Belén Delgado

Plaza Mayor

Belén Delgado


Trashumancia rural

28/08/2023

Decía un clásico griego que nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. Por esa misma regla, nunca vemos dos veces el mismo atardecer, aunque en verano el de hoy se parezca bastante al de ayer, con esos destellos de fuego que suelen incendiar el horizonte. Pero, cada día que pasa, el reloj convoca antes a las sombras del anochecer. Y en el aire de los pueblos se empieza a percibir, ya que esos mismos anocheceres empiezan a silenciarse poco a poco.

Las largas tertulias en la terraza del bar de la plaza o el griterío de la chavalería a la que los padres les dan permiso para volver a invadir las calles y plazas una vez que el termómetro da algo de tregua, van dando paso poco a poco a un calendario que, impasible, anuncia que habrá que pasar hoja en breve. Y septiembre es sinónimo de arranque de curso.

Vuelta al pupitre para esos mismos niños que llenaron de alegría los pueblos. Y regreso también para el resto al cole de las obligaciones pendientes, de los encargos pospuestos hasta la vuelta... esa chapucilla en casa, la visita al notario por los papeles de la herencia o la revisión anual en el dentista. En verano procrastinar tiene menos castigo y más fácil penitencia que el resto del año.

La languidez por el cambio asoma también en la mirada de los que se quedan. Sobre todo la de esos padres-abuelos que siguen en la casa de siempre, al pie del cañón, despidiendo con nostalgia a esos nietos que durante semanas alegraron los pasillos (aunque a ratos, sobre todo en la hora de la siesta, hubieran agradecido la visita de Herodes) y el reencuentro con hijos y familias. En breve, todo será silencio.

No sé si es por el cambio climático o un coletazo de los tiempos de la covid cuando nos recogimos sobre nosotros mismos, pero percibo que cada vez más gente aprecia las vivencias y la autenticidad de lo rural. Incluso a pueblos como el mío (apenas 50 vecinos en invierno) ha llegado alguna familia urbanita, sin vinculación alguna, en busca de un sitio, de un horizonte como el de la Mesa de Oña y no una avenida de semáforos de Vitoria. Pero no nos engañemos. Cambiará el color del cielo y apenas habrá gente para apreciarlo. Ahora muchas profesiones se pueden ejercer desde cualquier sitio. La de residente de lo rural sigue entrando en el epígrafe de las extravagancias.