Como ya casi han caído en el olvido los excesos de las navidades bien se puede uno permitir en estos días, en los que se celebra el santo de la capital, darle un tiento a los deliciosos roscones que llevan su nombre. San Lesmes llevó una vida de entrega procurando que a su alrededor todos estuvieran lo mejor posible por lo que vería de perlas que los lugareños de la ciudad que le acogió se dieran un pequeño festín goloso en su nombre.
Diez siglos después, los pasteleros burgaleses cocinan para su mayor gloria un maravilloso postre lleno de calorías, sí, pero también de dulzura para sobrellevar la cuesta de enero. Tras el de los Reyes y el guiso de los titos es, junto con los panecillos benditos, el tercer hito gastronómico del año que prepara a la población para las alegrías del carnaval.
Ingredientes: La masa de hojaldre se compone de harina, agua, sal y mantequilla y antes de entrar en el horno se pasa por una laminadora para que ‘se levante’.
Más de veinte años: La tradición del roscón de San Lesmes tiene ya más de veinte años cuando los empresarios confiteros la idearon.
Preciosos: Así salen del horno los roscones tras permanecer en él unos quince minutos. El dorado que les aporta el calor les da una apariencia de lo más apetitosa.
Barniz de albaricoque: Para que el postre quede más irresistible los confiteros le ponen un delicioso barniz de albaricoque.
Para todos los gustos: Los roscones de San Lesmes, al igual que los de Reyes, van rellenos de nata, de crema o de ambos ingredientes.
La sorpresa: En este caso no hay una haba ni un juguetito sino el báculo de San Lesmes. Parece que, siguiendo la tradición, quien lo encuentre tiene que pagarse otro roscón.
Una joya: Los últimos toques son de una fondat hecha con azúcar y glucosa que se coloca artísticamente sobre el roscón y trocitos de almendras.
La blonda: El resultado queda perfectamente preparado para consumir al colocar el postre sobre una elegante blonda de papel.