Mujeres que juegan: escondidas y olvidadas

ANGÉLICA GONZÁLEZ / Burgos
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Abaj, la asociación de personas afectadas por ludopatía, trabaja para 'sacar del armario' a las jugadoras, a quienes ofrece todo el apoyo profesional y la solidaridad de otras que vivieron el mismo «infierno», como ellas lo llaman, y lo superaron

Mujeres que juegan: escondidas y olvidadas - Foto: Patricia

«Yo era una señora normal que jamás había jugado. Algún décimo en Navidad o alguna visita muy puntual al bingo después de una cena o un acto social. Pero un día estaba haciendo tiempo por la zona de la playa de la Concha, en San Sebastián, para coger el autobús que me llevaría de vuelta a Burgos cuando me fijé que en el mismo edificio del Hotel Londres había un cartel con letras rojas que decía 'Bingo' y veía que muchas personas, parejas normales, entraban y salían de allí riéndose, divirtiéndose. Y entré. Y gané 168 euros, la suerte del principiante que le llaman pero que yo no considero ninguna suerte. Y esa fue mi perdición». Han pasado algo más de cuatro años de aquel día y dos desde que María está rehabilitada pero esas imágenes y esos datos no se le van a olvidar nunca, porque lo que vino después fue un «infierno» en lo emocional y en lo material. Miles de euros tirados por la basura y dolor, mucho dolor en ella y en su familia. Su hija Nuria, que le ha acompañado en el proceso de reconocimiento de la adicción y de recuperación, aún se emociona cuando la escucha hablar y lidia con los problemas emocionales que todo esto le ha causado.

Al volver a casa comenzó a hacerse asidua de un bingo en el q ue cada vez compraba más cartones a pesar de que aquel primer premio no se volvió a repetir y  aprovechando los avances técnicos que se han incorporado a estas salas para que un jugador esté al tanto de varios cartones a la vez y, de paso, apueste mucho más: «Antes, cuando nos los daban en papel pues no podía jugar más de dos porque siempre se me escapaba algún número pero con esa maquinita nueva es posible jugar a la vez hasta diez y esos me compraba yo», cuenta María, que aún no había visto todo lo devorador que puede ser el juego patológico. Eso vino después.

Empezó a ir a la sala a deshoras, siempre que podía, engañando a su familia sobre dónde estaba y, a veces, acompañada de unos conocidos, que también eran jugadores de a diario. En una ocasión, al salir de tachar números buscando una línea o un bingo, uno de los amigos dijo «esperad un momento que voy a ver si recupero aquí lo que he perdido dentro». Echó unas monedas en las tragaperras que hay en el hall del establecimiento, María le imitó y en ese momento se activó algo en su interior que precipitó que la adicción se multiplicara. Dos años largos de perder cantidades enormes de dinero pero también la autoestima, el equilibrio psicológico y la paz.

«En el caso del juego patológico en mujeres no es infrecuente que haya un pasado de abusos en la infancia», explica David Burgos, psicólogo de la asociación y cuando le escucha, María asiente con la cabeza: «Tuve una niñez muy solitaria, en un pueblo perdido y con apenas 13 años me mandaron muy lejos a trabajar, recuerdo que me pasé todo el trayecto llorando».

La traca final llegó unas vacaciones. Las organizó ella y el destino fue Benidorm, pero no por sus paisajes o su comida sino porque allí hay «grandes bingos y grandes premios». La cifra que perdió mientras sus hijos y su nieto estaban en la playa es estremecedora y cuando se dio cuenta pensó en terminar con todo precipitándose por un séptimo piso. Por suerte, no lo hizo y, en cambio, llamó a sus hijos y se lo contó todo.

(Reportaje completo en la edición en papel de hoy de Diario de Burgos o aquí)