En apenas cuatro meses se cumplirá el primer lustro de la pandemia por covid-19 que paró el mundo entero. En aquel marzo de 2020 fue imprescindible refugiarse en casa y detener toda actividad que no fuera vital para intentar frenar el virus que tanta enfermedad y dolor causaba, y evitar que se multiplicara. La atención a la salud mental de los niños y adolescentes que en aquel momento estaban siendo tratados en el Complejo Asistencial Universitario de Burgos (CAUBU) fue una de esas disciplinas que no se dieron un descanso y este hecho fue, a la postre, uno de los factores de protección que hicieron que los menores mejoraran sus síntomas, no solo en el confinamiento sino hasta tres años después. Es lo que sostiene en su tesis la psicóloga Arancha Bernal, que el pasado 21 de noviembre se doctoró en la Universidad de Burgos con el trabajo titulado Efectos de la pandemia de covid-19 en la salud mental de la población infanto-juvenil y su evolución a largo plazo, realizado en el servicio de Psiquiatría del CAUBU y dirigido por Xosé Ramón García Soto y Jerónimo González-Bernal.
La investigación, que recibió sobresaliente cum laude, combina un metaanálisis (estudio detallado de los resultados) de otras publicaciones sobre el mismo tema y un análisis de la evolución de 422 niños y adolescentes atendidos durante el confinamiento en el Equipo de Salud Mental Infanto-Juvenil de Burgos. La recogida de datos comenzó los primeros días del cierre, siguiendo un protocolo previamente presentado al Comité Ético de Investigación Médica y las familias fueron contactadas regularmente durante todos esos meses por los facultativos, que mantuvieron en todo momento la atención telefónica o presencial cuando fue necesaria. Los casos fueron revisados a los tres meses y a los tres años después del final del confinamiento.
El metaanálisis mostró, afirma la doctora Bernal, que, según los estudios disponibles, los niveles de ansiedad, depresión y problemas emocionales de la población general infantil y adolescente aumentaron en ese periodo de tiempo, pero frente a este resultado, los niños y adolescentes atendidos por el Equipo de Salud Mental Infanto-Juvenil del CAUBU «mejoraron su estado de salud mental y las mejorías se mantuvieron a los tres meses y a los tres años»: «Se trata de un resultado que sugiere que el apoyo familiar y la atención continuada por los servicios sanitarios pueden ser eficaces para afrontar circunstancias de alto riesgo».
«La adaptación rápida de los servicios de salud mental a las nuevas circunstancias -continúa- pudo haber sido un factor clave en la estabilidad observada en la salud mental de nuestros pacientes. Y, por otro lado, el aumento en la interacción familiar pudo haber actuado como amortiguador contra los efectos negativos del aislamiento social y la incertidumbre».
Arancha Bernal, miembro del equipo de salud mental infanto juvenil desde mayo de 2023, y especialista en atención temprana y trastornos del espectro del autismo, reconoce que «puede parecer contradictorio» que la salud mental de niñas, niños y adolescentes mejorara en tal contexto, pero que hay varias razones que lo explican: «El aislamiento redujo la exposición a situaciones estresantes, la suspensión de las clases presenciales alivió la presión académica y los jóvenes pasaron más tiempo en familia, fortaleciendo lazos afectivos. El ritmo de vida más pausado permitió dedicar tiempo a actividades relajantes y de autocuidado. Además, nuestros niños y adolescentes mantuvieron una atención psicológica de manera continuada. Es importante aclarar que esto no significa que el aislamiento sea beneficioso a largo plazo. Más bien, ciertos aspectos del confinamiento, junto con el apoyo familiar y la atención psicológica continua, actuaron como factores protectores temporales en estas circunstancias tan excepcionales».
Estos resultados ponen en evidencia, a su juicio, «la importancia de fortalecer los vínculos familiares y mantener rutinas estables como estrategias para proteger la salud mental». En este sentido, destaca que las familias que mantuvieron una comunicación efectiva, unas rutinas estructuradas y unas relaciones positivas «lograron amortiguar mejor los efectos negativos de la pandemia» pero añade que aunque el entorno familiar «pudo ser un amortiguador en tiempos de crisis, también puede verse afectado por el estrés adicional que enfrentaron los progenitores, lo que subraya la necesidad de que las familias en su conjunto reciban el apoyo necesario con el que promover su resiliencia».
La continuidad en la asistencia psicológica y psiquiátrica a los menores desde la sanidad pública en aquellas circunstancias «de alto riesgo» es considerada por Arancha Bernal como un elemento fundamental de la protección que recibieron: «La sanidad pública es uno de los pilares del bienestar social. En situaciones críticas como la pandemia o desastres naturales, su buen funcionamiento es imprescindible para tratar problemas emergentes, promover la mejor respuesta de las personas afectadas y brindar apoyo psicológico y emocional inmediato». Para conseguir ese objetivo es necesaria una planificación previa que permita mantener su operatividad en condiciones adversas, estructuras flexibles para adaptarse a nuevas situaciones y procedimientos de funcionamiento conocidos por los profesionales.
En esas condiciones, puede cumplir sus funciones de prevención, atención y fortalecimiento de la salud de la población. Una población que supera una dificultad colectiva es una población más fuerte ante la adversidad».