Los guardianes de la ciudad

DIEGO PÉREZ LUENGO / Burgos
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María Jesús, Carmen y Adrián son de esos burgaleses que cuando llega el verano han de buscar planes alternativos porque no tienen pueblo. «A veces sí que da un poco de envidia escuchar sus vivencias», dicen

Por la izquierda, Carmen, Adrián y María Jesús, quienes se quedan en la capital cuando los amigos van al pueblo. - Foto: Valdivielso

Los pueblos de Castilla recobran su vida en el verano. Recuperan el color perdido durante la dureza del invierno y celebran su renacimiento estival. Abren los brazos al sol y al reclamo de su calor llegan las familias. Los mayores acuden al reclamo de su arraigo, los más jóvenes a la aventura incierta de unos días alejados de la ciudad. En el pueblo todo cobra otra dimensión y en provincias como Burgos emerge esa chispa que ilumina sonrisas. En los meses de julio y agosto la capital tiende a vaciarse buscando sus raíces, pero siempre hay quien se tiene que quedar guardando la ciudad.

María Jesús, Carmen y Adrián son tres de esas personas que, en cuanto suena el timbre del verano, ven la emigración a los pueblos desde la distancia. Se arman de paciencia y reconocen que en ocasiones aflora en ellos un sentimiento de envidia sana. Por los reencuentros, porque todos sus amigos hablan de anécdotas y vivencias y ellos se quedan tan lejos y tan cerca de esos momentos que se han quedado sin poder vivir. «Ves cómo Burgos se queda vacío y tienes que buscar otros planes», comentan.

Precisamente esos planes radican en encontrar alternativas. María Jesús opta por recorrer la provincia. «Burgos tiene la suerte de tener muchos pueblos muy bonitos y se convierten en un destino como puede ser la playa o la piscina». Adrián , para empaparse de esa esencia pueblerina, en ocasiones acude a la llamada de alguno de sus amigos. «Muchas veces te quedas sin gente con la que quedar en la capital, pero también hay quien te invita a pasar el día o las fiestas en alguno de los pueblos».

Carmen reconoce que más de un día la han hecho partícipe de jornadas en el medio rural. «Pasas el día, disfrutas con la gente, pero luego ellos se quedan allí y tú te vuelves a Burgos, eso sí que te deja una sensación de envidia». Misma sensación le ha recorrido a Adrián. «Te quedas con la idea de que no puedes hacer muchas de las cosas con las que tus amigos se divierten». María Jesús, sin embargo, entiende esa envidia desde la falta de arraigo a un lugar del que muchos presumen. «Escuchas hablar de las raíces, de la historia que tiene cada familia en el pueblo y te das cuenta que son cosas que tú no has podido vivir».

La misma María Jesús se lamenta por sus hijos, que tienen que conformarse con unas vacaciones convencionales sin saber lo que son las vivencias de la Castilla rural. «La gente me comenta que los chavales tienen su cuadrilla allí, tienen mucha más libertad y otro tipo de diversiones». Carmen, por su parte, cree que «falta un sitio donde reunirse. Ves que tus amigos de Burgos se reencuentran con personas que no ven durante el resto del año y a ti te falta ese sentimiento de pertenencia a algún sitio».

Adrián es el más joven de los tres, en su generación sigue predominando la gente que sigue la estela de sus padres y acude a los municipios de la provincia. Las verbenas, las fiestas y las excursiones con ese círculo selecto de personas con las que has crecido son algunas de las cosas que le quedan por vivir. Aún así le ve una cara positiva al no tener pueblo. «Lo bueno es que luego no tienes que invitar a gente al tuyo, porque muchas veces es un compromiso y tienes que cumplir con la expectativa», bromea entre risas.

«A mí cuando me invitan a uno de estos municipios me queda luego la sensación de que has ido a un pueblo, pero no es tu pueblo», asume María Jesús mientras concreta que «me da mucha envidia cuando veo iniciativas de pequeñas localidades que se juntan en verano para sacar adelante festivales o eventos. Echo de menos la participación sobre todo entre la gente».

Carmen, cuando algunos amigos la dicen que se va a sus respectivos municipios, únicamente espera su oportunidad para veranear. «Como yo no tengo a dónde ir, solo espero mis quince días de vacaciones para irme a la playa, pero no tengo la necesidad de decir que me tengo que ir al pueblo», declara a la vez que desvela que «antes no estaba tan de moda e irte a la playa era como que molaba más».

Esa es una de las transiciones que también ha observado María Jesús porque «mi generación hace años tenía casi denostado el ir al pueblo porque hacía poco que se habían venido a la ciudad. Ahora sin embargo se ha vuelto a poner de moda».

Al preguntar si alguna vez se han planteado comprarse una casa en el medio rural tanto Carmen como María Jesús reconocen que sí. «Yo he tenido épocas en mi vida en las que sí que me habría gustado cogerme una casita, pero siempre he tenido el inconveniente de no conocer a la gente de ese pueblo o no sentirme identificada con las personas que vivían allí», comenta la primera. La segunda, por su parte, pensó en hacerse con un inmueble en las cercanías de la capital burgalesa. «Estuve pensando en comprarme una casa en uno de los municipios cercanos a Burgos pero por las circunstancias desechamos la idea». 

A Adrián, que se centra en la bicicleta para pasar estos meses, le queda toda una vida por delante para plantearse alternativas pero sí que le gustaría poder desarrollar parte de su vida en un pueblo. Sin duda el pueblo es un refugio donde reencontrarse con el verano, pero para que todo siga igual cuando la gente vuelva, tiene que haber gente custodiando la ciudad. Si al final se acomoda en algún pueblo, tendrá que devolver invitación a quienes lo acogieron antes.

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