La menopausia de las chicas cocodrilo

ANGÉLICA GONZÁLEZ / Burgos
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El 9% de las burgalesas -las nacidas en las últimas olas del baby boom- llega cada año al final del ciclo menstrual, una etapa llena de cambios, prejuicios e invisibilidad. Cinco de ellas han querido contar cómo es y reivindicarse

Elena Alonso, Belén Juarros, Belén Marticorena, Carmen Rodríguez y María Fernanda Blanco. - Foto: Patricia

Es uno de los momentos más cómicos de la segunda parte de la película Sexo en Nueva York, basada en los personajes de la aclamada serie de televisión del mismo nombre. La sofisticada, deslenguada y procaz relaciones públicas Samantha Jones, de viaje por Abu Dabi, se niega a aceptar la evidencia del final de su menstruación pero sus sofocos se han multiplicado hasta el infinito en pleno desierto. En un momento de la acción se encuentra con una mujer local, ataviada con un vestido hasta los pies y cubiertos el pelo y el rostro que, por un momento, se destapa para evidenciar que tiene tanto sudor como la neoyorquina. Ambas se miran, se sonríen, se abanican con las manos y se entienden a la primera sin hablar la una el idioma de la otra. Y es que la menopausia une mucho. 

Lo saben bien todas las burgalesas que están en ese rango de edad entre los 48 y los 54 -en el que la evidencia científica sitúa el final de los ciclos menstruales de las mujeres-, que son capaces de establecer con toda naturalidad una conversación sobre sus síntomas con una desconocida de su misma quinta. Los sofocos, los cambios corporales y de humor, la pereza sexual, los posibles tratamientos... todo se puede compartir. Belén Marticorena afirma que a ella le ha ayudado, incluso, a establecer corrientes de solidaridad con mujeres con las que no tenía mucho contacto o demasiado feeling anteriormente. «Somos nosotras las que nos sostenemos unas a otras en esta época, ninguna lo debería vivir en soledad», añade Belén Juarros. Para ambas, igual que para María Fernanda Blanco, para la que «nunca debemos dejar de cultivar la amistad entre nosotras pero, sobre todo, en esta época, porque es casi más importante que la relación de pareja o la familiar», Carmen Rodríguez y Elena Alonso, la desaparición de la regla y todas las consecuencias que acarrea deberían salir del armario, ser un tema presente en la conversación pública y concitar el interés científico suficiente como para que se estudiaran con más detalle todas las consecuencias que acarrean a la salud de las mujeres, que no son pocas.

Por eso se han atrevido a hablar públicamente de un aspecto que, en principio, está circunscrito a la intimidad, pero que tiene consecuencias sociales de importancia, y a fotografiarse con el elemento icónico de la menopausia, el abanico con el que se intenta poner a raya esos calores fulminantes que aparecen cuando menos se les espera. Las cinco quieren reivindicarse como las profesionales competentes que son (casualmente, todas pertenecen al ámbito del Derecho), las madres, las amigas y las compañeras para las que la vida ni muchos menos se ha terminado -como durante muchos años se entendió el climaterio- sino que no ha hecho más que empezar... de otra forma.

Al igual que ellas, más de 16.600 mujeres burgalesas nacidas en los últimos años del baby boom (en total, nada menos que el 9% de la población femenina de la provincia) empezaron a convivir el año pasado con la menopausia, que, en el peor de los casos hace que la edad y el aspecto físico sean más que nunca motivo de conversaciones nada amables a su alrededor, de invisibilidad en los entornos de prestigio e incluso de insultos misóginos que ellas van poniendo a raya. No en vano son las chicas cocodrilo de las que hablaba en su mítica canción el grupo Hombres G (que participa, por cierto, en la edición del Sonorama de este año), las que lo daban todo en las pistas de Pentágono, Armstrong o La Oca, las que se cardaron el pelo más allá de sus posibilidades y las que se pusieron unas hombreras de infarto disfrutando de los años 80. Nada pudo con ellas entonces y nada puede ahora.

Como hay tantas menopausias como mujeres, a unas la regla les desapareció de repente; en otros casos, fue y volvió durante un tiempo; unas engordaron; otras, no; unas optaron por la terapia hormonal y otras ni se lo plantearon. Pero hay cosas en las que coinciden: la piel y el pelo no son los mismos, los cambios de humor aparecen quizás más radicalmente que antes, y ninguna ha tenido un acompañamiento y asesoramiento profesional más allá de las visitas puntuales a Ginecología. «Para acompañamiento -dice Belén Juarros- el nuestro, entre amigas y compañeras de trabajo», y todas están de acuerdo. Tampoco hay unanimidad en el síntoma estrella, los sofocos. Alguna ni les ha experimentado o muy levemente y otras no pueden vivir sin el abanico: «Es muy curioso pero yo he notado que no siempre son iguales, que cambian de intensidad», dice Marticorena.

Elena Alonso cuenta un truco para controlar esas olas de calor: «Con 15 años me ruborizaba, me ponía como un tomate a la mínima y me agobiaba muchísimo porque era súper tímida y lo pasaba muy mal y en algún sitio leí que en ese momento pensara en que la circulación de la sangre era buena y mientras estaba entretenida con ese pensamiento el rubor bajaba y era verdad, así que lo aplico ahora cuando me da un sofoco».

Los despistes y pequeños olvidos son también habituales, aunque en ellos influye tanto la fisiología como la variabilidad y cantidad de tareas con las que las mujeres se cargan. Algunas se van quitando cosas; otras, como Carmen Rodríguez -que asegura que está más activa que nunca- tienen una agenda hasta los topes en la que apuntan todo, y hay quienes no saben -aún- decir que no a nada, un 'problema' sobre el que hablar en otra ocasión, coinciden todas. «Somos menopáusicas pero ninguna hemos bajado el pistón de la actividad personal, social y profesional, estamos en nuestro mejor momento porque las que tenemos hijos ya no tenemos que estar más pendientes porque han empezado a volar». Aún así, saben que hay otras mujeres que tras la crianza se han quedado demasiado apartadas de su vida social y cuando quieren recuperarla porque los hijos ya no están o no les necesitan tanto «se dan cuenta de que ya no tienen».

Pero no todo es dolor, calor, sequedad, arrugas, y cambios a peor. Todas estas mujeres valoran la parte buena de la menopausia: adiós al riesgo de embarazo y, por tanto, a los anticonceptivos, a los inconvenientes de la regla, «que siempre llegaba en el peor momento, cuando había planes, y con sus consabidos granos» y, sobre todo, bienvenida sea la experiencia.