«El terror empezó a cundir por la comarca y ni los padres ni los esposos permitieron que las mujeres se alejaran de los pueblos sin ir bien acompañadas. La pena que los crímenes causaba era cada vez más profunda porque se veía que, en una tierra honrada y morigerada desde lo antiguo, iban arraigándose escandalosos hechos, dignos tan solo de pueblos sin moral y sin cultura». De esta manera describe el periodista Ricardo Becerro de Bengoa en su obra El Sacamantecas. Su retrato y sus crímenes, de 1881, cómo se encontraba la provincia de Álava tras los primeros feminicidios que se produjeron en varias localidades limítrofes con la de Burgos sin que al principio y durante mucho tiempo se supiera quién era su autor. A lo largo de una década y cada poco tiempo aquella zona se estremecía con la aparición de más víctimas de las atrocidades causadas por el que pronto fue conocido como el Sacamantecas, que entre 1870 y 1879 violó, asesinó y evisceró a seis mujeres, varias de ellas prostituidas, y lo intentó con otras cuatro. Fue condenado a garrote vil por la Audiencia de Burgos y fue el verdugo Gregorio Mayoral, también burgalés, el encargado de dar fin a la vida de Juan Díez de Garayo, a quien el psiquiatra José María Esquerdo quiso exonerar de responsabilidad penal por considerarle «loco».
Esta tremenda historia se está rodando en la actualidad entre el País Vasco y Merindades, donde el actor Antonio de la Torre da vida al sanguinario sujeto bajo la dirección del director menés David Pérez Sañudo, que se ha fijado en este asesino en serie que se cebó en mujeres de todas las edades, buena parte de ellas prostitutas, y aterrorizó a toda la sociedad hasta el punto de que pasó a ser una leyenda, pese a ser reales sus crímenes, y su apodo, a ser utilizado para asustar a los niños.
El caso del Sacamantecas tuvo también una vertiente científica. En aquellos años, finales del siglo XIX, los psiquiatras -frenópatas en el lenguaje de la época- reivindicaban su especialidad, las relaciones entre la enfermedad mental y la criminalidad y su presencia como profesionales en las salas de justicia. El médico José María Esquerdo fue uno de los portavoces de esta aportación a la comprensión del comportamiento humano, de tal manera que cuando tuvo conocimiento de la detención de Juan Díez de Garayo «pidió permiso para examinar al preso en la cárcel de Vitoria, ofreciendo sus servicios como perito al fiscal de la Audiencia de Burgos, siendo aceptada su colaboración. En su informe pericial insistió en la locura y en la irresponsabilidad penal del reo. Sin embargo, este fue condenado a muerte y ejecutado», tal y como explica Ricardo Campo en su artículo Criminalidad y locura en la Restauración. Esquerdo, director entonces del manicomio de Carabanchel, escribió: «Juan Díez de Garayo es imbécil, lo será y lo fue siempre y los hechos cometidos por él fueron ejecutados bajo la influencia de una locura parcial o monomanía de accesos intermitentes con varios intervalos pseudolúcidos a más de su imbecilidad».
A partir del momento en el que prestigioso protopsiquiatra conoce y examina al Sacamantecas «se entregó a una campaña pública cuyo objetivo era demostrar la enfermedad mental de Garayo y el error judicial cometido con él. En 1880 y 1881 pronunció dos conferencias sobre el caso, que publicó en 1881 con el significativo título de Locos que no lo parecen. Ambas conferencias fueron seguidas con gran interés por un numeroso y variopinto público compuesto por estudiantes de medicina, médicos, juriconsultos, sacerdotes y periodistas». Uno de sus principales objetivos fue convencer a los jueces que los frenópatas podían desempeñar el papel de expertos en los tribunales.
Juan Díez de Garayo es imbécil, lo será y lo fue siempre y los hechos cometidos por él fueron ejecutados bajo la influencia de una locura parcial o monomanía de accesos intermitentes con varios intervalos pseudolúcidos a más de su imbecilidad»
Pero retrocedamos una década. El 2 de abril de 1870 una mujer «muy conocida en la ciudad entre la gente de cierto género de vida», como la describe Ricardo Becerro de Bengoa, sale de Vitoria caminando con un hombre «de pobre aspecto, como de unos cincuenta años de edad». Ambos se sientan en una hondonada, donde permanecen un rato «en amable compañía» y comienzan a negociar el precio por el acto sexual. La cosa se complica y ante la negativa de Díez de Garayo a pagarle lo que ella exigía «la derribó en tierra, la sujetó fuertemente impidiéndola que gritara, la oprimió la garganta con las manos hasta dejarla medio asfixiada y para acabar de matarla sumergió su cabeza en un pequeño remanso de agua».
Un año después y casi a la misma hora, otra mujer entró en las mismas negociaciones con el Sacamantecas -que, a lo que se ve, además de un violador y un asesino, también era tacaño- y corrió la misma suerte. Seis meses más tarde, fue una criada joven la que cayó en manos del criminal que terminó con su vida en los mismos términos: primero la agredió, más tarde la violó y terminó asfixiándola. «¿Puede darse un atentado más brutal ni un cuadro más desgarrador ni una lucha más infame que la de la débil y desamparada criatura con el ciego y titánico asesino?», se preguntaba Becerro de Bengoa en su obra.
Y así hasta seis víctimas y otras cuatro que se libraron por los pelos de terminar igual en las manos del Sacamantecas, de quien el periodista nos da el siguiente retrato: Era un labrador analfabeto que estuvo casado tres veces. La primera, durante 13 años sin que tuviera ningún problema con su mujer, de la que enviudó; las otras dos relaciones estuvieron tan marcadas por la violencia que no quedó claro cómo y por qué murió la tercera.
La culpa no fue de él. Ricardo Becerro de Bengoa, en su retrato, hace mucho hincapié en el aspecto físico de Juan Díez de Garayo, lo que también en aquella época era muy utilizado por la clase médica, que entendía que algunos rasgos físicos podían ser indicativos de problemas mentales: «Era un tipo vulgar y ordinario (...) de ceñudo y repulsivo aspecto. Su rostro no tenía nada de simpático ni de regular, angosta y corta la frente (...) bajo sus pobladas y ceñudas cejas se acertaba a distinguir unos ojos pequeños, bizco el derecho y constantemente inclinados hacia abajo los dos». Y antes de esta descripción, el informe forense ya se había despachado en los siguientes términos: ««Su cráneo, su frente parece la de un Neanderthal. Mandíbulas prominentes. Es un macho brutal, un monstruo. Su rostro está lleno de asimetrías. Un enigma de la moderna antropología. Y en los crímenes algo extraño le ha obligado actuar. Él dice que ha sido el demonio».
Las explicaciones que el Sacamantecas dio por sus crímenes fueron no menos feas que su aspecto. Por supuesto, culpaba a las mujeres de sus propios actos: «Es cierto que he matado a esas mujeres -cuentan que le dijo a su hija- pero la culpa de ello, y por eso estoy en la cárcel, la tienen todas las mujeres con quien me he casado después de tu madre, que si una salió mala, las otras fueron peores pues todo cuanto había en casa lo vendían a menos precio para comprar vino y otras cosas y yo, aburrido al ver lo que me pasaba, me perdía en esas malas acciones, que ahora tendré que pagar justamente».