La historia de la familia Rebé ha estado ligada desde hace un centenar de años al pan. El abuelo Cirilo aprendió de un tío suyo e inició la saga con un horno y despacho en el centro de Lerma en la primera década del siglo XX. De su matrimonio con Águeda, natural de Villahoz, nació de nuevo otro Cirilo. Cuando falleció el pionero, su mujer se desplazó junto a sus cinco hijos hasta su pueblo, donde abrieron su propio local.
Allí empezó a hacer sus pinitos entre la harina y la masa muchos años después una joven Águeda, la tercera de la saga. Desde que tomó las riendas del negocio en 1998, coincidiendo con el retiro de su padre, la tercera generación, encarnada en la figura de esta mujer, no ha dejado de calentar el horno ni de abrir su panadería ni un solo día. «Ni en Navidad», recalca la protagonista. El domingo 3 fue el último madrugón que tuvo que afrontar, ya que desde el día siguiente -a ojos de la Seguridad Social el miércoles 6- disfruta de una más que merecida jubilación. «A las 5 de la mañana me sigo despertando, me pongo nerviosa, me desvelo y me tengo que levantar de la cama», reconoce.
Bodas, bautizos, la graduación de mis hijos... el de panadera es un oficio muy muy sacrificado»
Comprometida al cien por cien con sus vecinos, todavía siente algún que otro remordimiento por haber dejado de servir todo tipo de panes y dulces a los vecinos de Villahoz y de la comarca. «Es un trabajo de mucho sacrificio», confiesa. Basta con enumerar los eventos que Águeda se ha perdido por tener que estar a pie de horno para hacerse una idea de su compromiso: bodas, bautizos... incluso la graduación de sus hijos. Aunque los avances tecnológicos y de maquinaria han facilitado algo su labor, en verano, época fuerte de la tienda, el despertador sonaba a las 4 de la madrugada. Y eso que apenas horneaba pan para los habitantes del pueblo y algo que enviaba a una tienda y a la hostelería de Lerma. Su marido, agricultor, ha sido uno de los puntales en los que Águeda más se ha sostenido. «Me ayudaba por las mañanas y cuando terminábamos hacer el pan se iba a trabajar al campo. Ha sido durísimo», rememora.
La semana previa a echar el cierre definitivo fue una locura. Al coincidir con el puente de Todos los Santos, las calles de Villahoz estaban repletas de vecinos. Enseguida se corrió la voz de que Águeda se jubilaba, por lo que las visitas a la tienda fueron constantes. «Me he aburrido a hacer sopas de horno», admite. Esta receta, similar a las de ajo pero con un espectacular gratinado por encima, era una de sus principales obras maestras, aunque también alcanzaban el sobresaliente sus magdalenas y las rosquillas de Pascua. Hasta once clases distintas de dulces elaboraba dentro de su obrador, amén del pan. Ninguna unidad se quedó en las estanterías el último día.
Llevo tres años sin vacaciones. Me apetece viajar al extranjero»
¿Y ahora qué? Una vez retirada, Águeda tiene muy claro en qué quiere gastar su tiempo libre: estar con sus nietos y viajar al extranjero. «Llevo 3 años sin vacaciones. Mi marido y yo siempre nos íbamos una semana a un balneario mientras que mi hijo nos echaba una mano vendiendo el pan que nos traía otro panadero», asegura. La única vez que ha cruzado la frontera de España, recuerda, fue durante su viaje de novios en Italia. «París, Nueva York, las islas griegas, los fiordos noruegos...» son muchos los destinos que tiene en mente.
Además, estrenará -por fin- casi un cuarto de siglo después el horno que le instalaron en la cocina de su casa cuando la montó. «Todo lo hacía en el de la panadería. Carnes, pescados», sentencia Águeda Rebé.