Álex Grijelmo: «No se debería consentir el anonimato»

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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El periodista y ensayista burgalés realiza en su última obra, 'La perversión del anonimato' (Editorial Taurus), un lúcido y profundo análisis en torno a una cuestión que por desgracia ha cobrado enorme trascendencia y gravedad en los últimos tiempos

Álex Grijelmo, el pasado viernes en Burgos. - Foto: Valdivielso

En el fabuloso arranque de esa cima de la literatura universal que es Cien años de soledad Gabriel García Márquez escribe: 'El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo'. Qué importantes, los nombres. Al nombrar creamos, y las cosas a veces existen sencillamente porque tienen nombre. «La humanidad ha construido toda una cultura en torno al nombre, símbolo y requisito de una evolución compleja y firme; la esencia de la civilidad», escribe el periodista, maestro de periodistas y ensayista burgalés Álex Grijelmo en su última y ambiciosa obra, La perversión del anonimato (Editorial Taurus), que es una soberbia -y pionera- exploración en torno a una cuestión que tiene hoy por desgracia más actualidad que nunca, y que es profundamente compleja porque ofrece numerosas y muy puntiagudas aristas. 

«Sería inimaginable el mundo sin los nombres propios; para empezar, sin estos no existiría el Derecho, ni Hacienda... No existiría nada si no dispusiéramos de un nombre propio. Es tan importante la cultura del nombre propio que por eso tiene tanta trascendencia su ocultación», explica Grijelmo a este periódico. El también autor del libro de estilo de El País y expresidente de la Agencia EFE ha escrito todo un tratado sobre el anonimato y sus derivadas, que no son pocas, con su habitual sentido crítico, enorme exigencia intelectual y la responsabilidad acostumbrada de la casa; y lo ha hecho en el momento más oportuno, a su pesar, porque Grijelmo abomina de la eclosión de una condición -ese malhadado anonimato, que de un tiempo a esta parte, y por mayoría, únicamente persigue fines pérfidos, malignos, dañinos.

Todos debemos ser responsables de lo que decimos y hacemos.No propongo prohibir el anonimato, pero sí limitarlo»

El periodista burgalés decidió abismarse en tan espinosa cuestión porque ser periodista, asegura, es «estar asomado a un balcón: pasan por delante de ti muchas cosas todos los días, estás rodeado de información... Y empiezas a darte cuenta de la importancia del anonimato y del dolor que causa a muchas personas; de los suicidios de jóvenes que han sufrido acoso en las redes sociales después de que desde cuentas anónimas se difundieran vídeos sexuales o ataques sobre ellos; de las depresiones, de la caída de la autoestima... Están pasando cosas que parecen aisladas, pero que uno ve que tienen relación, en muchos casos con el odio expresado en las redes, con el racismo, con el machismo... Al final, el hilo común de todo esto es la permisividad ante el anonimato. Todo eso me llevó a escribir sobre ello, consciente de que no se había hecho antes, al menos que yo sepa».

El anonimato es viejo como el mundo. Sin embargo, nunca había alcanzado la trascendencia que tiene hoy, como se puede percibir cotidianamente. Y aunque existen instrumentos para poner coto a su impacto, Grijelmo no los considera suficientes. «Hay instrumentos, pero hacen falta más. El impacto de los anonimatos se empezó a notar cuando surgieron los llamados 'confidenciales digitales'; los había honrados y bien hechos, pero otros que publicaban noticias distorsionadas, manipuladas etc. sin firma, sin que ningún periodista se responsabilizara de ellas. Hubo incluso condenas. Pero ya había indicios de que el anonimato iba a ir progresando. Y cuando aparecen las redes sociales, ya estalla esa ocultación del nombre, esa manera de disparar por la espalda, algo que incluso en el Oeste estaba mal visto».

Posibles soluciones. Grijelmo dedica en su ensayo una larga reflexión a aportar soluciones «complejas pero posibles» a tanto ruido, tanto fango y tanta impunidad. El periodista propone un 'sistema de matrículas': «Tú eres anónimo mientras vas dentro de tu coche, pero en el momento en el que te saltas un semáforo o atropellas a alguien, la Policía Local o la Guardia Civil descubren a través de tu matrícula quién eres; y si el coche lo está conduciendo otra persona, el dueño tiene que decir quién lo conducía. Se podría establecer del mismo modo un banco de equivalencias, que es una propuesta que expuso el abogado Borja Adsuara, especialista en derecho digital, aunque él lo ciñe a que haya una orden judicial. Yo propongo el sistema de matrículas de los coches porque no hace falta que entre un juez para que te llegue una multa o te sancionen. Algo que sea sencillo para desentrañar quién es el dueño de una cuenta, que no de un ordenador porque lo puede utilizar cualquiera. La IP de un ordenador, que es su matrícula, te dice desde dónde se ha escrito algo, pero no quién ha sido. Si hubiera un banco de correspondencias entre seudónimos e identidades reales que se pudiera activar habríamos adelantado mucho».

