La mirada orgullosa que Consuelo García le dedica a Mohamed cuando le oye hablar en un español aún precario pero que ella está apuntalando con sus clases diarias, encierra más verdad, empatía, amor, solidaridad y respeto por el ser humano que la suma de las letras de todos los villancicos que se han empezado a cantar desde hace unos días, de todos los discursos institucionales con los que la clase política va a abrasar al respetable y de todos los sermones que se van a escuchar en la misa del Gallo de esta Nochebuena atravesada por las miles de criaturas heridas y muertas en Gaza, por el frío que los ancianos de Ucrania ya están pasando en un invierno en el que el mundo les ha olvidado, por el temblor de los cuerpos que llegan empapados de África y el silencio de los que dejan su vida en el mar. Consuelo García es maestra jubilada y miembro de la comunidad de las Hijas de la Caridad que gestionan la casa de acogida de San Vicente de Paúl. Mohamed llegó del sur para poner su vida a salvo. Ahora son familia, pero de la de verdad.
Allí, en la calle Saldaña, 1, todas las noches son noches de paz. Con las religiosas conviven diez personas y acuden a comer, merendar y cenar las más de treinta que duermen en el albergue de Cáritas, casi todos varones que o han huido de la miseria y la violencia de sus lugares de origen o que son de aquí, del mismo Burgos, pero que la vida en algún momento se les fue por el sumidero de las adicciones, la enfermedad mental, la soledad y la tristeza. Les reciben coloridos carteles con la palabra 'bienvenida' en múltiples idiomas y una decoración navideña preciosa que Mohamed ha ayudado a colocar con los detalles que han llegado de muchos colegios burgaleses. «Tenemos que dar las gracias a toda la gente que nos echa una mano, desde los adornos y las felicitaciones hasta los productos para las comidas importantes de estos días festivos. Y a todos los voluntarios que hacen que esto sea un centro de vida», afirma Manuela Rubio, la directora y superiora de la orden.
Ni ella ni Consuelo le tienen miedo a las palabras que describen las emociones y por eso dicen que quieren mucho a Mohamed y a los demás. ¿Cómo es posible que les quieran si a muchos apenas les acaban de conocer? «Les queremos, sí, y lo hacemos empatizando, escuchando sus historias, comprendiendo sus razones, poniéndonos en su situación. No es difícil pensar en qué harías tú si la vida fuera imposible en tu país. Pues tomarías la misma decisión que ellos, marcharte, la misma que tomaron muchos españoles hace muchos años, por cierto», señala la superiora, que dice no entender que muchos de los discursos xenófobos provengan de instituciones oficiales y personas con responsabilidad pública.
Luego, ambas religiosas, se ponen en modo madre y comienzan a desgranar las cualidades de Mohamed, que apenas lleva seis meses en esa casa que ya considera propia. Es organizado, limpio, trabajador, tiene iniciativa, no le asustan las obligaciones y tiene unas ganas infinitas de encontrar un empleo que le ayude a salir adelante. Ya ha echado algunos meses en una firma de limpieza donde se han quedado encantados con él, según subraya, vehemente, Consuelo: «Ojalá lea esto alguien y le dé una oportunidad, seguro que van a quedar encantados».
Mohamed es solicitante de asilo y dispone de una tarjeta que le habilita para trabajar, por lo que los 'papeles' no serían un problema. Ha hecho, además, varios cursos de limpieza y jardinería aunque su especialidad es la primera: «Nos deja siempre todos los cristales como los chorros del oro. Nunca está quieto, siempre intenta hacer cualquier cosa para que la casa esté mejor». Da mucha ternura ver a las dos religiosas desgranando tanta virtud ante un muchacho al que se le ve la pena en los ojos.
Aunque no le importaría dar detalles del infierno que pasó en su país, sus 'madres' le advierten de que no es lo mejor para él porque creen que así le protegen, por lo que están atentas a sus palabras y cuando desliza alguna de sus penurias las monjas miran a la periodista y niegan con la cabeza y piden con los ojos que no se reflejen. Lo que sí se puede trasladar es su relato del terror, el frío y la incertidumbre que vivió en el viaje en patera con otras seis personas y un chaval de apenas 16 años. Y habla de su llegada a Almería, de lo que Cruz Roja ha hecho por él, de su estancia en Alicante, de que allí sí recibió algún mensaje racista, de que esto en Burgos no le ha pasado nunca, de que aquí solo ha encontrado «gente buena», de la paz que siente al pasear por las tranquilas calles de la ciudad, de que está deseando demostrar las ganas que tiene de currar y de integrarse y -contestando a preguntas de DB, interesado por la parte más mundana de su vida para quitarle dolor al relato- de que hay una chica en su vida, una novia. «Bueno, igual novia-novia todavía no es, se estarán conociendo», comenta enseguida sor Manuela, llena de candor. Mujeres como ella son las que sostienen el mundo.