Como seguro ya sabrán, España se enfrentaba a Brasil en la final de la Copa Confederaciones y todos nos las prometíamos muy felices. Campeones del mundo y, por partida doble de Europa, esta generación de jugadores nos ha acostumbrado a ganar. Sin embargo, en Maracaná, perdimos. En plural, porque a la selección la sentimos como nuestra, quizá como una de las pocas cosas que nos une a todos sin ideologías, sexo, procedencia o edad. La derrota, por tanto, fue de todos. Su decepción fue la nuestra.
Esa cara que se nos quedó a todos con el tercer gol de Brasil es la que teníamos al salir de El Plantío. Una mezcla casi indescriptible de incredulidad, mosqueo, decepción y dolor. Porque el enorme fiasco que protagonizaron ayer los astados de La Cabañuela, desrazados, descastados, al límite de la fuerza y sin rastro de bravura, nos dolió especialmente porque lo sentimos como nuestro. Esto es Burgos, señores, no Madrid ni Sevilla, y aquí solo tenemos, ahora mismo, una ganadería, un torero, un novillero y un rejoneador, por lo que sus triunfos los celebramos como propios, pero también padecemos sus fracasos.
El tropiezo en Brasil, del que nos levantaremos seguro, hizo aún más daño porque, como apuntaba antes, en los últimos años nos habíamos acostumbrado al éxito, a ver a Íker Casillas levantando el trofeo que tocase. También eso pasa cuando se anuncia en Burgos una corrida de Antonio Bañuelos. En una Feria tan especial como ésta, en la que los recuerdos se ponen de pie por la cercanía del cierre, probablemente un festejo nos venga a todos a la mente: el del 2 de julio de 1999. Aquel día, Enrique Ponce indultó a Gamarro, el toro que salió de La Cabañuela para hacer Historia. Y desde entonces, nos acostumbrados al triunfo y, aún hoy, esperamos que salga un astado así. Pero la realidad nos sacó ayer a todos del eterno sueño y el golpe en la frente pareció aún más duro de lo que fue.
Esperanza de remontada
Asimismo, como ocurriese en la final de la ‘roja’, que con el 2-0 aún confiábamos en la remontada, cada vez que se abría el chiquero en la cuarta de Feria todos creíamos que ése iba a ser el toro de la tarde. Aquel que hiciese honor a su excelente presentación (lo único bueno de la corrida) y descolgase el cuello para hacer el avión en la muleta de los matadores. Pero, aunque en El Plantío no hubo un Neymar que nos quitase la ilusión, lo que sí vimos, y nos robó la esperanza, fue una falta preocupante de casta, raza y bravura en cada ejemplar que saltó al albero burgalés. Y, si en Maracaná, España jugó bien, en Burgos podemos señalar como virtud la nobleza e, incluso, la calidad de las embestidas, pero si a eso no le acompaña la transmisión, como le pasó a los chicos de Del Bosque con el estado físico, mal vamos.
El tiquitaca futbolístico, tan de moda actualmente, está bien y seduce al espectador, pero debe ir reforzado con algo más: pegada, individualidades, férrea defensa... Pues, en los toros, pasa algo parecido. Me explico. Las figuras del toreo han llevado a muchas ganaderías a buscar dulzura, bondad, clase, calidad y nobleza, pero se olvidaron de que la Fiesta atrae, principalmente, por la emoción y ésa se consigue con bravura, casta, raza, poder, e, incluso, genio. Y eso ayer no apareció, ni de lejos, por El Plantío. Y, evidentemente, la gente se aburrió. Y, por aquello que explicaba en los párrafos anteriores, al tratarse de los toros de la tierra el aburrimiento llegó cargado de decepción.
Con semejantes mimbres, el papel de los toreros resultó complicado. Todos sabemos, y vuelvo al símil, que Iniesta, Casillas o Xavi son grandes jugadores, pero, como decía Rafael Guerra, «lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible». Así que, aunque Iván Fandiño sea un torerazo que está en un momento de madurez tremenda, si enfrente no tiene un oponente que le aguante la pelea, la lidia pierde mucho sentido. A pesar de ello, el de Orduña protagonizó los mejores momentos de la tarde ante el segundo (que realmente estaba reseñado como quinto, pero que salió por la devolución del titular). El vasco, con pureza y mucha verdad, logró cuajar las dos únicas tandas que permitió el animal. Naturales de empaque, con la mano baja y obligando al astado todo lo que éste le permitió. Quebrada la cintura, con el brazo hasta donde la física le permitió, Fandiño desgranó uno a uno los que, a la postre, serían los mejores muletazos de la cuarta de Feria. El toro se fue apagando, y el matador mostró entonces su otra verdad, la del arrimón y los pases robados uno a uno, cruzadito al pitón contrario. Arrojo y disposición en un diestro que cada vez que le ves, te deja con ganas de más. Su faena fue sabiamente premiada por el público con una oreja que se ganó a ley.
Luque, por su parte, tiró de recursos, de disposición, de ganas de triunfar, pero sus toros tampoco querían pelea. Pudo el sevillano lograr un trofeo en el sexto, donde cuajó algún natural bueno de verdad, pero todo acabó difuminado. Y El Cid pasó sin pena ni gloria por una plaza que, como ante Brasil, no acabó de creerse la inmensa decepción.