Con todo, el periodista burgalés considera que en países democráticos como el nuestro «no se debería consentir el anonimato salvo en muy reducidas ocasiones. Todos debemos ser responsables de lo que decimos y de lo que hacemos. El anonimato es como ir encapuchado por la calle». Si bien es cierto, admite, que en ocasiones (pocas) el anonimato está justificado. «Hay anonimatos que se hacen por un bien: en la donación de órganos, por ejemplo, o incluso en donaciones económicas que se hacen de manera altruista; los espías son anónimos o se cambian de nombre y lo hacen para protegernos, como los que se infiltran en redes terroristas o de narcotraficantes...». Cita Grijelmo, también, los seudónimos motivados por la necesidad, como los que utilizaron las mujeres para firmar novelas. «Pero hay anonimatos perversos, y son contra los que hay que actuar. El anonimato es una motivación en sí mismo. Sólo el 0,8 por ciento de los ciberdelitos denunciados se resuelven. ¡Sólo el 0,8! La respuesta penal es insuficiente; lo que hacen falta son medidas preventivas, y la mejor es limitar el anonimato. Digo limitar, no prohibir. En los países democráticos hay que tender a la desaparición del anonimato».

En las redes no está la verdad. Está en la verificación de los hechos, en el contraste, en la comprobación por uno mismo»

Reconoce Grijelmo que suena utópico, pero lo defiende a capa y espada: «Hacia las utopías tenemos que caminar.Si nos quedamos cerca, habremos mejorado mucho el mundo.El mundo sería mejor si el anonimato fuera un fenómeno reducido a casos muy particulares y no algo generalizado. En España hay muchísimos canales para presentar denuncias confidencialmente: las organizaciones de consumidores, los sindicatos, las organizaciones feministas, el Defensor del Pueblo, las comisarías, los medios de comunicación... Además, hay una directiva europea que obliga a los países a trasponer legislativamente la obligación de que en las empresas se establezcan canales para las denuncias internas de corrupción, abusos... Hay todo tipo de canales para denunciar preservando el nombre de quien denuncia. En el caso de Dani Alves, ningún medio de comunicación tradicional publicó el nombre de la víctima. Se supo por redes sociales».

El 95 por ciento del uso del anonimato, apostilla Grijelmo, es «perverso, maligno. Es gente que opina y se esconde. Con el anonimato se pierde también la mera cortesía. Pero es que esto abarca incluso a los comentarios sobre los hoteles y los restaurantes. El 60 por ciento de la gente que viaja consulta los comentarios de los lugares a los que piensa ir. En el libro cuento que hay empresas especializadas en inventarse comentarios. Para demostrar el funcionamiento perverso del sistema se han inventado restaurantes y hoteles que no existen, se han puesto opiniones y han aparecido en los primeros lugares de Tripadvisor. Todo ello demuestra que el engaño es facilísimo».

Tristeza y preocupación. El también autor de libros como El genio del idioma o La seducción de las palabras está asistiendo con «enorme tristeza y preocupación» a la proliferación de bulos que, como un cáncer rampante, están colonizando el mundo de la comunicación y el periodismo. «Me siento deprimido ante todo lo que está pasando. Se está socavando la democracia a partir de los pilares más fundamentales, que es estar de acuerdo en los hechos. Los periódicos pueden discrepar en la interpretación de los hechos, pero no en estos. Se transmiten realidades que socavan los datos, la veracidad misma. Para eso no hay respuesta. Si no partes de una misma realidad ¿qué discusión o debate puede haber? Si no nos podemos de acuerdo en los hechos, la democracia se debilita».

Ni que decir tiene el desasosiego que causa comprobar cómo hay medios de comunicación tradicionales -verdaderas instituciones- que han dado por buenas noticias falsas. Recientemente, le ha sucedido a la Agencia EFE, de la que Grijelmo fue presidente (hace unos días se hizo eco de la muerte del escritor Fernando Aramburu). «En mi opinión, el periodismo ha prestado excesiva atención a las redes sociales; está bebiendo demasiado en ellas. Las nuevas generaciones de periodistas apenas se mueven de la redacción, no van a los lugares en los que ocurren los hechos, no hablan con personas físicas, obtienen mucha información de internet y de las redes sociales. No están bebiendo en fuentes, están bebiendo en charcos. En las redes no está la verdad. La verdad está en la verificación, en el contraste de los hechos, en la comprobación por uno mismo. Es uno de los grandes defectos del periodismo actual. Y el anonimato, y la posibilidad de falsificación del nombre, y las cuentas falsas, contribuyen obviamente a ello», concluye.